Por primera vez en la historia de nuestro país, la mezcla mexicana de petróleo de exportación (MMPE) registró un precio negativo de -2.27 dólares por barril, lo que significa que su valor retrocedió cuando menos ciento dieciséis por ciento.
La cifra es brutal y aunque responde en gran medida a la crisis provocada por el nuevo coronavirus, que ha detenido prácticamente al planeta entero, confirma también el pésimo papel que ha jugado nuestro país al interior de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP).
México, hay que recordar, compite con tres gigantes: Arabia Saudita y su petróleo dulce, Venezuela y sus grandes reservas; y contra Estados Unidos y sus 13.2 millones de barriles de petróleo que venía produciendo diariamente.
Bajo este contexto y previo al desplome del precio, nuestro país experimentaba una de sus peores caídas en la producción (1.6 millones de barriles de petróleo) pero aún y con este negro panorama, la secretaria del sector, Rocío Nahle, asumió una postura completamente irracional frente el acuerdo de reducir la producción a nivel mundial para detener la caída en los precios del petróleo.
El resultado lo resumió de manera práctica Liébano Saenz, ex Secretario Particular de Ernesto Zedillo, en un mensaje publicado en su cuenta de Twitter el 20 de abril:
“Arabia Saudita no sólo acaparó los mercados asiáticos donde México vendía 400 mil barriles. Ahora también le venderá petróleo a USA en desplazamiento de Mx (sic). La estrategia de Arabia, echar a México del mercado. Como en 1982”.
Por ello ahora prácticamente tenemos que pagar para exportar nuestro petróleo.
Lo cierto es que desde tiempos de campaña, las propuestas de López Obrador para el sector energético se percibían como una amenaza para los inversionistas privados y los jugadores internacionales, quienes veían con preocupación el discurso sesgado en contra de la reforma energética, una reforma que tuvo que haber sido puesta en marcha por lo menos 15 años atrás, cuando ya se advertía el inevitable agotamiento del complejo de Cantarell.
Por el contrario, el tabasqueño apostó a la refinación de gasolinas y al funcionamiento de Pemex como un motor de la economía nacional, a pesar de que en los últimos 10 años nuestro país utiliza únicamente el 30% de la capacidad instalada y que la paraestatal, a causa de la falta de reinversión en el desarrollo de tecnología, se convirtió en un lastre para las finanzas públicas de la Nación.
Ni siquiera el plan de rescate del gobierno de la Cuarta Transformación, rechazado por bancos nacionales y extranjeros, así como por las principales calificadoras financieras; evitó el colapsó de Pemex, cuyo grado de inversión fue reducido a Baa3 (bonos basura) a causa de su alto endeudamiento (de 105 millones de dólares, que supera por mucho la deuda de Petrobras).
Hoy la idea de seguir adelante con la Refinería en Dos Bocas, Tabasco, resulta absurda.
De concretar el proyecto, el gobierno de López Obrador tirará a la basura más de 41 mil millones de pesos, que podrían ser empleados en un plan de reactivación económica urgente y necesario para evitar la pérdida de más empleos (que ya suma 800 mil en lo que va de la actual administración) y detener la fuga de capitales (que al 6 de marzo de 2020, de acuerdo con el Banxico, ascendía a 183 mil millones de pesos).
Atrás quedó el sueño del auge petrolero mexicano y la promesa de hacer de Pemex palanca del desarrollo nacional. Atrás quedó la intención de refinar gasolinas para alcanzar la soberanía energética. El mundo entrará en una nueva lógica tras la pandemia más trascendente del presente siglo. La transición hacia las energías limpias tuvo que haber sido la apuesta.
Sin embargo, la realidad alcanzó a la Cuarta Transformación y a su plan energético, y lo hizo en el peor momento.