Me remontaré a mis años de estudios universitarios, 1974-1983, para rescatar una apabullante evaluación invocada por varios maestros, para descalificar algún argumento correcto pero incómodo expuesto por los alumnos: -Sí, pero lástima que es “logocéntrico”. Lo que en análisis lingüístico es equivalente a una afirmación de “razón pura/ o pura razón”, pero situada “fuera de la Historia”, lo que implica no tener referencia ni de tiempo ni espacio, en el mundo real. Lo que, a nivel escolar, implicaba una calificación a la mejor aprobatoria, pero baja por su desfase de los hechos históricos, los únicos y definitivos para invocar la validez argumental y, por tanto, la pretensión de ser verdaderos.
En la escena política actual, tanto de México como del resto del mundo, observamos de manera evidente que tanto la conversación política como la voluntad de poder se ubican en polos que distan mucho de tener una relación creíblemente inserta en la Historia. Así lo escuchamos desde América del Norte, incluyendo a México, hasta América Latina en el Cono Sur; en el extremo oriente con China y Rusia, hasta Ucrania; en el Oriente Medio desde Turquía, Siria, Israel, Líbano, Egipto; los inefables Irak, Irán y Afganistán, hasta la Península Arábiga con los Emiratos Árabes Unidos; inclusive en la Unión Europea con todo y el Brexit del Reino Unido con las heroicas Escocia e Irlanda y un bloque de gobiernos populistas prevalecientes. ¿Todos mienten? No necesariamente, pero tampoco se apegan a la verdad histórica. Así lo pone al desnudo la pandemia del Sars-Cov-2 y la depresión económica. En México ya se le añade la crisis letal de la violencia.
Los argumentos remachados, machacones y reiterados del presidente Andrés Manuel López Obrador y sus corifeos de Morena, surfean por esas olas cómodas de evadir la confrontación con la Historia. Así es como se articula el discurso del Jefe del Ejecutivo que induce a la dualidad, tanto en su visión histórica como en su interpretación conceptual, donde impone su posición tética para introducir la dicotomía entre: “poder político”/ “poder económico”; “rectoría del desarrollo –del Estado-/ “rescate de potentados” –privados-; más, una inducción imaginaria equívoca y engañosa: “libertad”/ “democracia”; “quiebra” / “responsabilidad”; “pérdidas”/”ganancias” –de los privados, minoritarios-. (Nota mía. LJA.MX. Disentir para unir. Viernes 08 de 05, 2020).
Los que nos lleva a constatar que este consistente cuadro de oposición, sólo profundiza la división de la sociedad, porque polariza a grandes contingentes de los ciudadanos, y alienta su ánimo mediante emociones de reivindicación contraria, opositora en una irreductible línea horizontal, que convierte sus respectivos posicionamientos polares en excluyentes, dualistas, maniqueos… los buenos y los malos, el pueblo y los potentados privados/oligárquicos, los banqueros y los desposeídos. El estado/gobierno y la fracción empresarial.
Entonces, ¿en dónde está la “oposición”? Pregunta que reiteradamente eleva con cejas alzadas y nariz respingada la comentocracia mexicana. Punto discursivo que se está convirtiendo en el eje nodal, según estos mismos cuestionadores, de lo que ya pre-figura el perfil de la próxima contienda electoral de 2021, a la que al parecer ya está asido, como a clavo ardiente, el jefe del Ejecutivo Andrés Manuel, porque le reditúa dos beneficios ostensibles: uno, evadir el impacto histórico del derrumbe de la economía de México y las repuntantes gráficas pandémicas del CoVid-19, al cambiar drásticamente el tema de conversación; y dos, rescatar de la caída al precipicio electoral de Morena, al evidenciar su leve peso electoral especialmente de nivel local, territorio en donde por cierto se jugará esta próxima contienda. El presidente mexicano ha ensayado tozudamente de convertir la bandera de esta elección intermedia, en un Referendum de su Administración, literalmente acarreando votos a la urna “mayoritaria”, hasta hoy, de Morena. Lo cual, esperanzadoramente aún, no tiene visos de suceder así, principalmente reafirmemos en el dominio desde Lo Local.
Recordemos con lucidez que la 4ª Transformación se define como la nota de cuarto grado –desde el análisis jurídico-político de la Forma de Estado-, sobre el régimen gubernamental. La cual sí está siendo modalizada por el actual mandatario. Bajo su encendida narrativa sobre el Neoliberalismo y sus adversarios antecesores en la presidencia. A los que tilda de “corruptos” y comparsas de una “minoría rapaz”, precisamente por abanderar las causas del neoliberalismo económico dominante y hegemónico. Opción estratégica que sí tiene un principio que invoca con devocional insistencia.
