La letra con sangre/ Análisis de lo cotidiano  - LJA Aguascalientes
16/04/2025

“La letra con sangre entra” es una vieja consigna que viene desde muchos años atrás y significa ni más ni menos que los maestros de la escuela primaria tenían derecho de golpear, castigar e insultar a los alumnos en aras de la enseñanza y los padres lo permitían porque consideraban que eso era bueno. Y además de que esa era la labor de los profes. Mi maestra de cuarto año de primaria acostumbraba ponernos en fila a todo el grupo para darnos una cachetada, uno por uno. Eso sucedía cuando a ella algo le resultaba mal. La directora de la escuela que era mi tía y mis padres lo supieron y nunca dijeron una sola palabra para que esa agresiva conducta terminara. A su vez a mi hijo le tocó vivir una experiencia muy parecida también en la primaria. Su profesor tenía a la vista de todos una gruesa vara de madera que tenía escrito con plumón el texto “La Justicia” con la cual amenazaba golpear al chamaco que fuera indisciplinado. A mi hijo nunca lo tocó, porque me lo dijo y en una sesión de padres de familia, exigí que quitara ese instrumento de castigo. El profesor ofreció quitarlo, pero nunca lo hizo. Mi reclamo sirvió para que nunca tocara a mi hijo. Sin embargo, me sorprendió que los demás padres de familia no se inmutaran. Bien, pues si Usted piensa que eso se termina en la primaria, le tengo una mala noticia, no es así. El castigo corporal, verbal y psicológico no se acaba nunca. Recientemente un grupo de amigos médicos comentábamos nuestras experiencias durante La Residencia, que es el tiempo que vivimos dentro de un hospital para hacer la especialidad. El trato que recibimos los de años inferiores por parte de nuestros propios compañeros es tiránico. Analizábamos las vivencias de cada uno y a cual más de traumáticas resultaron todas. Nuestros colegas médicos ya titulados con una formación universitaria se comportaron igual o peor que los profes de la primaria. No nos dieron reglazos en las yemas de los dedos, no nos azotaron con varas de membrillo, ni recibimos cachetadas, hay que decirlo en honor a la verdad, pero en cambio fuimos insultados diciéndonos flojos, perezosos, incompetentes, ignorantes e incompetentes. Pero no con estas palabras finas y educadas, sino con un lenguaje propio de un barriobajero. No para ahí el asunto. Actualmente, en pleno Siglo XXI, la costumbre sigue. Los médicos internos y residentes de los primeros años siguen sufriendo el maltrato de sus “superiores”. En mi conversación con ingenieros y operadores manuales de las empresas automotrices, textiles y productoras de implementos cibernéticos, encuentro que la costumbre también allí es igual. Los capacitadores, supervisores, mayordomos y cualquiera que tiene un escaloncito más alto en la jerarquía laboral de inmediato aprovecha el puesto para insultar, castigar y descalificar a sus subordinados. O sea que la marca que han venido dejando los profes de primaria desde hace siglos, no hemos podido cambiarla. Creo que ya es tiempo. A nadie le gusta ser ofendido y humillado, entonces ¿Por qué lo hemos permitido durante tanto tiempo? Quizás porque asociamos el abuso con el precio del aprendizaje. En nuestra postura de alumnos, dimos al instructor su capacidad de ejercer sobre nosotros un mando, una autoridad, fuera como fuera. Incluyendo desde luego el abuso. A finales de la segunda década del último siglo ya va siendo tiempo de para esto.


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