Hay un grupo de ilustrados, con buena prosa (porque hay otro grupo que carece de ella) que parece tener como meta en la vida “ver lo que nadie ve”. Se empecinan en entender lo que los demás no entendemos. Y siempre encuentran una forma de tender un puente, inaccesible al resto, que solo comunica a Andrés Manuel López Obrador y al pueblo. Un pueblo imaginario, al que miran con condescendencia.
Ese grupo lo encabeza Jorge Zepeda Patterson, un periodista de una brillante trayectoria y una intachable reputación.
Para Jorge Zepeda, el presidente de México es un mexicano ordinario porque “carga estampitas” y es un adversario de los poderes fácticos, porque impulsa las transferencias a las personas más pobres… en cada discurso.
No importa que López Obrador nunca haya sido visto haciendo la despensa en un supermercado, que sus hijos no tengan trabajos como los que hemos tenido la inmensa mayoría de los mexicanos o que, a pesar de tener años de residencia en la Ciudad de México, no haya un solo testimonio espontáneo que registre su presencia en el Metrobús o el Metro de la Ciudad. Solo ha aparecido ahí, de traje y corbata, cuando se ha tratado justamente de tomarse la foto.
De lo que ese relato del hombre ordinario en realidad da cuenta, es de un magistral manejo de los símbolos. A grado tal, que es capaz de despertar en sus adversarios políticos los adjetivos más repugnantes de las élites mexicanas. La estrategia simbólica del presidente ha sido tan efectiva que ha logrado, sin que lo hayan advertido, que sus opositores más furibundos intenten insultarlo llamándolo “López”: un apellido que comparten, al menos, más de 2 millones de mexicanos.
Esa exitosa estrategia se convierte, a juicio de este grupo de ilustrados leales en una licencia para la falsedad: para mentir y traicionar a quienes confiaron en él.
Me explico: Zepeda dice, en su texto para El País, que el presidente “afrontará la crisis con subsidios para 22 millones de ancianos, jóvenes sin recursos y personas en condiciones precarias”. Creo que no escuchó el informe trimestral del presidente del pasado domingo: esas personas eran las que ya recibían apoyo del gobierno antes de la crisis. No se anunció un solo programa nuevo, a tal grado de que el presidente se jactó de que todo ya estaba previsto por el Plan Nacional de Desarrollo. Incluso el virus, que apareció hace 4 meses en Wuhan, ya estaba contemplado ahí según López Obrador.
Tampoco es cierto que la realidad que viven los mexicanos se parezca mucho a la del presidente y la del grupo ilustrados que lo apoya. Porque el presupuesto para programas sociales y subsidios es menor hoy, incluso en medio de esta crisis, al que México tuvo en 2014, 2015 y 2016.1 A eso hay que agregar dos cosas: antes de López Obrador ya había, al menos, 22 millones de mexicanos recibiendo subsidios y programas sociales (tan solo Prospera cerró con 25 millones de beneficiarios) y México, al menos ese México en el que parece que no vive López Obrador, tiene 52 millones de personas viviendo en condiciones de pobreza (no 22 millones). Es decir: para su gobierno, los pobres no han estado primero.
Pero “las cosas son más complejas”, nos dice Jorge Zepeda en su muy difundido texto para El País. Tan complejas, que el autor confunde la fecha de la “crisis de la deuda” (que se dio en 1982 y no en 1989 como él afirma) o que nos relata el colapso de los hospitales en Quito (supongo que haciendo referencia a lo sucedido en Guayaquil).
El punto de invocar esa complejidad es, nos dice uno de los autores de cabecera de los defensores de este régimen, que no debemos compararnos con Alemania. No. Hay que compararnos con “Argentina, Brasil o Colombia”.
Hagamos caso de la recomendación. Vamos a compararnos con esos países. De hecho, no hay necesidad de hacerlo porque ya lo hizo la CEPAL en su informe América Latina y el Caribe ante la pandemia del Covid-19, efectos económicos y sociales. Según el informe, México ha tomado solo dos medidas frente a la crisis; Brasil 22, Argentina y Perú, 20. Según los propios datos de la CEPAL, mientras Perú está invirtiendo un 12% del PIB en materia fiscal y Chile un 4,7% en México no hemos llegado ni al 0,2% con las medidas anunciadas por el presidente.
Resulta que el problema es tan “complejo” que incluso países como El Salvador han aceptado dar estímulos a la población que el gobierno de México ha negado, como la exención del pago de la luz. El anuncio ha corrido a cuenta de ese prócer que es Manuel Bartlett (otro de los mexicanos que viven en el país de López Obrador) y que ha convocado a los mexicanos más pobres a abrocharse el cinturón y ser solidarios con la CFE. Porque esa es la extraña solidaridad a la que nos convocan: de los ciudadanos hacia el gobierno, y no al revés.
Pero aún nos queda un argumento más de Zepeda. Es el argumento Arjona: “si el norte fuera el sur”. Es decir: la crisis será un fenómeno regional. Tampoco es cierto para el caso mexicano, como lo fue en el caso italiano referido por nuestro autor de referencia.
En México, son grandes zonas las que están siendo golpeadas por el virus: la más importante es el centro, el Valle de México (ya que la jefa de gobierno de la Ciudad de México y el gobernador del Estado de México decidieron seguir las instrucciones del Gobierno Federal y no decretar medidas tempranas de aislamiento social). Pero también está golpeando a un estado del sur, como Quintana Roo, y algunos del norte, como Baja California y Baja California Sur.
Por si eso fuera poco, está ese otro México que para López Obrador tampoco existe: el de los mexicanos que viven en Estados Unidos y que, por sus condiciones de vulnerabilidad, están siendo severamente golpeados por esta crisis, tanto en su dimensión sanitaria como económica.
Todas esas poblaciones podrían haber tenido otro destino. Porque tuvimos un factor fundamental que jugaba a nuestro favor en esta crisis: el tiempo.
Pudimos haber escrito la historia que está escribiendo Grecia respecto de Italia o la historia que decidió escribir Portugal respecto de España. Pudimos actuar, incluso, como lo hizo Jalisco, mientras la Ciudad de México vivía un festival de conciertos masivos justo en el fin de semana que se dispararon los contagios.
Pero en el país del presidente, y de su coro, la historia ya está escrita. El presidente ya tenía, desde el primer día de su gobierno, un lugar junto a Cárdenas, Juárez, Madero, Hidalgo y Morelos. Y los mexicanos estamos viviendo esa transformación aunque no lo registremos. Al menos, así es en el país del presidente y, por lo visto, de Zepeda.
Aunque millones de mexicanos insistamos en que ese país, simple y llanamente, no existe.
Referencias
1.- ¿Una nueva política social?: Cambios y continuidades en los programas sociales de la 4T. Máximo Ernesto Jaramillo-Molina