Por Juan Arnulfo Aldaco Velázquez
Cuando tenemos la oportunidad de viajar a distintas ciudades del país o incluso de Latinoamérica, nos damos cuenta de muchas similitudes que existen en estas urbes, específicamente en la forma urbana de los centros históricos. Las manzanas de estas ciudades son cuadradas y de dimensiones similares, generando una traza en damero. Además, casi todas cuentan con una plaza central, donde históricamente se ha concentrado el poder político, económico y religioso del asentamiento. Claro, esto no es coincidencia: cuando los españoles fundaban los primeros asentamientos urbanos de su imperio colonial en América, estos se rigieron por las Leyes de Indias. Mismas que entre otras cosas, contenían los principios sobre como deberían de planearse estas primeras ciudades españolas en América.
Sin embargo, a diferencia de otras ciudades del virreinato donde se buscaba concentrar y proyectar el poder de la corona española, Aguascalientes simplemente comenzó como un pequeño asentamiento de paso. Un lugar para el resguardo de los comerciantes y sus mercancías que viajaban entre las minas de Zacatecas y el centro del país. Debido a esto, la traza se fue desarrollando de manera irregular, lejos de los fundamentos establecidos por las Leyes de Indias. En Aguascalientes simplemente se construían calles a lo largo de caminos, haciendo caso a algún accidente geográfico o por alguna decisión de la autoridad del momento. Todo esto sin obedecer una gran traza rectora.
Y esto nos podría llevar a pensar que esta falta de planeación y previsión es responsable del “caos vial” que se vive en el centro de la ciudad. Aunque esto me parece que es solo un pequeño aspecto de la realidad de la ciudad. Si continuamos cometiendo el error de “intentar” de resolver solo el tráfico, olvidamos que la calle es espacio público e identidad. Incluso llegando a negar el gran valor y carga histórica que existe en las calles de esta ¿Por qué no ver oportunidades donde muchos ven problemas?
La irregularidad de la traza tiende a generar interesantes espacios, únicos en nuestra ciudad; esto en contraposición a una tendencia a la monotonía que la retícula urbana genera en otras ciudades del país. Simplemente veamos el caso de Zaragoza, una vía con un gran remate logrado por el Templo de San Antonio, mismo que no tendría lugar si solo se quisiera mover autos. O incluso una pequeña calle como el Codo, si vamos caminando hacia el norte, justo detrás de Catedral podemos ver como el Codo se abre hacia nosotros como una plaza, para más adelante girar y convertirse en un agradable corredor gastronómico.
Hay una cantidad enorme de accidentes en la traza, hoy subutilizados, pero con el potencial de ser potentes generadores de alegría
Cuando andamos por la ciudad, hay una fascinación y encanto cuando nos topamos con estos pequeños espacios públicos. Cuando vamos caminando y al girar en una calle nos encontramos con una pequeña plazuela animada con música y personas disfrutando, quedando en evidencia el goce de vivir. Hay belleza en este sitio. Y esta podría ser la realidad de Aguascalientes, hay una cantidad enorme de accidentes en la traza, hoy subutilizados, pero con el potencial de ser potentes generadores de alegría. Ahí esta el cruce de José María Chávez y Pimentel, o Álvaro Obregón y Ramón López Velarde, esto por mencionar algunos. Si lo analizamos hay espacio suficiente para pequeñas y agradables plazas públicas.
El reconocimiento del patrimonio y valor de la traza urbana nos permite valorar el origen e historia de la ciudad. Y asimismo formar nuestra identidad. Cada irregularidad es “excepcionalidad”, si los intervenimos con sensibilidad y recuperamos la escala humana, fortaleceremos el tejido social y el encanto de Aguascalientes. Y esto podría hacer nuestra ciudad llena de magníficos accidentes, donde el placer de vivir está siempre en presente. Finalmente, vuelvo a cerrar citando a Emilio Santiago Muiño:
“La ciudad, cuando se ha dado a escala humana, ha sido el espacio donde han cuajado las riquezas de lo posible. Pero hoy la ciudad se muere de hipertrofia bajo el efecto destructor de un oscurantismo totalitario y reduccionista: el del fetichismo de la mercancía, del que no hemos sabido liberarnos”.
¿Qué haremos de Aguascalientes, una ciudad de accidentes o de excepcionalidades encantadas?