Mira, no sé qué religión tengas o si quizás no tengas, eso es lo de menos, lo cierto es que independientemente de nuestro credo o sin él, nadie puede darse el lujo de mantenerse al margen de una obra musical de corte sacro. Evidentemente para quienes profesamos la religión católica encontramos en este repertorio una riqueza de inmensa belleza, pero más allá del estricto aspecto estético de la música, esta tiene una importancia mayor al cumplir su propósito de acercarnos a Dios, este es el fin último de la música sacra y dentro de los diferentes lenguajes y posibilidades que esta música propone, el canto gregoriano es el más excelso, el más depurado y el más radical en su propósito, lamentablemente esta forma de canto ha sido desterrada casi en su totalidad de la liturgia lo que verdaderamente es una pena porque ninguna otra forma musical consigue con tal eficacia acercarnos y disponer nuestro espíritu a un encuentro con Dios, aunque lo aclaro, de manera alguna estoy menospreciando o minimizando alguna otra expresión musical que tenga este firme propósito. El canto polifónico, por su complejidad técnica y su incuestionable belleza es también una digna expresión de la música sacra.
Si además agregamos que la Semana Santa es, per se, un período de tiempo de silencio y recogimiento espiritual, esto se acentúa por los días de contingencia que ahora vivimos, estar en casa en un encierro responsable y voluntario nos permite acercarnos a esta maravillosa música.
Mira, siempre nos estamos quejando de la falta de tiempo, ¿no es verdad? Y sí, sin duda quisiéramos más tiempo para hacer las cosas que nos gustan, pues ahora lo que nos sobra es tiempo, creo yo, salvo circunstancias muy específicas y la propuesta es hacer uso de él para hacer aquellas cosas que siempre deseamos hacer pero la falta de tiempo no nos lo permite, y una de ellas es una digna sesión musical.
La idea del Banquete en esta ocasión es proponerte un repertorio de música sacra para degustar de él, insisto, sin importar tu confesión religiosa o incluso si no la tienes, la música no tiene límites ni se deja discriminar por preferencias o creencias de ningún tipo. Bien, iniciemos.
El repertorio de la gran música de concierto, específicamente a lo que música sacra se refiere encuentra en el Réquiem uno de los lenguajes que más se suele frecuentar, y en este contexto musical encontramos una buena cantidad de partituras destinadas a la misa de difuntos, el inconcluso de Mozart es sin duda el más conocido, aunque no necesariamente el mejor, aunque más de uno me quiera desollar vivo por mi comentario, ¿o será que no soy exactamente el más mozartiano de los melómanos? Tal vez, el punto es que si de réquiems se trata prefiero el de Verdi, el de Brahms llamado Réquiem Alemán, que algunos estudiosos de la música lo señalan como un réquiem sin Dios, y el consolador réquiem de Fauré, quizás el que más me gusta. El punto determinante en el Réquiem de Fauré es que apelando a la misericordia de Dios, suprime una de las partes comunes en el réquiem, el Dies Irae y en su lugar coloca In Paradisum, es decir, elimina la ira de Dios para ofrecer, en cambio, el Paraíso, estrategia fundamental en la estructura de esta partitura y que da a esta obra ese carácter incuestionablemente consolador además de la acariciante belleza de la música, evidente sobre todo en el reconfortante Pie Jesu, quizás uno de los pasajes más sublimes y bellos en la música sacra en el romanticismo y posromanticismo, es decir, de la transición del siglo XIX al siglo XX.
Pero si echamos un vistazo al espejo retrovisor y nos ubicamos en el período barroco, es decir, entre 1600 y 1750, surge a la vista inevitablemente Johann Sebastian Bach, el llamado con toda justicia el padre de la música, valdría la pena repasar las dos pasiones completas que conocemos de él, la de San Juan y la de San Mateo, ambas excelsas pero la de Mateo con un derroche de dramatismo extremo, este oratorio te cimbra, te sacude, insisto, aun cuando no profeses religión alguna, la música tiene ese incontenible poder, parafraseando a Nietzsche: “la fuerza hercúlea de la música”.
Infaltable en estos días el oratorio de Haydn Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz en sus diferentes versiones, la coral con acompañamiento orquestal es intensa, fuerte, dramática, su grandilocuencia casi resulta abrumadora, azota, aflige, una de las obras cumbre, sacra o no, del clasicismo vienés. Y la versión para cuarteto de cuerdas, más íntima, sumamente acogedora, pero muy intensa, derrama una profunda tristeza y por momentos llega a ser angustiante, en su austeridad instrumental encierra una gran fuerza dramática. No sé cuántas grabaciones se han hecho de esta adaptación para cuarteto de cuerdas, pero yo te recomiendo la realizada por el Emerson String Quartet.
El repertorio sacro de la música es inmenso, inagotable, pero ahora que repasamos algunas obras para acompañar nuestro encierro y además, considerando que es Semana Santa, necesariamente tenemos que fijar nuestra atención en el sublime y atormentado Mahler, te propongo la Sinfonía No.2 llamada De la Resurrección, o Auferstehungs en su título original en alemán, ideal para escucharse este domingo, además, por supuesto, el oratorio El Mesías de Haendel, esta partitura comprende los tres momentos determinantes en la vida de Cristo y consecuentemente del cristianismo: nacimiento, pasión y muerte y termina con la resurrección, una buena elección para estos días. Llénate de música, acompaña tu encierro con música.