En las últimas semanas, México ha permanecido en vilo ante la amenaza latente del Covid-19, la enfermedad infecciosa causada por el coronavirus que ha mantenido prácticamente al mundo entero en alerta por su acelerada propagación, y que ha obligado a diversos países a tomar medidas drásticas para desacelerar el número de contagios. El alcance global de esta crisis sanitaria nos demuestra que, a pesar de los grandes avances tecnológicos y científicos de las últimas décadas, los seres humanos somos vulnerables a muchas situaciones que pueden poner en riesgo la salud y estabilidad psicológica y emocional. No obstante, estas situaciones permiten abrir nuevos espacios de reflexión para repensar no sólo el futuro que queremos como humanidad, sino también la forma cómo queremos lograrlo. En ese sentido, esta contingencia podría motivar una discusión más amplia e integral acerca de la relación innegable que existe entre las ciudades –en las que vivimos más de la mitad de la población mundial– y la salud pública. Veamos.
Históricamente, las ciudades han estado relacionadas con grandes pandemias de la humanidad, en parte porque la proximidad entre personas facilita la transmisión de enfermedades contagiosas, como sucedió, por ejemplo, durante la Plaga de Atenas en el año 430 a.C., en la que se dice perdió la vida un tercio de la población de esa ciudad, o la Plaga de Justiniano, que en el año 542 d.C. mató a un cuarto de la población de Constantinopla, antigua capital del imperio bizantino. El Covid-19 nos muestra nuevamente que el contacto físico entre personas contribuye a la propagación de enfermedades contagiosas, lo que suele ocurrir con mayor velocidad en las ciudades, pues, como bien dice Edward Glaeser, economista de la Universidad de Harvard, “las ciudades son la ausencia de espacio físico entre personas y empresas. Son proximidad, densidad, y cercanía”.
¿Lo anterior sugiere entonces que para prevenir nuevas pandemias debemos revertir los procesos de urbanización para disminuir la aglomeración de las personas? Desde luego que no; las ciudades son quizás la principal fuente de prosperidad de nuestros tiempos, y en ellas existen mayores y mejores oportunidades para acceder a una vida mejor. Por ejemplo, en su libro El triunfo de las ciudades, Glaeser asegura que a medida en que la proporción de la población urbana de un país aumenta 10 por ciento, el rendimiento per cápita aumenta en promedio 30 por ciento; mientras los ingresos per cápita pueden ser hasta cuatro veces más altos en países donde la mayoría de su población vive en ciudades que en aquellos con una mayor proporción de población en zonas rurales.
Esos beneficios se deben en gran medida a la densidad poblacional, la cual facilita precisamente la proximidad entre personas, empresas e instituciones, lo que a su vez produce economías de escala que impulsan el crecimiento económico, la productividad y el intercambio comercial. Igualmente, la densidad poblacional permite acelerar la transmisión de conocimiento e intercambio de ideas, que, en conjunto, fomentan la creación cultural, la innovación, y la educación, lo que sin duda contribuye al desarrollo humano y económico. No es casualidad, entonces, que en la actualidad más de la mitad de la población mundial viva en ciudades, mientras en México esa proporción alcanza incluso el 80 por ciento.
Las lecciones que resulten del Covid-19, por tanto, deberán ayudarnos a entender mejor cómo maximizar los beneficios de la urbanización, y, al mismo tiempo, hacer de las ciudades lugares más saludables. Es probable que en el futuro se presenten nuevas epidemias; por ello, es oportuno que desde ahora pensemos en maneras de aminorar su impacto en la salud y en la economía de las personas, y en qué pueden hacer la ciudades para ello. En la historia, las crisis sanitarias han representado puntos de inflexión en materia de planificación, diseño y gestión de las ciudades, como sucedió a finales del siglo diecinueve en Barcelona, donde una grave crisis de cólera relacionada tanto con el aumento de las actividades industriales como con la insuficiencia de servicios básicos, el hacinamiento y la oferta reducida de espacios públicos, motivaron una reforma importante al urbanismo de la época, que quedó representada en lo que se conoce como el Plan Cerdá.
La actual crisis sanitaria representa una nueva oportunidad para repensar la manera en que coexistimos en una mundo cada vez más urbanizado, en el que sin lugar a dudas seguirán presentándose retos importantes de salud pública, pero en donde también existen muchas maneras de hacer de las ciudades lugares más prósperos y saludables. Existe evidencia suficiente que demuestra, por ejemplo, que el acceso a los servicios básicos y la calidad de la vivienda influyen directamente en la salud de las personas; igualmente, se conoce que la motorización puede aumentar enfermedades respiratorias, mientras la disponibilidad de espacios públicos y áreas verdes puede influir en la actividad física y la salud mental de la población. La crisis del Covid-19, por lo tanto, podría servir para repensar también la manera en que la planeación, el diseño y la gestión urbana, pueden contribuir a garantizar mejores condiciones de salud en las ciudades.
fernando.granados@alumni.harvard.edu / @fgranadosfranco