Ya llega julio, el mes de conclusión de los ciclos escolares, y desde luego entre quienes viven este rito de paso, están los que ya no regresarán a las aulas. Con julio llegan las graduaciones, ese acto solemne con el cual se cierra la puerta de una etapa de la vida, para abrir otra.
Que yo recuerde, en el pasado las graduaciones ocurrían al terminar la preparatoria y, luego, la universidad, y no más. Hoy en día, en el colmo del de$propó$ito, los educandos –quizá decir estudiantes sea un exceso- se gradúan de todo, y a la menor provocación, incluso de Jardín de Niños, tal y como constaté en una ocasión.
Pero este año el Covid19, cual dios inmisericorde y vengativo, ¡oh fastus gloria mundi!, ha borrado del mapa semejantes ceremoniales, y nos ha hecho degustar la banalidad del mundo. Bautizos, primeras comuniones, bodas, graduaciones. ¡Todo cancelado a punta de contagios! Todo, menos los funerales, que siguen celebrándose puntualmente.
En cambio se han improvisado en estos días sucedáneos de ceremonias de fin de cursos, caravanas de automotores adornados con globos y motivos alusivos, que desfilaron por algunas calles sonando el claxon.
La imagen muestra una de estas ceremonias, contando para ello con la escenografía ideal: la foto del recuerdo en la exedra y la misa en catedral, y todo el mundo debidamente caracterizado al estilo norteño.
Los brazos de la exedra parecen acoger a estos jóvenes graduados, mientras posan para la eternidad, junto con sus maestros. Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a [email protected].