Aparte de festejar a los maestros el 15 de mayo, también se celebra a San Isidro Labrador. En estas tierras no es un santo popular, quizá por aquello de “quita el agua y pon el Sol”. Digo, porque en realidad aquí siempre necesitamos más agua; siempre más y, que yo recuerde, nunca ha hecho falta rezar semejante oración. Aparte, no hay en la geografía estatal una comunidad económicamente importante, así como para adoptarlo como su santo patrono, organizarle una feria de nueve días con corrida de toros incluida, pólvora todas las noches, charreadas, volantines, cenadurías, jóvenes en edad de merecer y de divertirse, borrachos, limosneros y raterillos de poca monta…
Pero sí hay en Aguascalientes un lugar que le profesa una veneración especial a este santo ibérico. Lo que pasa es que es un pueblo todo humildad, y por eso no se nota. Me refiero a San Antonio de los Ríos, un rancho que se encuentra en la ribera occidental de la Presa Calles, y a este santo está dedicada la dancita que aparece en la imagen.
En Aguascalientes uno levanta una piedra y encuentra una danza de matlachines –es un decir-. En cambio las danzas de pluma como la de San Antonio, son raras; quizá se cuenten con los dedos de una mano…
El que resiste subsiste… Contra la pobreza y la ignorancia, contra esa perspectiva dominante que voltea su mirada hacia otro lado, y desprecia manifestaciones como esta por considerarlas fruto de un atraso ancestral, prácticas como esta sobreviven, y se transmiten de viejos a jóvenes; a niños, como sea; como se pueda.
De esta forma garantizan su continuidad y vigencia, en el contexto de un mundo que se rige por las deidades de los ancestros y los ciclos naturales, para quienes hay que danzar, como si de ello dependiera la continuidad de la vida; la garantía de que el Sol saldrá mañana. Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a [email protected].