El domingo esperaba ver a un estadista de izquierda, esperaba escuchar un discurso que buscara la unión y la solidaridad, que informara sobre las medidas específicas que implementaría el gobierno para paliar los efectos económicos de la crisis sanitaria. Esperaba escuchar a un hombre preocupado y ocupado en la pandemia. Esperaba que nos pidiera sacrificios, sí, pero aquellos que en verdad impactaran en la vida de los menos favorecidos, que son los más afectados por la crisis. Esperaba a escuchar a un líder seguro y fuerte, uno que indicara el camino y convenciera a la gente de seguirlo. Esperaba ver que los titubeos y tibiezas se habían terminado. Que este gobierno, como efecto secundario de la crisis, por fin tomaba el timón del país y lo empezaba a llevar con tensa calma a tierra segura a través de la terrible tormenta que se avecina. Fue sólo mi pensamiento desiderativo. Andrés Manuel López Obrador no es el socialista Pedro Sánchez. La mera comparación es ofensiva para el español.
El domingo escuchamos a un presidente pequeñito, torpe, ciego y muy necio. A un líder de una izquierda rancia y trasnochada. Escuchamos a un soberbio congratularse de sus inexistentes logros. Escuchamos a un mentiroso, uno que días antes callaba a uno de sus expertos subordinados para afirmar que tenía otros datos. Escuchamos a un político añejo regodearse en la era de la posverdad. Escuchamos a un grillo volver a su demagogia de siempre. Escuchamos otro —sí, otro—informe de gobierno con los mismos giros retóricos y con el mismo sonsonete. Escuchamos a un político polarizador, a uno que sabe que le conviene que las mexicanas y los mexicanos estemos en desacuerdo. (Mientras escribo estas líneas ha afirmado en su aburridísimo espectáculo matutino que el pueblo sí entendería su plan económico, no los expertos. Lo cual no sólo contribuye a la polarización, sino que lucra con la ignorancia de la gente). El domingo confirmé lo que ya sabíamos: que el pueblo bueno y sabio se equivocó, y en grande. Entronó a un necio, a un ignorante, a un soberbio y, sobre todo, a un sordo. Entronó a un político caprichoso, dogmático y conservador. Y sí: será él quien tenga que afrontar la crisis. En efecto, ¡el horror!
También, y, sobre todo, vi a un hombre solo. No me refiero a que el señor dio su discurso en la soledad del patio de Palacio Nacional. Me refiero a que literalmente se ha quedado solo. Los rumores se intensifican: las secretarias y secretarios de Hacienda, Gobernación, Economía, Salud y posiblemente Trabajo renunciarán en los siguientes meses. Y quizá lo hagan con equipos casi completos. La parte moderada de la coalición de gobierno se ha cansado. Están justificadamente hartos de la necedad del líder. (No vayamos más lejos: si Arturo Herrera renuncia, y su lugar lo ocupa Raquel Buenrostro, Hacienda trabajará con El Capital de Marx, no con matemáticas). La gobernabilidad del Estado mexicano está en riesgo si los extremistas del gobierno toman el mando, y al parecer han ganado la batalla interna. En efecto, otra vez, ¡el horror!
Mientras tanto, la crisis sanitaria en México se agudiza. Los comparativos con España, por ejemplo, no son nada halagüeños. Y el líder tampoco cree en el toque de queda. Sigue confiando en la razonabilidad del pueblo sabio, ése que sigue saliendo a la calle como si una cuarentena fuese sinónimo de vacaciones. En las próximas semanas los números se dispararán, entraremos en la Fase 3 de la pandemia, y para ella carecemos de un liderazgo en el cual podamos confiar para afrontar la crisis. El menosprecio a los expertos y a la ciencia tendrán consecuencias funestas para las mexicanas y los mexicanos, en particular para los pobres. Frente a este escenario, nuestro líder populista calma los ánimos del pueblo sabio reduciendo salarios de funcionarios de alto nivel y quitándoles el aguinaldo. (Lo suyo no son las matemáticas, ya lo sabemos, sino la parafernalia simbólica y hueca).
Mientras tanto, también, se avecina una severa crisis económica, la mayor que el país ha enfrentado probablemente en cien años. Casi ninguna persona viva en México tiene un antecedente comparativo. Se agudizará el desempleo (en los peores escenarios se habla de un 30 por ciento, que pone en riesgo la gobernabilidad). El turismo, del que viven cientos de miles de familias mexicanas, entrará en estado de coma. Miles de pequeñas y medianas empresas desaparecerán y el bienestar será inexistente. La crisis se extenderá por decenas de meses. El escenario es apocalíptico y a partir de datos duros.
Tenía que llegar una crisis como la del Covid-19 para que los nuevos demócratas alrededor del mundo entendieran la necesidad de usar métodos epistocráticos (métodos en los que las decisiones las toman los expertos) para tomar muchas decisiones sobre problemas públicos. No obstante, en otros países han entendido que frente una crisis de las dimensiones de la que estamos viviendo se requieren científicos y expertos. Lamentablemente, no en México, cuyo gobierno dio la semana pasada uno de sus últimos golpes (y a la fecha el más severo) a la ciencia y a la investigación en el país: extinguió cientos de fideicomisos relacionados con ciencia y tecnología para financiar los caprichos inútiles del líder: un tren inviable económica y ecológicamente y un aeropuerto inviable aeronáuticamente. Adicionalmente, como sugería un amigo economista, escuchamos algunas perlas de ignorancia el domingo: el gobierno aumentará el financiamiento para préstamos hipotecarios en medio de una crisis y refinará más en medio de una crisis petrolera. Por esa punta de cretinos votó el pueblo sabio.
Finalmente, y sin eufemismos: hoy ya tenemos claro que el presidente de México es conservador, populista, maniqueo, moralizante, nativista, proteccionista, polarizador, enemigo del laicismo, de la experticia y del disenso. Con horror, hace unos meses nos percatamos de su falta de empatía y sensibilidad social con las víctimas de la violencia y los feminicidios. Hace unas semanas se confirmó que enemigo de la democracia, ésa que lo llevó al poder, con la llegada de John Ackerman al comité técnico de INE. Hoy confirmamos que no está a la altura de la peor crisis sanitaria y económica que vivirá el país y que no escuchará a los expertos, los únicos que pueden hacernos salir de ellas. ¿Podía saberse? Yo estoy seguro que se les dijo.