El Canciller de México, Marcelo Ebrard, ha confirmado la visita del presidente López Obrador a Estados Unidos, para reunirse los días 8 y 9 de julio, con el presidente Donald Trump. La reunión entre ambos mandatarios se da un momento ampliamente cuestionable: en curso está el proceso electoral presidencial en aquel lado de la frontera y Joe Biden, el candidato demócrata, refleja una amplia ventaja sobre su adversario republicano, en los sondeos de medios como el Times y Fox News.
Aunque para la elección presidencial aún faltan poco más de 4 meses, dicen los expertos: “Trump está desesperado”, su figura no levanta tras el golpe del coronavirus y el lamentable episodio racial donde perdió la vida el ciudadano afroamericano George Floyd, a manos de un oficial del Departamento de Minneapolis. Y como nuestro país y el tema de los mexicanos siempre le han rendido fruto con su base electoral, bueno pues ¿por qué no traer a López Obrador para que hable en persona de las promesas cumplidas: el muro fronterizo y el TMEC?
Trump es pragmático y no se distingue por su política exterior, sino por su forma de llevar a los otros a su terreno de negociación. En eso se parece mucho a López Obrador: ambos creen, aunque no sea necesariamente cierto, que la mejor política exterior es la interior. Sin embargo, como en ambas promesas de campaña a las que me he referido, en el nuevo episodio de la relación bilateral (si es que existe), nuevamente llevamos las de perder.
Dicen los que saben que a Trump le simpatiza López Obrador, porque “Juan Trump”, como le llama, cumple bien las encomiendas que se hacen desde la Casa Blanca. Ahí está la militarización de la frontera sur y el uso de la Guardia Nacional para detener las caravanas de migrantes centroamericanos, sin el menor respeto de sus derechos humanos. Ahí están también las condicionantes en la ratificación del TMEC, incluidos los agregados laborales, para que el nuevo acuerdo pudiera salir adelante.
Por ello ahora, que la campaña del republicano “no prende”, se hace imprescindible un giro electoral, una salida que le permita llevar la atención de los futuros votantes a otro tema que no sea Covid-19, desempleo o racismo policial. No obstante, hay que recordar que López Obrador y los suyos, fueron sumamente críticos con la reunión entre Trump y Peña Nieto, en Los Pinos, hace 4 años.
Incluso por ahí circula un tuit donde el ahora Canciller, Marcelo Ebrard, criticaba a su manera el acercamiento con el candidato republicano, más no así con la aspirante demócrata Hillary Clinton. Pero ya sabemos que así como dicen una cosa, dicen otra. La congruencia no es el sello distintivo en este gobierno.
Hoy las encuestas colocan a Biden con un 53% de las preferencias electorales, sobre un 41% de preferencias para Trump. Algunos hablan de entre 8 y 9 puntos de diferencia, incluyendo empates técnicos en los tradicionales bastiones republicanos como Georgia y Texas, donde la popularidad del hoy presidente se ha visto drásticamente mermada. En este escenario, sin un tema concreto en la agenda de la relación bilateral y además con tres graves crisis internas: economía, salud e inseguridad; López Obrador está listo con las maletas, el pasaporte y la VISA para ir a hacer trabajo “de tierra”.
Con esa decisión, no sólo se entromete en el proceso electoral en curso, sino que también confirma el grado de sometimiento que existe frente al inquilino de la Casa Blanca y el poco aprecio que tiene el actual gobierno federal por la soberanía nacional.
Ahora nos podemos imaginar lo que dirá el tabasqueño cuando aterrice en Washington, con la única encomienda de reforzar la campaña electoral del neoyorkino: ¡a sus órdenes Mr. Trump!