Mario Gensollen y Marc Jiménez-Rolland
Mientras florece el estudio de la democracia deliberativa (la ‘teoría’), su ejercicio en las principales instituciones políticas (la ‘práctica’) es deficiente. Como han señalado Amy Gutman y Dennis Thompson, como parte de la teoría democrática normativa, la democracia deliberativa tiene el objetivo crítico de oponerse al status quo, pero entre sus valores centrales se encuentra ejercer el poder proporcionando razones para justificar leyes y políticas, así como expresando respeto mutuo.
Aunque la deliberación escasea en las instituciones gubernamentales más prominentes, florece en sitios menos visibles. (E.g., la Cumbre Global de la Organización Mundial de la Salud en 2014; la Comisión Presidencial de EUA para el Estudio de Cuestiones Bioéticas de 2010 a 2016; Asambleas de Ciudadanos en Columbia Británica, en Canadá y en Holanda; el presupuesto participativo en Porto Alegre).
¿Dónde requiere deliberación la democracia? A nivel general, depende de lo que digan las teorías de la democracia deliberativa sobre las libertades, oportunidades, obligaciones y responsabilidades democrática básicas. Además, depende de injusticias en contextos políticos y sociales particulares: se requiere cuando hay desacuerdos contenciosos, falta de respeto mutuo, exclusión sistemática de personas en desventaja, falta de consideración rampante de hechos y valores.
A veces se cree que sólo hace falta deliberación al decidir sobre asuntos de valor, no en cuestiones de hecho. Pero muchos asuntos de políticas públicas dependen en parte de cuestiones de hecho, investigación empírica y estudios científicos técnicos. La democracia deliberativa debe llevar estas discusiones empíricas a sus foros. Incluso donde están en juego la vida y las libertades civiles básicas (e.g., en el manejo del brote de ébola en 2014-2016), la deliberación ha dado mejores resultados que la asesoría científica a representantes políticos. Así, tal como los científicos no deberían hacer políticas públicas sin ética, los moralistas no deberían hacer políticas sin ciencia.
Para decidir deliberativamente sobre asuntos técnicos de interés público deben diseñarse cuidadosamente estándares y procedimientos. Por ejemplo, al decidir sobre la donación mitocondrial (una técnica para prevenir enfermedades transfiriendo el núcleo del óvulo materno con mitocondrias saludables) en el Reino Unido se efectuaron talleres deliberativos, reuniones de consulta abierta, un muestreo representativo, grupos focales de pacientes y un cuestionario de consulta abierta. Aunque no fue lo único, la deliberación pública fue parte importante de este proceso. Convendría especificar de manera más explícita y sistemática los principios que definan el papel de los expertos, así como la interacción entre hechos y valores.
La deliberación puede extenderse más allá de las fronteras nacionales. En estos casos, surgen de manera inevitable cuestiones en torno al relativismo de valores. Hasta ahora, sobre asuntos de interés universal (e.g., cambio climático), los ciudadanos parecen compartir en grado suficiente perspectivas morales para llegar a acuerdos, a pesar de iniciar con desacuerdos sorprendentes. Valdría la pena estudiar las precondiciones óptimas para deliberar entre personas con distintas concepciones morales y principios éticos.
No todos los procesos de toma de decisión democrática deben ser deliberativos. (E.g., no sería realista ni deseable que las campañas políticas fuesen deliberativas, pues son interacciones estratégicas y competitivas.) La democracia deliberativa requiere otras formas de toma de decisión no deliberativas. Aun así, la deliberación es el mejor método para decidir qué prácticas deben ser deliberativas y cuáles no: todo procedimiento debería ser deliberativamente ‘defendible’. Hay que desarrollar criterios para evaluar la relación entre formas de toma de decisión deliberativas y no deliberativas. No sólo deben compararse; también debe estudiarse cómo podrían interactuar y trabajar en conjunto.
¿Qué requiere la deliberación de la democracia? A medida que crece el interés por la democracia deliberativa, toda clase de discusiones se denominan ‘deliberación’. Sin embargo, para cumplir con sus valores centrales, la deliberación política debe estar ligada a la toma de decisión pública, con argumentos que justifiquen mediante razones y traten a los participantes con respeto mutuo.
La discusión informal en pequeños grupos puede servir como preparación para la deliberación política. Las clases pueden enseñar técnicas deliberativas y usar conversaciones informales como práctica para la deliberación política. Pero en estas estrategias educativas los participantes no tienen el poder de tomar decisiones o la autoridad para hacer recomendaciones a los tomadores de decisiones; no puede hacérseles responsables de llegar a una decisión. Además, no se da cabida a otras formas de expresar puntos de vista que requiere una democracia deliberativa robusta, como protestas, manifestaciones y huelgas.
Enfatizar el papel de la deliberación en la toma de decisión democrática hace surgir varios problemas teóricos: ¿cómo se debe constituir y justificar la autoridad de cuerpos deliberativos (e.g., comisiones)?, ¿en qué medida deben ser representativos?, ¿cuál es la fuente de su autoridad democrática? La deliberación en la democracia no sólo requiere confianza pública, sino también apoyo institucional. Hace falta una preparación elaborada de estructuras institucionales, con una organización intrincada. Por otra parte, la debilidad o ausencia de las instituciones podría imponer prioridades y modelar las exigencias de la teoría sobre la práctica en la democracia deliberativa.
Por último, hay una tensión entre deliberación y democracia. Aunque la deliberación no es democrática, tampoco puede ser impuesta. Para que los ciudadanos aprecien su valor y desarrollen sus destrezas, la educación cívica debe desempeñar un papel crucial. Una manera que parece efectiva es permitir la discusión de asuntos de actualidad en escenarios educativos, alentando el análisis y la crítica de múltiples puntos de vista. Esto quizá no es suficiente; podría incluso ser un retroceso “si el profesor ve como el único propósito de debatir asuntos controversiales sólo ayudar a los estudiantes a clarificar sus propios valores y articular de manera más efectiva sus propios puntos de vista. La educación para la deliberación debe enseñar a comprender puntos de vista diversos y adecuarlos a empresas colectivas. Para promover las virtudes deliberativas los ejercicios de salón pueden acercarse a condiciones de toma de decisiones en las que los estudiantes deben llegar a acuerdos sobre asuntos controversiales que afecten a todos colectivamente (e.g., sobre reglas de conducta). Para mejorar la deliberación política se requieren estudios teóricos y prácticos de los objetivos y fines de la educación democrática.
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