El día del albañil
Ayer, desde muy temprano, empezaron las explosiones. El año pasado me prometí que no olvidaría esta fecha, la Santa Cruz, ese día enfadoso cuando los albañiles tiran sus tradicionales cohetes. No sugiero que los critique o vendrán algunos encapuchados a sacarle el corazón en la cima de las pirámides que nos quedan, porque sólo así se defiende LA CULTURA. Nico, mi basset hound, al escuchar el primer estallido empezó a temblar, poco sospechaba que temblaría toda la mañana y toda la tarde, porque las construcciones a nuestro alrededor no faltan y toda la perrada que vino a trabajar, también trajo sus palomas y otros polvorines chillones para celebrar y agradecer a gritos la piedad de Cristo y su familia, sagradísima familia, misericordiosa y buena y blanca. No enfermarás, comida no te faltará y tu vida será posible, pero avienta la maldita pólvora a los cielos. Sabemos de sobra que ellos no están en cuarentena, que no pueden encerrarse (porque, susurran los enemigos invisibles, somos privilegiados y por ello también deberíamos estresarnos, no faltan mundos que podamos cargar sobre los hombros, Atlas diminutos y personalísimos, piensa en ello mientras tragas cualquier cosa), albañiles que deben trabajar hasta donde les deje la calle, el virus, el gobierno, sus patrones y, sobre todo, dios bendito que está clavado en la cruz mirándolos preparar la mezcla, los ladrillos y los taquitos de frijoles enchilados con la caguamita a un lado. Dios ha hablado: “La tierra es amplia, hijos míos, si hay un espacio libre, no lo deje para su casita de animal crossing, mejor siembren los cimientos y construyan la siguiente Torre de Babel en conmemoración mía”.
Los grupos paranoicos
Mi mamá me llamó para preguntarme cómo estoy. También me contó que sigue trabajando. Todos los días toma un camión o un taxi para ir a su oficina donde se encierra de noche y mira unas pantallas. Es un trabajo holgado, así lo describió ella, y creo que tiene razón. Después hablamos del coronavirus, de las noticias falsas, de los rumores. Todos tenemos ese grupo de Whatsapp que comenta las noticias, las amplifica, las hace cada vez más verdad aunque son mentira. Recuerdo simple y obvio: el título de la novela de Daniel Sada. Tuve que tener mucha paciencia y explicarle a mi mami (las madres se hacen mamis cuando uno tiene que explicarles algo) que los viejos son el primer objetivo de las notas falsas, porque los viejos están aburridos, los viejos ya no investigan y diseminan la información para tener algo que contarle a sus hijos, a sus nietos, a sus hermanos. Mi madre fue a comprar no sé qué medicamento para tomárselo en cuanto sienta el primer dolor de cuerpo o la primera fiebre. Mamá, le dije, nada más estás quitándole el medicamento a alguien que lo necesita. Pero dice que se lo dijo su amigo doctor, exdirector de sabe cuál hospital del IMSS (información sin confirmar), y yo giré los ojos porque me pareció posible. Incluso los guardianes de la salud envejecen, se hacen tontos, entre la arrogancia y la pereza se entregan al refugio de las noticias falsas, del lenguaje ambiguo que parece verdadero, de las universidades ficticias o que son escudo para ciertos intereses. Lo único que debes saber, le dije a mi mamá, es que debes lavarte las manos, toser hacia adentro y mantener tu distancia, es la única seguridad que tenemos en esta vida. Y ella me dio la razón para darme una tranquilidad y todos estuviéramos en paz. Todos en paz.
Las muchachas que se encueran en reddit
Cierro los ojos, escarbo adentro (las paredes de mi cordura) y un animal me está mirando. No sé exactamente cómo es: tal vez es pequeño, patético, rojo y despeinado; tal vez es grande, gordo, flemático y gruñón. El animal está mirando, como se sabe encerrado, disfruta la poca piel que puede encontrarse en todas partes. No sólo en casa, pero en las pantallas y las nubes. Hay hambres que nunca se acaban, que siempre están a una garnacha de explotar (diré que este es el eufemismo más elegante que he utilizado para referirme a ciertos ánimos onanistas). Quizás, como estamos atrapados, damos rienda suelta a impulsos extraños, antes ajenos o indeseables. He notado, alegremente, un aumento exponencial en las selfies de instagram por parte de muchachas y señoras que nunca se las tomaban. Escotazos, minifaldas y pañuelito verde pero mi boquita bien cerrada. Mi propia esposa a veces me sorprende con unas sonrisas en sus perfiles de Whatsapp y sabe qué otras redes, que me hacen exclamar: “órale, cuál primo querrá invitarle unos tacos”. Hace unos meses me uní a reddit para leer algunos foros y descuidada e inopinadamente me suscribí a uno de muchachas exhibicionistas. Entre “I’m Sorry Jon” y el foro de AMD, aparecieron unas chichis y no protesté. Si reddit piensa que soy INCEL, está bien. En ese foro, todo el tiempo están mostrando algo, sin cara y sin detalles, pero se ofrecen para todos los animalitos del encierro, feos y bonitos, calladitos y estridentes, despeinados y guapachosos. Lo que en otros lados se llamaba like y fav, aquí son upvotes, votaciones arriba, y entre más votadas estén (inserte chiste de unas canicas o unas chifladas aquí), más visibles son dentro de su foro y tal vez otros. La mayoría de estas muchachas y señoras, también señoras, titulan sus fotos como: “ya me harté de estar encerrada, nunca hago esto, espero que les guste” y uno se inventa una historia pornográfica y dulce, como las de aquellas revistas que ya no existen, y cuyo contenido se ha relegado en sitios oscuros, fan fiction o la imaginación de los cerdos ociosos.