Hace ya la friolera de dos años, que confrontábamos en México el inminente encuentro entre el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Donald Trump, con nuestro mandatario mexicano Enrique Peña Nieto. (Nota mía, LJA. La niña y el gigante. Sábado 23/06, 2018). Y los presagios eran harto sibilinos y tormentosos, al punto de que la opinión pública generalizada se hizo convergente en que existía un grave riesgo de que en tal encuentro, el probable anfitrión de la Casa Blanca iba a exhibir al desnudo al primer presidente latinoamericano que se paraba a sus puertas, presentándolo como un mero subsirviente de sus intereses hegemónicos. Cosa que, afortunadamente, para los símbolos nacionales, no ocurrió así. (Nota mía: LJA. Los delirios del rey desnudo. Sábado 28 de enero, 2017).
Los signos de los tiempos eran evidentes. Desde el arranque de su campaña presidencial el candidato aquel, de multiforme manera, ya hacía alarde de exhibirnos –a los mexicanos– como lo que yo califiqué de un marquesado de América Latina; y a manera de (forma política) nos convertiría en un patético trofeo de caza, para exhibirnos al resto de las naciones; y con ello, demostrar su poderío político incuestionable.
Eso del marquesado constituiría más que un mero símbolo rancio; ya que precisamente es debido a este factor de nuestra cercanía física y funcional con el centro dirigente de los Estados Unidos, lo que nos convierte en un necesario interlocutor cercano e inmediato a los intereses hegemónicos estadounidenses respecto al todo del continente; a fuerza de escindirnos de alguna manera del resto del subcontinente, al mismo tiempo que toma su “sana distancia” fronteriza del sur con el todo del territorio mexicano.
Lo que pinta a México como la marca latinoamericana, y ese nuevo marquesado pretendidamente instalado. (Nota mía: LJA. El Marquesado… noticias de un imperio. Sábado 21 de enero, 2017), es en donde se establece de manera simbólica la pretensión imperial, de aquel que se auto-asume ahora como un tal regente; y con ello crea su nueva marca a la que intencionalmente segmenta; dando como resultante que acorta geográfica y geopolíticamente esa parte integrante de Norteamérica, para escindirla metafóricamente -bajo mera prepotencia- de los Estados Unidos y Canadá.
Lo que a todas luces deviene en un acto de racismo puro. Es decir, racialmente visto, quedamos segmentados entre anglosajones y amerindios de habla y cultura hispánica, más una submarca portuguesa. El pretendido muro que con denuedo –aunque con tortuguismo pasmoso- está instalando, representa más una cuestión de división ideológica imperial en interés económico-financiero de fusionar a un tiempo un socio tradicional y septentrional a modo, Canadá; cuya relación ha caminado en franco deterioro; al querer hacerla pasar forzosamente bajo la esfera geopolítica de su dominación central.
Con el objeto de lograr esta caprichosa geopolítica continental, no tan sólo ha venido endureciendo su lenguaje contra los mexicanos, sino que envileció el símbolo lingüístico más elemental de la diplomacia, al endilgar a México y los mexicanos, epítetos tan altisonantes como generalizados de: criminales, violadores, instigadores a la drogadicción de nuestros hijos, extranjeros ilegales/ilegal aliens, siniestramente dicho, “animales”, etc., etc. Se regodeó en lanzar este tufo pestilente, desde los símbolos de su poder, amplificándolos en una campaña política permanente para halagar y granjearse con su base electoral, supuestamente “republicana”.
La coyuntura política presente, de pretender “celebrar” la entrada en vigor del hoy revisado y reeditado TLCAN en el neo-firmado T-MEC, mediante una “visita de estado” del presidente Andrés Manuel López Obrador a su homólogo primer mandatario de la Casa Blanca en Washington. “Ya tomé la decisión de ir a Washington a entrevistarme con el presidente Trump. No voy a cuestiones políticas-electorales, es una visita de Estado, es una visita que tiene que ver con el inicio del nuevo tratado”, dijo. (Fuente: Milenio 2020. La mañanera. https://bit.ly/3g3KD4T).
