Hoy México inició formalmente su inserción a la que la oficialidad ha determinado identificar como la “nueva normalidad”. Hasta ayer por la noche, la pandemia había dejado en el país más de 90 mil contagiados y alrededor de 10 mil muertes, esto sí sólo nos referimos al aspecto sanitario o de salud pública. Sin embargo, junto a esta grave situación, y como parte de las estrategias de contención y mitigación de los efectos de la contingencia provocada por el coronavirus, la implementación de las medidas de la sana distancia o distanciamiento social, la suspensión de actividades no esenciales para la vida de la comunidad, así fueran económicas, educativas, sociales, etcétera, fueron ralentizando la convivencia interpersonal o de plano suspendiendo el desarrollo de actividades necesarias para la sobrevivencia de sectores sociales, grupos, familias o meros individuos.
Las actividades escolares fueron de las primeras actividades suspendidas que involucraron a millones de personas, principalmente niños y jóvenes en edad escolar y partícipes del sistema educativo nacional. Con ellos casi un millón de maestros tuvieron que reajustar sus funciones a las nuevas circunstancias sanitarias y sociales. Enseguida, una serie de establecimientos o negocios, grandes, medianos o pequeños, que implicaban la interacción de personas en espacios pequeños o cerrados, fueron deteniéndose casi de golpe. Restaurantes, fondas, pequeños, medianos y grandes comercios, de todo giro “no esencial”, se fueron al cierre, y con ello, la posibilidad de millones de personas de obtener los ingresos necesarios para su manutención y la de sus familias, el pago de deudas y servicios públicos, rentas, impuestos, entre otros compromisos que no se detenían por la pandemia y las medidas sanitarias.
Los servicios públicos, bancarios, de salud, también, paulatinamente, se fueron suspendiendo o reduciendo significativamente, dejando en operación sólo aquellos servicios prioritarios para la seguridad y funcionamiento de la sociedad. Con una gran reducción en la eficiencia operativa y funcional de esos mismos servicios, debido sobre todo a la reducción del personal, mucho del cual se remitió a un precavido resguardo por concepto de edad, o el sufrir alguna de las llamadas comorbilidades asociadas a los dañinos o mortales efectos del Covid-19, trabajadores con diabetes, hipertensión, tabaquismo, obesidad, enfermedad pulmonar obstructiva crónica -EPOC-, entre otras. Y sí hacemos una pequeña reflexión, observaremos que cada una de esas enfermedades son parte del perfil general del mexicano promedio en la actualidad.
La industria prácticamente se paralizó en lo general. Miles o cientos de miles de trabajadores fueron despachados a sus casas, en diversas circunstancias laborales, unos en baja temporal, otros a cuenta de vacaciones, a medio sueldo o sin sueldo, así. Prácticamente se detuvo la actividad industrial no esencial. Obviamente las industrias eléctrica y petrolera, se mantuvieron en funcionamiento, aunque con los contagios correspondientes y los decesos asociados. Otras industrias que se vieron afectadas de manera significativa fueron las relacionadas con la movilidad de las personas, en general la industria del transporte de personas y de mercancías, en sus diversas modalidades como el autotransporte, las aerolíneas, marítima, entre otras, y la industria del turismo, que tuvo que entrar de golpe a un coma inducido, dejando en la indefinición a otros tantos millones de personas, trabajadores y empresarios por igual.
Ante toda esta situación todos los mexicanos, no involucrados en las responsabilidades de las autoridades públicas, sean federales, estatales o municipales, han seguido con asiduidad, unos más otros menos, las disposiciones e información que las autoridades sanitarias han dispensado al desarrollo de la pandemia en México y en su ciudad, sobre todo en lo referente a la posibilidad de regresar a desarrollar aquellas actividades que le permitan, al grueso de la población, retomar su vida productiva cotidiana.
En este punto, empiezan las dificultades para la población en general, toda vez que, las autoridades no han mostrado ni coordinación ni coherencia en sus consideraciones relativas a la inserción de México a la que ya todos llamamos “nueva normalidad”. Después que la OMS determinó que la pandemia tendría tres fases principales en cada país, México a partir del 28 de febrero declaró la primera de ellas hasta el 23 de marzo, fecha en que entró la segunda fase y el inicio del Programa Nacional de la Sana Distancia, y que alcanzó su desarrollo hasta el 21 de abril, cuando entró la tercera etapa y más agresiva de la emergencia sanitaria del coronavirus en el país. Sin embargo, el programa de la sana distancia, de manera formal culminó el domingo 31 de mayo, y, desafortunadamente, no podemos relacionar este decreto con argumentos de salud pública o sanitarios, sino con poderosas razones de carácter económico o político.
No podemos de ningún modo desconocer la urgencia económica de la reactivación del país. Oficialmente desde el inicio de la pandemia en territorio nacional, ha representado la pérdida de millón y medio de empleos formales, según datos del IMSS y la Secretaría del Trabajo y Previsión Social federal. Es muy probable, y con base en estimaciones del Inegi, que se hayan diluido otro tanto de empleos en el ámbito de la economía informal, por su peso específico en la economía nacional. Luego, la necesidad de reactivar la vida económica es una necesidad vital. Sin embargo, las autoridades políticas y sanitarias nacionales, no lograron consensar la estrategia del proceso de inicio de la “nueva normalidad”. Se diseñó y propuso un “semáforo” para caracterizar el país, y que, ha sido cuestionado por 15 gobiernos estatales, mismos que consideran no haber sido tomados en cuenta en su elaboración, ni en sus términos sanitarios como económicos.
La “nueva normalidad” de México es, desafortunadamente para los mexicanos, un auténtico albur, y el ansiado afán de regresar a trabajar, no es un ejercicio del todo controlado, mucho menos garantizado por las autoridades sanitarias o políticas del país. Se realizará de una manera débil e insegura según la información disponible para la población en general, los no avezados en estas lides de las pandemias y los protocolos sanitarios.
Que todo sea para bien, y la “nueva normalidad” nos sea benigna.