El ser humano es reacio a los cambios. Es una paradoja, puesto que es el hombre la única especie que genera enormes modificaciones en la naturaleza, en su modus vivendi, etc. Todos hemos escuchado alguna vez la frase: “en mis tiempos era mejor”. Es más, muy probablemente la hemos dicho también si ya superamos los treinta años.
Como mencionaba, las variaciones son propias de nuestra especie. Basta recordar que, desde su comienzo, la humanidad ha modificado la forma en que obtiene, prepara o conserva sus alimentos. Cada uno de ellos representa un cambio. Algunos han perdurado hasta nuestra época, como el uso del fuego para cocinar; otros han caído en desuso al demostrar que no tenían una utilidad real o al encontrarnos con que hay algo nuevo que lo supera.
Aun así, siempre habrá algún opositor. En ocasiones me incluyo en aquellos escépticos a lo nuevo, tiempo después acabo usándolo con presteza y pasión. Cito ejemplos:
Desde chico me gusta la fotografía. Inicié haciendo mis pininos con una cámara Kodak 110 mm que tenía mi mamá. Posteriormente, en mi primera comunión, me regalaron más de una Instamatic —aún conservo alguna—. Acabé teniendo mi réflex totalmente manual. Esta última, una EF-M, era exactamente una EOS sin enfoque automático, quizás más que por lo económico apuntaba a los puristas de lo manual.
Total, entré a diversos cursos de fotografía: aprendí a revelar, ampliar, imprimir, etc. Cuando ya estaba terminando de ahorrar para mejorar mi equipo e incluso hacerme de una ampliadora, inició la era de la fotografía digital.
Al principio argumenté, como la gran mayoría de los fotógrafos —amateurs y profesionales—, que la fotografía digital no tendría futuro; que la calidad no era la misma; eso no es arte; etc. Al final de cuentas, llegó a mis manos mi primera cámara digital: una Sony Cybershot sumamente sencilla. Me enamoré.
Con las cámaras análogas —las cuales sigo amando— únicamente se tiene una oportunidad de tiro; se debe pensar muy bien la configuración del diafragma, tanto en apertura como en velocidad. Si se es aún más romántico, se enfocará manualmente el objeto a retratar. Si es en movimiento, viene otro problema, hay que calcular el momento exacto y enfocar al aire si no se tiene un punto de referencia.
Además, en mi haber fotográfico infantil y juvenil se quedaron decenas, sino es que cientos, de rollos sin revelar. Mis padres me enseñaron que mis hobbies había de solventarlos yo. Si bien me lo fomentaban y apoyaban, también me hicieron responsabilizarme de ello. Aprendí que o pensaba mis fotografías y ahorraba en rollos para poder revelar después o se quedaban los rollos sin ver los resultados.
La era digital me permitió tirar más fotografías, donde en algunas, sin pensarlo, encontraba mejores tomas que las que había planeado, aunque estas surgieran en algunos de los disparos. Me permitía ver el resultado y ahorraba mucho dinero, al menos en rollos. Si bien sigo añorando el olor tóxico de los químicos del cuarto obscuro y pretendo regresar a hacer algo de fotografía “análoga”, indudablemente usaré más la cámara digital.
Ni hablar de las cámaras en los celulares, o de los celulares mismos, todos han sido objeto de críticas al iniciar. Siempre han existido quienes vaticinaron su próximo fracaso.
La quiebra de tiendas como Amazon, debido a que “no es lo mismo verlo en la pantalla que estar en la tienda” fue tema de discusión en alguna sobremesa navideña con mis tíos. En ese caso yo no era tan escéptico; incluso tenía en mente una librería on–line. De esas ideas brillantes que te surgen y la falta de valor —tiempo, dinero— y terminas no animándote. Hoy, ya no sería nada innovador.
Hablando de libros, ¿qué tal los e-books?
Yo soy un romántico empedernido que ama el aroma de un libro nuevo al abrirse, tanto como ama el olor del polvo y papel de un libro viejo hallado en alguna expedición a una antigua biblioteca o una librería de libros usados. Me resistía a la lectura de libros en versión electrónica.
Hoy en día al año leo más libros en mi dispositivo electrónico que en papel —sigo haciéndolo y lo disfruto—. La primera vez que leí un libro electrónico fue Rayuela. Lo había comprado en su versión en papel, edición de aniversario y toda la cosa, pero me resultaba complicado transportarlo —primera ventaja del libro electrónico—.
