¿Y la transformación? - LJA Aguascalientes
21/11/2024

En más de dos ocasiones he leído comentarios de personas que se alegran porque al presidente López Obrador no le está yendo nada bien. A pesar de ser producto de la polarización “lopezobradorista” proferida desde Palacio Nacional, me parece, en el mejor de los casos, una lectura incorrecta. 

La verdad es que si a un gobierno le va mal, es probable que a todos sus gobernados también les vaya mal. Y ese es el caso de la presente administración. 

Al tomar el poder, López Obrador prometió sentar las bases estructurales e institucionales de lo que él denominó: la Cuarta Transformación de la vida pública de la nación. Sin embargo, a quince meses de haber tomado las riendas del país, millones de mexicanos se preguntan dónde es que quedó esa transformación. 

El gobierno de Andrés Manuel, hay que decirlo, tomó decisiones con plena consciencia de las consecuencias que éstas traerían, pero lo cierto es que no calculó el tamaño de las mismas.

Lo hicieron envalentonados, sabiéndose una fuerza política con mayoría en ambas Cámaras del Congreso y con un respaldo social holgado pero no absoluto, pues hay que recordar que la elección del 2018 se ganó con 30 millones de votos, de una población total de ciento veinte millones de personas. 

Así, sin más, los primeros meses de gobierno cancelaron millonarias inversiones como la del aeropuerto de Texcoco, el tren interurbano México-Toluca y otros 59 proyectos de infraestructura heredados del sexenio anterior, que ya no fueron considerados en el PEF2019. 

Así, sin más, dieron marcha atrás a la reforma educativa aprobada en 2013, que si bien era perfectible, había devuelto la rectoría de la educación al Estado Mexicano. Junto con sus aliados en el Congreso, el partido del Presidente decidió regresar el control a los sindicatos porque tenían que saldar la deuda electoral. 

Así, sin más, el gobierno de la Cuarta Transformación amenazó con revertir la reforma energética, que comenzaba a dar aire al sector y con un manotazo sobre la mesa, detuvieron las nuevas licitaciones hasta que los 110 contratos en marcha arrojaran resultados sustanciosos, como si se tratase de sacar el aire de un globo.

Así, sin más y bajo el mero pretexto de la “austeridad”, machetearon el presupuesto de sectores como salud, turismo, cultura, ciencia, infraestructura municipal y estatal; y de dependencias fundamentales como el IMSS; para destinar los recursos a obras faraónicas como el Tren Maya, Dos Bocas y Santa Lucía, y para subvencionar además los programas clientelares que les representan votos, pero no así desarrollo y bienestar de los mexicanos. 


Así, sin más, concibieron la creación de una Guardia Nacional a la que ataron las manos en el terreno de combate, provocando incertidumbre, humillaciones y ataques en contra de los elementos de las Fuerzas Armadas. Constituyeron un frente estéril de seguridad, contra la vorágine que es la delincuencia organizada. 

Hoy lo que vemos está lejos de esa transformación prometida. 

El gobierno de López Obrador tiene prácticamente el “agua hasta el cuello”, pues la economía está cerca del colapso en medio de una crisis internacional; el sector salud está en quiebra, en medio de una pandemia histórica que ha sacudido a las potencias del mundo; el Estado de Derecho no existe prácticamente, pues el propio presidente se deja retratar con familiares del mayor ícono del narco mexicano y por si esto fuera poco, el respaldo holgado de su administración se ha diluido en el primer año de gobierno. 

Yo no quiero que le vaya mal al Presidente, nunca lo he querido, porque eso implicaría el fracaso de las instituciones, la economía y el sistema político del país. 

Yo no quiero que le vaya mal al Presidente, pero éste se empeña en hacer inviables acuerdos, estrategias y proyectos de gobierno compartidos. Se le olvida que México es más que un gobierno y un partido. Se le olvida que México somos todos y que aquí estaremos incluso cuando él y los suyos se hayan ido.


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