En Aguascalientes, es cada vez más común observar automóviles pasarse los altos, obstruir cruces peatonales e invadir las banquetas; al igual que motociclistas transitar por las pocas ciclovías existentes en la ciudad; o ciclistas andar en sentido contrario; y peatones cruzar avenidas en lugares inadecuados. Más aún, en los últimos años la inversión pública en infraestructura de movilidad se ha destinado principalmente para beneficio del automóvil, al mismo tiempo en que el espacio para ciclistas y peatones tiende a ser cada vez más inseguro e insuficiente. El resultado es evidente: por un lado, en Aguascalientes mueren más de 140 personas al año en accidentes viales y muchas más resultan lesionadas prácticamente todos los días; por otro lado, la ciudad pierde continuamente el principal espacio de cohesión e interacción social, es decir, el espacio público. ¿Qué hacer?
En las ciudades existen normas mínimas de civilidad que deben respetarse para garantizar una convivencia más sana en el espacio público, y, con ello, hacer de las ciudades mejores lugares para vivir. ¿Se pueden respetar los cruces peatonales y las banquetas? ¿Se puede conducir en el sentido debido? ¿O respetar los semáforos y los límites de velocidad? Desde luego que sí. En América Latina existen ciudades que han logrado cambios importantes en el respeto al espacio público. Esas ciudades además han demostrado que, a través de la suma de pequeñas acciones, pueden realizarse grandes cambios que perduran en el tiempo.
La ciudad de Bogotá, Colombia, es una de esas ciudades que ha logrado fomentar una nueva cultura del espacio público, en gran medida por acciones diferentes pero creativas e innovadoras de algunos de sus alcaldes, como Antanas Mockus, un matemático y filósofo que, entre 1995 y 2003, fungió durante dos periodos como alcalde de Bogotá. En ese tiempo, Mockus logró reducir a la mitad los accidentes viales empleando métodos pedagógicos poco convencionales, pero que entendían que la sanción social podía ser más efectiva para cambiar la cultura del espacio público que los mecanismos tradicionales de castigos y multas. Hace algunos años, en un artículo en el New York Times (11-08-2015), Mockus describía su estrategia. Veamos.
Según relata Mockus: “El tráfico de Bogotá era caótico y peligroso cuando asumí como alcalde. Decidimos que la ciudad necesitaba un nuevo y radical enfoque para la seguridad vehicular. Entre varias estrategias, imprimimos y distribuimos cientos de miles de ‘tarjetas ciudadanas’, que tenían la imagen de un pulgar hacia arriba en una de sus caras para felicitar a los conductores amables y la otra cara con el pulgar hacia abajo para expresar desaprobación. En una década, las muertes causadas por accidentes de tránsito disminuyeron en más de la mitad”. Antanas continúa: “Otra iniciativa fue reemplazar a los oficiales de tránsito corruptos con mimos en una pequeña zona de la ciudad. La idea era que en lugar de policías que cobraban multas y se las embolsillaban, los artistas serían ‘policías’ y vigilarían el comportamiento de los conductores comunicándose a través de mímica: fingiendo, por ejemplo, que estaban heridos u ofendidos cuando un vehículo ignoraba el derecho del peatón de pasar en un cruce”.
La estrategia de Antanas Mockus se basaba en métodos que señalaban públicamente conductas indebidas y generaban muestras de aprobación o desaprobación por parte de otras personas, lo que ayudó a que gradualmente se respetaran las señales de tránsito, los cruces peatonales, etcétera. Según Mockus, “Las cosas funcionaron porque la gente cooperó, y lo hicieron porque estaban asombrados ante su propio poder”. Es decir, el respeto al espacio público depende en gran medida de los mismos ciudadanos, de generar empatía hacia los demás, pero también de quienes lideran las ciudades y tienen la capacidad de poner en práctica estrategias sencillas pero efectivas para promover mayor conciencia en la ciudadanía.
El ejemplo de Bogotá demuestra el poder las personas como agentes de cambio, y la capacidad que tienen la atención y admiración entre ciudadanos para crear nuevos hábitos que permitan vivir de manera más respetuosa en sociedad. En otras palabras, la mirada de los demás, y la aprobación o desaprobación respetuosa de otros, suelen ser mecanismos efectivos para prevenir conductas inapropiadas como pasarse un alto, conducir en sentido contrario o invadir las banquetas.
Las estrategias de Mockus no sólo consiguieron resultados anecdóticos sino también estadísticos en la disminución de accidentes viales y, como él mismo asegura, demostraron que la aplicación de la ley de forma creativa puede alcanzar resultados tangibles en una ciudad. Igualmente, la experiencia de Bogotá sugiere que algunos métodos pedagógicos que buscan generar empatía en ocasiones pueden ser más efectivos que sanciones económicas que, si bien pueden ser necesarias, muchas personas las pagan sólo para repetir las mismas prácticas indebidas. Por otro lado, las estrategias del exalcalde enseñan también que las pequeñas acciones permiten alcanzar resultados claros en el corto plazo, lo que a su vez genera legitimidad para implementar nuevos cambios e iniciativas de mayor escala.
En Aguascalientes, las autoridades pueden hacer mucho más que simples campañas publicitarias para pedir se respeten las normas de civilidad en el espacio público, mientras los ciudadanos podemos desarrollar mayor empatía para con quienes compartimos la ciudad. El respeto en el espacio público para lograr una mejor convivencia es responsabilidad compartida de todos; como sugiere Antanas Mockus: “Se trata de liderar, pero no de dirigir: Lo que la gente más disfruta es cuando escribes en el pizarrón la arriesgada primera mitad de una oración y reconoces la libertad que tienen de escribir la otra mitad”.
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