Su solo enunciado, a modo de fin último, (nótese: rabiosamente y románticamente “Logocéntrico”) desde y como conductor de la presente Administración federal, le hace investirse con el ropaje de una agigantada Hybris (es decir, adoptar la investidura de un principio superior que enseñorea todo lo demás, en sentido estricto es desmesura, soberbia, en el sentido profundo de la expresión, pues dice referencia explícita a una de las tres pasiones regentes de una soberanía, a saber: Libido Dominandi/pasión de dominación, Libido Sintiendi/pasión del sentido o sensual; y Libido Gloriae/pasión de gloria. Esta última es la que simbólicamente se invoca, y comporta el anhelo de ocupar un sitio excelso en la Historia. – Esta categorización se la debemos al gran sintetizador de la Edad Antigua, Agustín de Hipona (354-430 d.C), que desarrolla en su obra cumbre La Ciudad de Dios. (Nota mía. LJA.MX. Nuevos mitos fundacionales. Sábado 14 del 12, 2019).
Resumamos. Esta conversación abiertamente logocéntrica se refrenda además con la nota de no a la impunidad; gracias al novísimo asunto de la sorpresiva aprehensión del que fuera titular de la Secretaría de Seguridad Pública nacional, el Ing. Genaro García Luna, bajo la presidencia de Felipe Calderón Hinojosa. Este sí con anclaje histórico, en diferente nomenclatura política. Lo que nos lleva a inferir que dicha conversación pública se ancla en una contradicción dialógica y dialéctica, pero no como exigiría un serio análisis histórico-dialéctico, que ensaye una interpretación más próxima a la realidad, tal como es la vida, como es el movimiento vital de los países y los pueblos. Así lo sentimos en nuestra cuarentena, ya dolorosa y cansina, del coronavirus invasor y depredador persistente, de vidas y fortunas, y haciendas y generador cierto de pobrezas laborales.
Esta es la narrativa cierta de la Historia. Por lo que, recurrir al argumento dialógico de que lo que importa es la supervivencia de un régimen que, aún no ha cuajado, porque históricamente no ha puesto los fundamentos reales de dicho cambio –tanto estructural como dinámicamente- en la geografía, la ecología, la población o demografía ciudadana, etc., pero que sí tiene encima miríadas de preguntas incómodas. Nos remonta necesariamente al momento de la transición política del PRI como estilo de gobernar, a Morena como nuevo estilo de reconstrucción nacional que se hizo realidad en los pasados comicios presidenciales; entonces, se impone la pregunta: ¿De qué hablamos cuando hablamos de cambio del bloque en el poder?
Me remonto a esta cuestión analítico-histórica, porque creo que es la manera apropiada de enfocarla.
Retomándola, diremos que los precursores del análisis histórico dialéctico, (uno entre los cinco modelos más dominantes: – (El clásico o de Kelsen en el Derecho, también aplicado en Ciencias Políticas o Teoría del Estado; el Sistémico, el Funcionalista, el Histórico-Dialéctico o de la Praxis (Leo Kofler); y el Marxista o marxiano propiamente dicho). Me concentro en esa cúpula visible del nuevo poder instalado en Palacio Nacional.
A este poderoso conjunto dirigente los analistas le llaman: el “bloque histórico”. Es decir a la unión indisoluble y a manera de vasos comunicantes entre los capitalistas que dan forma a la estructura económica o del Capital y los políticos que asumen el poder público del país y forman gobierno, y que por ello se designa como superestructura política, una de cuyas principales funciones es la establecer una ideología –o sistema de principios, valores y fines determinados- capaz de unir y aglutinar a todo el conjunto social del que son cabeza. (Nota mía. LJA. Reto histórico de las élites. Sábado 29 de Noviembre, 2014).
Respecto de lo cual, esos mismos precursores de este análisis sociológico, afirman lo siguiente: “El carácter dialéctico y orgánico de la relación entre la estructura y la superestructura del bloque histórico tiene dos consecuencias: – la naturaleza orgánica de esta relación permite delimitar un bloque histórico concreto; – la subvaloración de este carácter orgánico acarrea graves errores políticos” (Hugues Portelli, Gramsci y el bloque histórico, Siglo XXI Ed. 1973. México P. 59). (Referido por mí en: LJA. Los argumentistas de imaginaria. Sábado 10/11, 2018).
Dicho esto, la pretensión de los voceros, o propagandistas, o intelectuales que pretenden ser orgánicos al grupo de poder aglutinado en torno al presidente electo Andrés Manuel López Obrador, consistente en que están literalmente derrumbando, en este preciso momento histórico de México, el viejo régimen establecido por el PRI-Gobierno y su “mafia en el poder”; para instaurar “la cuarta transformación de la Nación”, como meta histórica que sucede a la Independencia, la Reforma de la República y la Revolución político social de México; lo quieren hacer saber a la ciudadanía que así sucede, porque están cambiando intencionalmente de “paradigma” político; y aducen al respecto los dichos y hechos con los que pretenden operar este cambio. Sin embargo, no hay, no se ve, no se oye que esté quedando constancia de este pretendido cambio; sí en las palabras – ergo, logocéntrico-, no en los hechos, la Historia.
Por lo que debemos concluir enfáticamente, sí están esbozando, apuntalando con palabras y conceptos ese cambio pretendido; sin embargo, en la realidad, en la historia, en la factualidad de la vida aquí y ahora, aún no está concretizado, no es visible, es todavía por tanto, un espejismo.