Pese a tal aclaración, la opinión publicada y pública de México es en el sentido de lo dicho anteriormente, se trata de un mensaje equívoco y exclusivamente a favor el interés electorero de Donald Trump. Ya está en su campaña electoral de este noviembre 2020, y le viene “como anillo al dedo” la singular colaboración directa o indirecta, querida o no por López Obrador. La verdad es que quiere vernos como una economía subsirviente de sus arcas del Tesoro, en continuidad y alternancia con el Tratado de libre comercio, así como va quedando reiteradamente evidente que no sea gratuito el sube y baja del tipo de cambio, Peso-Dólar, el precio del petróleo a nivel global –sujeto a la guerra de tarifas impuesta por el eje Rusia-Irak-Irán-Afganistán/ Países de Arabia Saudita, Occidente los Estados Unidos de Norteamérica; amén de los perniciosos efectos económicos y en vidas humanas de la pandemia del Coronavirus. Lo que en datos duros hace del presidente de México una representación a manera de un encomendero fustigante, en el vasto territorio de su pretendido marquesado latinoamericano. Esto queda fuertemente anclado en el imaginario colectivo y probablemente se fije de manera más subconsciente que de plena y lúcida conciencia, lo que al final lo convierte en un símbolo aún más poderoso.
Admitiendo, sin conceder, que el presidente López Obrador actúe de manera voluntaria y eso sí consciente del emblema que encarna como mandatario formal de todos los mexicanos, se expone al riesgo de que su anfitrión no ponga sobre la mesa, las divisas claras de su interés y fines últimos al intercambiar estos signos de acercamiento entre ambos países.
Lo que nos lleva a recuperar la importancia de aquel viejo argumento del “derecho a parlamentar”, que de manera picaresca y cínica rige desde antiguo el mundo de la piratería, pues evoca, aunque sea distorsionadamente el valor superior de la negociación, máxime cuando se trata de la negociación política.
Entendemos que el “sine qua non” de un tal parlamento es lograr acuerdos, porque en ello está la esencia de la cosa pública; de modo que todas las evasiones, tergiversaciones, ocultamientos, evasiones y vacuas excusas pueden estar en trance de poner en entredicho el bien superior y el interés público de una Nación, de un estado, de un municipio o de una localidad. A este riesgo –inevitable en cualquier intercambio humano- se suma el drama que ocurre tanto en la vida real, como en nuestro papel es estar dispuestos a intercambiar un “quid pro quo”, gracias al cual enajenamos algo y nos apropiamos de algo.
Tengamos presente que Donald Trump, “velis, nolis”/ quieras o no, ya ha tenido que tragar un trance similar, cuando presionó al presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, a investigar al hijo de Joseph Biden –su principal opositor del partido Demócrata– para ventilarlo en un supuesto acto de corrupción en asuntos de petróleo, a cambio de/ “quid pro quo”/ liberarle los preciosos recursos de ayuda previamente aprobados por el Senado norteamericano. Dicha materia no resultó nada trivial, ya que se convirtió en el meollo del juicio de Impeachment contra Donald Trump.
En suma, López Obrador no va simple y llanamente a cumplir una “visita de Estado” a la Casa Blanca, para celebrar el inicio del T-MEC. Estará literalmente asediado de una y mil argucias de su pretendido anfitrión, para endilgarle o hacerle cargar el Sambenito que ya está fabricando en su calenturienta mente electoral. En fuerza de ello, recordemos que la promesa empeñada en campaña, de un político que aspira a un cargo por elección popular, es el quid que está sujeto a ser honrado, una vez que se está en el cumplimiento del deber; y el “pro quo” es tu voto otorgado en aceptación a su oferta, como manifestación unilateral de voluntad expresada públicamente. En cuya circunstancia también está claramente involucrado el presidente de México, que ya vislumbra un sino electoral bastante ominoso para las siglas de su movimiento/partido político, Morena. Entenderlo así significa estar en la frecuencia correcta capaz de producir la resonancia requerida en el sistema democrático, a la hora de los resultados constitucionales de las elecciones del próximo 2021. Quae cum ita sint/ Puestas así las cosas, en verdad es imperativo ver el todo del panorama y no quedarnos satisfechos con la sola vista de “un punto”. Aquí la pícara fábula anglosajona de ver “the whole of the elephant”/al todo del elefante, y no a una sola parte, es elocuente.