La pandemia del Covid-19 ha cimbrado nuestro mundo de muchas maneras y recién empezamos a analizar sus efectos. En entregas anteriores hemos hablado sobre cómo la disminución de la actividad humana ha tenido ciertos efectos positivos en indicadores ambientales, de cómo la coyuntura puede ser aprovechada para un replanteamiento civilizatorio y qué cambios podemos ir adoptando para mejorar las condiciones ambientales de nuestro planeta. La contingencia también nos ha permitido estudiar diagnósticos documentados sobre el origen de la actual y otras pandemias, como el de la Fundación Franz Weber, así como propuestas para transitar a un mundo Post-Corona fincado en el decrecimiento. Con ese escenario, en este texto se desplegarán de manera sucinta las lecciones ambientales fundamentales develadas por la pandemia del Covid-19.
- La ciencia frente a la complejidad.
La contingencia nos ha enseñado que se necesitan datos y pruebas científicas para obtener conclusiones y resultados fidedignos y fehacientes en situaciones de complejidad y variabilidad. Los conflictos socioambientales detonados y por gestarse en relación con la Emergencia Climática deben, entonces, involucrar a equipos científicos interdisciplinarios dotados con los recursos adecuados.
- La comunicación frente a la incertidumbre.
Las personas y las comunidades están dispuestas a hacer cambios esenciales, incluso sacrificios, cuando entienden qué se les pide y por qué. Los equipos de profesionales en comunicación son vitales, no sólo para vincular las indicaciones de la ciencia y las directrices de la administración pública con el actuar de la ciudadanía, sino para también hacer frente al ruido provocado por la desinformación y las noticias falsas. A la fecha, Maldito Bulo ha contabilizado más de 470 comunicaciones falsas de la infodemia del Covid-19, explicada por Prodavinci; cual si fueran el propio virus, dichos bulos mutan según el código cultural, la plataforma electrónica o el canal mediático que les permita seguirse reproduciendo y propagando exponencialmente.
- Credibilidad frente a la conspiranoia.
Experiencia, buena voluntad y confiabilidad son cualidades imprescindibles para elegir a la persona que encabece los esfuerzos y detente la vocería. Al ser expresiones de la colisión de intereses, los conflictos socioambientales no sólo deben ser abordados con solidez científica y propuestas de política pública congruentes, sino con la consideración de que la credibilidad deber ser blandida ante discursos demagógicos, reduccionistas y de conspiración.
- Política pública frente al autoritarismo.
Al involucrar a diversos sectores, tanto en sus causas como en sus efectos, las crisis requieren del concierto de todas las voces y la participación de todas las manos. Si bien circunstancias extraordinarias puedan llamar a medidas excepcionales en el corto plazo, en la prevención, mitigación y resolución, deben ser las políticas públicas las que imperen por sobre las acciones gubernamentales.
- Colectividad frente al individualismo.
La falta de educación cívica orientada al compromiso compartido ha sido develada incluso en los países y sociedades consideradas como “desarrolladas” o “de primer mundo”; ha resultado una carencia transversal, ya que se presenta en distintos estratos socioeconómicos, diversos grupos etarios y diferentes países y regiones. La ética y la educación ambiental, entonces, resultan procesos necesarios en su permanencia, e indispensables en cualquier sector, para afrontar cabalmente los retos socioambientales en progreso y en puerta.
Como ya comienza a ser un mantra, la aspiración no puede ser volver a la normalidad dado que la normalidad engendró la crisis. La visión decrecionista que se viene gestando y fortaleciendo desde hace años brinda puntuales recomendaciones económicas y políticas que se alinean con el diagnóstico y las medidas explicadas desde la ciencia. Si bien surgen tanto perspectivas optimistas, como la de Ignacio López-Goñi, al tiempo que emergen proyecciones pesimistas, como la de Javier Sampedro, hay una coincidencia general de que nos tocará vivir un escenario postpandémico que se yuxtapondrá con el resto de los retos sociales, económicos, políticos y ambientales que per se pintaban un horizonte desafiante.
Las lecciones ambientales de la pandemia del Covid-19 son, para nuestra civilización, ontológicas y deontológicas a la vez. Auspician pronósticos aciagos igual que vaticinios felices por una simple razón: porque muestran simultáneamente lo que hemos sido y lo que debemos ser. Hay esperanza y desasosiego porque en el tablero es, según se vea, un problema o una oportunidad. Nos encontramos, nunca mejor dicho, en una contingencia. Las lecciones se nos han desplegado; es elección nuestra si queremos de ellas aprender y trascender.