En 1968, el historiador y sociólogo ruso Anatoli Shulgovski, escribió un célebre ensayo (México ante la encrucijada de su historia, ECP, 1968) sobre el momento que México atravesaba en aquellos tiempos que sacudieron de manera significativa lo que los estudiosos de la evolución de los tiempos del hombre llamaron el “orden mundial”. Los temas que provocaron a Shulgovski eran de naturaleza básicamente política. El Estado monolítico mexicano de entonces, que se identificaba con los que consideraba los principios revolucionarios, y los quería implementar bajo su particular óptica y estilo, que se fortalecía de manera sistemática, concentrando todo el poder posible, ante una sociedad, que él entendía como adolescente, a la que había que educar, sostener y conducir con mano dura, ya que no sabía por sí misma que necesitaba, mucho menos cómo gobernarse o conducirse políticamente.
Han transcurrido 52 años desde entonces, y el mundo y México han cambiado. Los mexicanos hemos madurado como sociedad y como ciudadanía, de tal suerte que pudimos construir un andamiaje institucional, de tal fuerza, que logramos alcanzar un nivel de organización social y política de tal naturaleza que, hace un par de años, nuestro sistema electoral permitió reconocer, en la voluntad popular, la necesidad de un cambio en el rumbo y la sustancia del Estado mexicano. El esperado golpe de timón por fin se hizo patente en la dirección que habría de tomar el Gobierno Federal.
Un desgastado aparato estatal, un sistema de partidos políticos agotado, una pobreza endémica insuperable debido a factores que habían alcanzado niveles incontrolables, como la corrupción, la inseguridad pública, entre otros factores, hicieron eclosión y dieron lugar al cambio, y aquella esperanza de millones de mexicanos, más de 30, se materializó en la propuesta que sostuvo la coalición “Juntos haremos historia”, encabezada por el hoy presidente López Obrador. Todo parecía puesto a la mesa para iniciar la anhelada transformación del país. La propuesta que enarbolaba AMLO, tenía características tan ambiciosas que no podía ser menos que las que la historia de México reconocía en sus grandes etapas de su desarrollo previo, a saber, la Independencia, la Reforma y la Revolución, estábamos en la antesala de la Cuarta Transformación, la de la Regeneración Nacional. Así, de ese tamaño las expectativas de López Obrador y el movimiento político que lidera.
Entre el 1º de septiembre y el 1º de diciembre de 2018, las fuerzas políticas identificadas con la Cuarta Transformación o 4T, encabezadas por el presidente López, tomaron las riendas de la Cámara de Diputados y la Cámara de Senadores, de media docena de gubernaturas, y por supuesto del Ejecutivo Federal, la fuerza política era incuestionablemente abrumadora, para una oposición avasallada y desconcertada, “moralmente derrotada” según palabras del propio AMLO. Sin embargo, algo pasó en el arribo al poder. En el pináculo del Estado mexicano, se encontraron los y personeros de la 4T con un escenario ocupado por instituciones reguladoras, con la Constitución, con un bosque de leyes y reglamentos, con compromisos económicos, políticos y sociales transexenales, con medios de comunicación críticos aguerridos, vamos, y cuando se asomaron a la baranda, se encontraron con aquellos 60 millones de mexicanos que no votaron por ellos, atentos, expectantes.
Empezó el trabajo de preparación para la ansiada Transformación, primero separando a la sociedad entre transformadora y conservadora (y otros epítetos), y la historia, un antes y después, dónde lo anterior era, por definición, malo y lo nuevo bueno. Desmantelar las instituciones encontradas, descalificadas por haber sido creadas en otro tiempo, no por su objeto o legalidad. Derogar leyes, programas, fideicomisos. La transformación exigía sacrificio, de los otros, por supuesto, y se tomó la determinación de impulsar el cambio teniendo como base la austeridad republicana, y que toda práctica anterior era corrupta. Y así empezó el gobierno de la 4T, forzando la síntesis por razones de espacio. Los primeros efectos, se empezaron a manifestar de manera tosca en algunos sectores sensibles, el desabasto de medicamentos y materiales en el sector salud, los apoyos a las mujeres en general y las trabajadoras en particular, con el cierre de las estancias infantiles, los centros de apoyo a las mujeres maltratadas, los tratamientos del cáncer, etcétera. En lo económico se cancelaron proyectos gigantes de inversión tanto nacional como extranjera, Pemex prácticamente está en fase terminal, la CFE perdiendo dinero día a día, se perdió la confianza de la comunidad internacional ante la incertidumbre jurídica, y, como ya sabemos, la economía nacional estaba en punto muerto al empezar el 2020.
La inseguridad pública al alza, sin una estrategia eficaz contra la delincuencia organizada, las fuerzas armadas distraídas en una nueva función de construcción; la nueva guardia nacional, haciendo labores de “border patrol”. Las autoridades andan sin brújula y sin idea. Las muertes violentas tienen a México peor que un país en guerra, con 55 mil de ella.
Y a la 4T la alcanzó pronto, la pandemia del Covid-19. Qué estaba lista, dijo; que el sector salud estaba preparado, que había estrategia, que… Y nada, más de 250 mil infectados, más de 30 mil decesos, la economía paralizada, el desempleo en ascenso, la inseguridad señoreando en grandes porciones del país. La gobernabilidad siendo cuestionada de manera recurrente, los gobernadores de oposición a la 4T exigiendo un nuevo pacto federal, específicamente en el aspecto fiscal. Unas relaciones internacionales en su nivel más bajo, México ha perdido su liderazgo, pero dice nuestra sabiduría popular, “santo que no es visto, no es adorado”, y cuando se decide salir, se escoge el peor momento.
Toda esta realidad por la que transita México, no es en nada sencilla, es sumamente compleja, sobre todo para una nación que no encuentra su unidad, su identificación con un proyecto claro, nacional, integrador. El liderazgo que se requiere para avanzar, está extraviado, es confrontativo, debe cambiar de estrategia, para que, efectivamente, encuentre su “norte” en esta nueva y trascendental encrucijada en la historia de México, sí no lo hace pronto, el destino hará lo suyo.