El homicidio que hace tropezar a Trump - LJA Aguascalientes
22/11/2024

APRO/J. Jesús Esquivel

 

“Ley y orden” es el lema de Donald Trump ante las manifestaciones en Estados Unidos que condenan el racismo, la fuerza bruta policial en el homicidio de George Floyd y ventilan una posible derrota electoral del presidente.

Decenas de miles de estadounidenses, exigiendo el cambio de rumbo político en su país, desbordaron las calles en más de 170 ciudades y poblaciones, poniendo en la antesala de la esperanza la posibilidad de elegir a un nuevo presidente el 3 de noviembre próximo.

Asesinado el 25 de mayo por el policía Derek Chauvin, quien puso su rodilla sobre el cuello de la víctima ocho minutos para someterlo, Floyd podría ser el generador del fin del presidencialismo despótico de Trump.

Las manifestaciones que se iniciaron en Minneapolis, Minnesota, donde fue asesinado el hombre negro ante la complacencia de tres policías compañeros de Chauvin, se expandieron raudas como el Covid-19 hacia otras urbes estadunidenses, sobre todo a las más emblemáticas.

El coraje e impotencia de la comunidad negra ante un hecho inobjetable de racismo y abuso policial contagió a una parte de la sociedad que salió a las calles a manifestarse y a la que Trump amenazó de dominar como dictador.

Las protestas pronto se tornaron en disturbios y actos vandálicos… Ante ello, Trump amenazó el lunes 1 con sacar al ejército para controlar a los manifestantes, si los gobernadores no usaban a la Guardia Nacional.

Tres días antes, centenares de manifestantes –la mayoría jóvenes– se reunieron frente a la Casa Blanca, reclamando justicia para Floyd y reformas a las instituciones policiales.


Intimidado por la presencia y mensaje de los manifestantes, el Servicio Secreto decidió esconder y resguardar a Trump en el búnker presidencial. En un hecho histórico, apagaron las luces de la Casa Blanca… Es una imagen que metafóricamente expuso la realidad que se vive en Estados Unidos.

“Si una ciudad o estado rechaza tomar acciones necesarias para defender la vida y propiedades de sus residentes, desplegaré a las fuerzas militares para rápidamente resolver el problema”, sentenciaba Trump ese lunes, mientras afuera de la Casa Blanca se acumulaban los manifestantes.

“Estoy enviando a miles y miles y miles de soldados fuertemente armados, personal militar y agentes de la aplicación de la ley para detener los disturbios, robos, vandalismo, asaltos”, arremetía Trump intentando intimidar a los manifestantes en todo el país.

Minutos después del mensaje de Trump, agentes federales y efectivos de la Guardia Nacional, con gases lacrimógenos y balas de goma, replegaron a quienes se manifestaban frente a la mansión presidencial para que el presidente pudiera atravesar libremente la calle.

Trump caminó por el parque ­Lafayette y, posando con una Biblia en la mano, se paró frente a la iglesia de San Juan. Para ese entonces los manifestantes ya habían sido sometidos con violencia. A partir de ahí, como en efecto dominó, aumentó el deterioro político del primer mandatario.

Joe Biden, exvicepresidente y virtual candidato a la Casa Blanca por el Partido Demócrata, recriminó al mandatario por posar con la Biblia y por el ataque sin sentido contra los manifestantes, haciendo eco a la voz de condena de líderes religiosos que se indignaron por el uso del texto sagrado: “No permitiremos que cualquier presidente nos silencie, no dejaremos que aquellos que ven esto como una oportunidad de sembrar caos avienten una cortina de humo para distraernos de las quejas legítimas que están en el centro de estas protestas”.

Las críticas aumentaron de tono, relevancia y cantidad, así como el deterioro de la posición del presidente. Las decenas de manifestaciones en todo Estados Unidos empezaron a tornarse más pacíficas, incluso con el abucheo e intento de control entre los mismos protestantes a quienes intentaron violentarlos con actos vandálicos a propiedades y negocios.

 

Desmarque

El miércoles 3 Mark Esper, secretario de Defensa de Trump, rompió filas con su jefe rechazando la propuesta de militarizar las calles para disuadir y sofocar las protestas.

“La opción de utilizar a las fuerzas militares en servicio para la aplicación de la ley sólo debe ser utilizada como el último recurso en las situaciones más extremas y urgentes”, definió Esper, quien, contrario a Trump, dijo que las tropas están para defender los derechos civiles.

Momentos después de que hablara Esper, también lo hizo su antecesor, el general Jim Mattis, quien renunció al cargo en protesta por la orden presidencial de retirar las tropas de Siria en 2018.

“Donald Trump es el primer presidente que no ha tratado de unir al pueblo estadunidense y que ni siquiera ha pretendido intentarlo; en lugar de hacer eso, persiste en dividirlo”, manifestó Mattis en una declaración escrita que dio a conocer la revista The Atlantic.

“Estamos siendo testigos de las consecuencias de tres años de un esfuerzo deliberado de esto (dividir a la sociedad estadunidense), estamos atestiguando las consecuencias de tres años sin un liderazgo con madurez”, arremetió el general que goza de respeto entre los jefes del Pentágono.

Más que las palabras de Esper, las de su exsecretario de Defensa hicieron mella en el ego del comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, quien por decreto constitucional tiene la prerrogativa, por encima de cualquiera, de militarizar su país.

En su cuenta de Twitter, Trump intentó denostar a Mattis al escribir que “es el general más sobrevaluado en el mundo al que le pedí su carta de renuncia con la que me sentí bien. Su apodo era Caos, que no me gustó y cambié por Perro rabioso”.

La descalificación de Trump a Mattis desató la irritación entre jefes militares en el Pentágono que denunciaron intentos de la Casa Blanca por politizar a las fuerzas armadas para fines electorales y ante una crisis social generada por el racismo de las fuerzas policiales civiles.

Agregando su voz a la de Esper y ­Mattis, y a la de sus antecesores Jimmy Carter y George W. Bush, el expresidente Barack Obama también expresó su simpatía por la causa de los manifestantes haciendo un llamado a las autoridades estatales a reformar a las agencias policiales.

“Las manifestaciones son una realidad de la movilización y organización de los jóvenes que han salido a defender y a buscar un cambio. Como sociedad hay que aprovechar el momento creado”, expresó Obama.

Todas las voces opositoras a militarizar los mecanismos de control y vigilancia de las manifestaciones, a diferencia de Trump, reconocen que el racismo sigue corriendo por la vena social del país.

El nuevo despertar contra el racismo y por el uso excesivo de la fuerza policial (que parece cíclico) entre la sociedad estadounidense, incrementó la esperanza de Biden y de los demócratas de poder arrebatarle la presidencia a Trump y a los republicanos.


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