“Gracias por tu sonrisa y por la esperanza que me diste”
Querido padre te escribo desde el fondo de mi corazón, porque no hay un lugar más adecuado para hacerlo; solo en el lugar más sagrado es de donde pude expresarte estas letras, se que en vida las vivimos y las celebramos, pero no quiero dejar pasar la ocasión y aunque físicamente ya no estés quiero que sepas que siempre te llevaré en mi corazón y seguiré avanzando tal y como me decías de niño; sin detenerme.
La vida se va en un abrir y cerrar de ojos, la vida es un instante.
Debo de confesarte que tenía mucho miedo de escribir, pues sabía que rompería en llanto, y así ha sido, no puedo negar que te extraño, te extraño mucho viejo, pero también hay sentimientos encontrados, le agradezco cada día de mi vida al Gran Arquitecto del Universo por haberme dado un padre como tú, se que todos vamos caminando al mismo destino, pero también sé que la vida no termina aquí.
Siempre fuiste un hombre de paz y de tranquilidad, siempre te acercaste a mí en las adversidades más caóticas que la vida me ha puesto como pruebas, siempre estuviste cuando el frío quemaba y cuando el miedo mordía, estas letras son memoria de agradecimiento. El día que te fuiste pude sonreír porque no me quede con nada que decirte, porque no quedo pendiente ningún abrazo, en vida querido padre, en vida disfrutamos tanto, cada domingo, cada comida, cada anécdota política y cada instrucción también.
La vida son esos momentos que nos quitan el aliento, la muerte es el momento que nos arrebata el aliento.
Te fuiste a un mes y una semana de mi boda, tal vez, estabas esperando a que diera ese paso, ahí el 21 de marzo brindamos por última vez, tu firma fue plasmada en mi acta de matrimonio, y te vi feliz, te vi sonreír, nos vimos felices y nos abrazamos en familia, tal vez solo me estabas acompañando y cuidando en ese momento de mi vida, como lo hiciste en muchos otros, como cuando di mis primeros pasos y me cargabas en el jardín borda. Fuiste un gran padre, un ejemplo que siempre seguiré.
Dicen que llorar es de valientes, escribir sentimientos también lo es, cada tercer día recibía una llamada tuya, eras muy atento de lo que me pasaba, y en la tesitura del vino, también es una botella muy frágil que en cualquier momento se puede romper. Después de la boda te visite en dos ocasiones para llevarte libros y en otra pudimos comer en casa por última ocasión, recuerdo que te dije “en cuanto pase esto volveremos a brindar juntos querido padre”. Debo de confesar que tenía la esperanza de que cuando terminará la pandemia, podría volver a convivir contigo, ya tenía tu botella de whiskey preparada, pero ese momento no llegó y nunca llegará, porque así es la vida, se nos escapa en un abrir y cerrar de ojos, se va tan rápido como una copa de vino tinto. La liturgia siempre nos dice y nos hace hincapié en hacer todo en vida y así lo hicimos querido padre.
El Gran Arquitecto del Universo, me dio la oportunidad de estar junto a mi padre en sus últimas horas, mientras el mundo se quebraba por un virus, tu estabas ecuánime, pude ver tu última mirada y tomarte tu mano que a cada segundo se iba enfriando, sé que no es un adiós, es un hasta pronto. En las montañas azules te abrazaré muy fuerte otra vez y ahí con una sonrisa inefable volveremos a brindar y a celebrar la vida sobre la muerte.
En este día tan especial, te recuerdo y te bendigo, espero que estés orgulloso de mi. Coronados de gloria vivamos y sino con gloria juremos morir. Siempre brindare por ti. Te quiero mucho, larga vida querido padre.
In silentio mei verba, la palabra es poder.