Desde la antigüedad, teoría y filosofía política tratan de argumentar origen, modelos, formas y funciones del poder político, así como y atribuir fundamentos a la cuestión básica de la legitimidad de los pocos que mandan (gobiernan) y los muchos, el resto de la sociedad, que obedecen. Cada sociedad y cultura, según su tiempo y “horizonte histórico”, han creado sus propias respuestas, las cuales surgen de las contradicciones de sus luchas internas: las visiones de la clase gobernante y las aspiraciones de los gobernados, especialmente de aquellos con ambición por alcanzar el poder.
Asimismo, el pensamiento político pretende establecer modelos de gobierno, ya sea reinos o repúblicas, las formas ideales y los propósitos de justicia que deben animar al gobernante, o el duro pragmatismo del poder. En el análisis acerca de estos temas altamente ilustra el ensayo de Leo Strauss sobre Nicolás Maquiavelo (1469-1527) (Historia de la filosofía política. FCE, 2017). Combino sus apuntes con los míos.
Después de siglos de deliberaciones, Baruch Spinoza reconoce el reino de la justicia sólo donde existan los hombres justos, lo cual no es sino una ilusión pues habrá vicios mientras haya seres humanos. Y si éstos no son ángeles (incluso en el reino celestial hay jerarquías y reglas, cuya vigencia es implacable) pueden degenerar en una horda de demonios. De tal manera, el régimen político no resulta de la virtud y la moral de los seres humanos, sino de la contención de pasiones y temores (Hobbes, Maquiavelo), por lo cual no es posible el reino o la república ideales en el sentido de justicia y moral (instinto de seguridad y paz inspirado por el temor, según Hobbes). El orden político realmente posible se convierte en ideal, no ideal imaginario sino ideal –prototipo o paradigma– deseable porque es posible. Y la eficacia de ese reino o república posibles no depende de gobernantes inspirados en la virtud o la sabiduría sino de políticos sagaces y calculadores (Maquiavelo, Hobbes). De ahí se siguen las enseñanzas y las admoniciones a quienes merecen ser príncipes, obtenidas a lo largo de la experiencia de reinos exitosos y reinos fallidos.
Ya sea mantener la república (que deseaba Maquiavelo) o el reino (que justifica Hobbes), o de crear un nuevo orden o transformar el existente, el gobernante debe imitar la fuerza del león y la astucia del zorro (Maquiavelo). Y, especialmente, según El Príncipe, en el caso de un esfuerzo fundador el ejemplo es Septimio Severo, “criminal en extremo sagaz”, pues al principio existe el terror, no la armonía ni el amor. Y su fundamento moral es la inmoralidad, así como el fundamento de la libertad es la tiranía. Al inicio provoca desconcierto, pero no es sino el principio de la comprensión (Leo Strauss).
Para el empeño de nuevos modos y nuevos órdenes, lo hace mejor el príncipe que el pueblo (Discursos sobre la primera década de Tito Livio), para lo cual “puede elevarse de una posición baja o abyecta por medio del engaño y no la fuerza”, en esto la historia muestra que “siempre habrá un engaño oculto”. Empero, Maquiavelo advierte del peligro de ponerse a la cabeza de algo aparentemente nuevo en perjuicio de muchos, especialmente cuando hay un conocimiento insuficiente de la historia, así lo nuevo no es sino el descubrimiento de lo antiguo, cuyas virtudes son, como en el paganismo, vicios resplandecientes. Por ello observa: la cantidad de bien y de mal siempre es la misma, cuanto cambia es la circunstancia de cada época, la cual induce a moderación (virtud) o a degeneración, en la inteligencia de los límites del reino o república o secta.
Ahora bien, previene, quien desee establecer un poder absoluto, conocido como tiranía, debe renovarlo todo. Nuevos magistrados y nuevas autoridades con nuevos nombres. Hacer pobres a los ricos y ricos a los pobres. No debe dejar intacta cosa alguna, y en todo rango o riqueza los súbditos deben reconocer la generosidad del príncipe.
En sus reflexiones sobre el pensamiento de Maquiavelo, Leo Strauss explica: “las renovaciones republicanas someten a toda la república, incluyendo al jefe, al inicial terror y miedo justo porque castigan el mal en forma visible y, por tanto, creíblemente”. Asimismo, apunta el símil entre la línea reflexiva de los Discursos y la Biblia cuando cita el Nuevo Testamento: “ha colmado de buenas cosas a los hambrientos, y ha enviado a los ricos con las manos vacías” (Plegaria de María al recibir la noticia de ser la madre del Mesías). Añade: “las causas que se originan en los seres humanos son los cambios de sectas… cuando surge una nueva, para adquirir reputación extingue la anterior”.
La alusión de Maquiavelo a la teología religiosa es para aseverar la preeminencia de la teología civil al servicio del Estado, y puede o no ser utilizada según las circunstancias.
En otra obra, citada por Strauss, La mandrágora, Maquiavelo indica que “la vida humana también pide un poco de ligereza”, la cual recomienda al príncipe, “imitando la naturaleza, que también es mutable”.
En la Ética a Nicómaco, Aristóteles acusa a los sofistas de “identificar la política con la retórica… creían o tendían a creer en la omnipotencia del discurso”.
Concluye Strauss: “Maquiavelo y Sócrates forman un frente común contra los sofistas… No se hacían ilusiones sobre la severidad y la dureza de la política”.