Poco tiempo después encontré otra utilidad. Creo que si Cortázar viviera se daría cuenta que su libro parece hecho para un dispositivo electrónico, particularmente si se decide leerlo bajo la premisa de brincar en los capítulos y no en forma lineal. Resulta sumamente sencillo cambiar de capítulo sin perderte.
Aquel primer libro lo leí en el iPad, porque todavía me resistía a comprar un dispositivo que “sólo servía para leer libros” cuando la verdad—decía —es que el libro se debe leer en papel. Tras leer otros dos en versión electrónica, empecé a curiosear los equipos de lectura para ver sus ventajas sobre una tablet —peso, duración de la batería, calidad de la luz, antirreflejante—. Acabé haciéndome del primero.
No sólo había descubierto la utilidad de leer libros como Rayuela o la capacidad de transportarlos —podía llevar más de uno a mis viajes o al consultorio para leer entre pacientes—. También podía conseguir libros que no se encuentran en México, ahorraba espacio en lo que tengo mi casa con una enorme biblioteca; leer en la noche sin que mi insomnio incomode a nadie; son más económicos; puedo buscar fácilmente citas, anotaciones, etc.
Aun así, sigo comprando libros en papel. Incluso, si un libro que leí en tinta electrónica me gusta mucho acabo comprando su edición impresa. Y me da la oportunidad de enfocarme a ediciones especiales o con marquetería única, libros viejos; etc.
Pero hay cambios que no son tales: los audiolibros.
Habrá quien diga que eso no es leer. Es cierto, yo necesito y disfruto que mis ojos se muevan sobre las líneas de letras sin sentido que se encadenan en palabras y estas en oraciones. A la larga esos párrafos me llevan a mundos lejanos y fantásticos o a aprender cosas nuevas. Pero la “lectura” de libros a través de la audición no es nueva. Por el contrario, quizás sea la más antigua.
Por siglos la gran mayoría de los hombres no sabían leer por lo que dependían de que alguien más lo hiciera por ellos y así enterarse de los comunicados del rey. Las historias se narraban con la voz de los juglares y trovadores. A la fecha, por increíble que parezca, tristemente muchos no saben leer.
Pero vamos, que en nuestra época la introducción a la lectura se da así, con “audiolibros caseros”. Recientemente veía en el Instagram de Edilberto Aldán, editor de LJA.MX, un video en donde le lee a su hijo. Lo mismo sucede con mi cuñado Mauricio, quien tiene unas hermosas fotos con Sara en las piernas mientras leen un cuento. Sólo puedo felicitarlos por promover la lectura en sus hijos. ¿No es este un modo “analógico” de audiolibro?
Muchos de mis pacientes ya no pueden leer, pero siguen disfrutando de los libros, ¿cómo? Alguien más les lee; cuando son afortunados será su pareja, sus hijos o sus nietos. Cuando no, quizás la enfermera y será esta, tal vez, la manera en que ella se introduzca al fascinante mundo de la lectura. Esta escena me recordó la película En sus zapatos (In her shoes), sí, comercial y todo, pero el personaje de Cameron Diaz vive exactamente esto.
Decidí entonces darles una oportunidad a los audiolibros. Por lo pronto descargo clásicos en la plataforma Librivox, donde se encuentran libros que ya no tienen conflictos con los derechos de autor y que son leídos, en su gran mayoría, por bibliófilos amateurs.
Quiero probar la experiencia antes de pagar por alguno. He visto que hay plataformas que funcionan como las de música y películas a demanda, donde uno paga una determinada cantidad mensual y tiene derecho a consumir todo lo que pueda. Un caso es Storytel, pero ya algunas casas editoriales como Penguin Random House han retirado sus publicaciones, argumentando que esta metodología afecta al libro —¿no es ese el principio de las bibliotecas? —. Me recordó lo que pasó en las plataformas de música con algunos artistas y disqueras. Nuevamente, se resistirán al cambio hasta que sea inminente.
Total, llevo dos libros leídos/oídos mientras manejo. La experiencia me ha agradado. Estoy convencido que no suplirá mi gusto por leer, pero lo complementará bastante bien. Por lo pronto seguiré oyendo libros clásicos mientras manejo, intercalados con mis podcasts —otro cambio— y leyendo libros recientes o que aún no tengan versión en audio. Ahí les cuento cómo me va.
@boylucas | www.robertosancheztorre.net