Me encanta lo viral, el tren del mame mexicano, porque nos permite, viéndolo con toda la amplitud y tolerancia, conocer o profundizar más en la idiosincrasia del ser nacional, confrontarlo con las ideas de clásicos como Octavio Paz o Samuel Ramos, o de más contemporáneos como el antropólogo Claudio Lomnitz-Adler, de quien leí recientemente su libro La nación desdibujada, un conjunto de ensayos que exploran desde diversos ángulos muchas de las formas en que el mexicano se entiende a sí mismo, un excelente libro que me regaló mi ex alumno del CIDE Carlos González Seeman, quien hoy es un distinguido especialista en materia educativa.
Escuché, vi y me indigné con el video donde una persona desde un autobús les grita a quienes hacían una protesta en automóvil: “esta es la que mueve a México, iren, los obreros, los obreros movemos a México” al tiempo que muestra su musculoso brazo que, nos hace deducir, se trata de un obrero cuya fuerza de trabajo le permite mantener torneado su cuerpo y que tiene muy en claro que este país necesita de una base física para salir adelante.
Hace mucho que hay polarización en México, cual si se tratara de dos bandos; por eso me he limitado a escribir de temas maniqueos cuyo tratamiento resulta estéril, al menos desde la postura blanco contra negro. Cuando digo que me indigné con ese vídeo, es porque comprendí el enojo de la persona que gritaba desde un autobús de transporte público, “iren esta”, haciendo una postura de clásica ofensa nacional, y es que era obvio que se dirigía a su casa después de un largo y arduo día de trabajo, y los fifís interrumpían su regreso, claxoneando desde sus lujosos vehículos, un resultado más de este enfrentamiento que se genera en todos los ámbitos sociales.
¿Fuerza física contra fuerza intelectual? Definitivamente no es así, pues siempre se ocupará una mezcla de ambas, con su carga mayor o menor. Por esto mismo, personalmente tengo mucho respeto por todas aquellas personas cuya actividad preponderante es el uso de su cuerpo para llevar a cabo un trabajo. Este respeto se ha fortalecido ahora que en la época de la cuarentena hemos tenido que aumentar la cantidad de actividades de esta índole, como limpiar, barrer, podar el pasto, lustrar tu calzado y una gran cantidad de cuestiones parecidas que nos hacen ponderar que, la mayoría de las veces, el costo que pagamos es muy por debajo de su verdadero valor.
De lo hasta aquí narrado, quedará claro que mi trabajo en lo personal se centra en cuestiones donde la actividad física es menor, y que delego muchas de esas situaciones que impliquen sudar la gota gorda, por eso mi sobrepeso: escribir en la computadora nos lleva a ese famoso punto de engorde del que hablaba Douglas Coupland en su novela Generación X, esos micro cubículos de los godínez (como yo) que generan gordura, máxime si lo sumamos a que es tanta la dependencia de las actividades físicas, que lejos de preparar nuestro lunch, preferimos encargar las tradicionales fritangas, la famosa vitamina T (tacos, tamales, etcétera).
Me he acostumbrado a lavar mi automóvil, sobre todo porque me permite ahorrar un poco más de agua que en los autolavados, incluso, los domingos no los puedo comprender si no hago estas dos cuestiones: escribir mi columna y lavar el automóvil, en una ejerzo la inteligencia en otra sudo un poco, de tal forma que ahora ya no es tan fácil abochornarme. Pero no es que considere a una actividad sobre la otra, simplemente cada una tiene su parte en este mundo, en este país, es vital que comprendamos que no podemos hablar de dos polos, que son tan complementarios uno de la otro, que es necesario darles seguridad de toda la índole principalmente a aquellos que hacen actividades físicas de riesgo, esos que son los más discriminados ya por bajos salarios o por nulidad de prestaciones sociales.