Las pintas, las agresiones físicas, las bombas molotov, el feminismo oportunista y las políticas neo feministas, parecen ser los residuos que quedan tras una larga noche. ¿Qué fue lo que sucedió en esa jornada y qué sigue ahora?
Lo que sucedió el 8 y 9 de marzo de este 2020 en Aguascalientes, como en todo México, fue una explosión de hartazgo, de angustia, de dolor contenido. Fue el culmen de la desigualdad económica y social, del maltrato cometido por hombres que no pueden asimilar que las mujeres ya cambiamos; fue un largo y estremecedor grito por el femicidio de Andrea, Laura y su bebé en gestación, Judith, Ely, Magui y tantas otras.
Sin duda, el detonante en el ámbito nacional fue el espeluznante feminicidio de Ingrid, de la que veríamos su cuerpo desollado en las imágenes que circularon sin pudor y, que luego nos enteramos del destino de sus entrañas en un inodoro; fue el secuestro, violación, tortura y finalmente asfixia hasta causar la muerte de Fátima, de sólo siete añitos de edad.
Pocos, realmente muy pocos esgrimen hoy argumentos contrarios a la lucha de las mujeres en Aguascalientes y México por recuperar la confianza, por perder el miedo, por reconocernos fuertes y por reconocernos dignas. Digo pocos pues, aún ante los dramáticos y contundentes hechos, existen hombres y mujeres cuya misoginia está más exacerbada y envalentonada que nunca; de estas y estos últimos ni la pena merece hablar, son los demonios disidentes de que hablaba Mario Benedetti.
Hoy me refiero, estimada lectora, querido lector, a la llamada “primavera violeta” o primavera morada, o verde, o como tú gustes llamarle. El hecho es que, al fin, tras de casi treinta años de insistencia, quienes trabajamos en favor de la igualdad de derechos y del acceso a una libre de violencia para las mujeres, logramos que la sociedad en general ponga sus ojos en la cruda realidad de los padecimientos que enfrentamos las mujeres; eso ¡Por supuesto es muy positivo!
Lo que no resulta positivo, es que una vez que, por fin podemos las feministas dialogar, hacernos escuchar, dejar ver nuestras causas y obtener respaldo casi unánime; arriben las rémoras que, como moscas a la miel, se pegan para sus fines a los movimientos sociales exitosos. Me explico mientras tú disfrutas uno de esos churros burdos que venden junto al Templo del Rosario, conocido como La Merced.
En la pasada concentración del 7 de marzo, las mujeres reunidas ahí vivimos una auténtica noche de chicas. Fue un espacio seguro en el que simbólicamente hicimos cenizas a conocidos agresores y otros no tan conocidos; aplaudimos, “caceroleamos”, lloramos y aquello fue hermoso. Sin embargo, al retirarse el grueso de la concentración; alguna o algunas realizaron pintas en la cantera y piso de la Exedra. Eso no estaba en el programa, ni nos fue consultado, no lo hicieron mientras estuvimos la mayoría presentes y nos fue atribuido a todas.
No me asustan las pintas, pero me disgustan las imposiciones y, por lo menos yo, no estaba enterada que las harían. Con toda franqueza, me frustra tener que sostener el debate posterior a la actividad a las pintas y no a lo fundamental. En mi personalísima postura, no tiene sentido ni utilidad pintarrajear, romper, quemar y destruir todo al paso pues, sólo se logra dejar atrás la discusión sobre la lucha feminista, para concentrarla en los límites del vandalismo. Me permito reiterar que es mi opinión personal, y que, no obstante, en la discusión no dejo atrás a quienes lo hicieron; tuvieron sus razones y, aunque no las comparto, soy solidaria con ellas, no con sus acciones.
Otra de las rémoras de un movimiento social que cobra presencia, son los grupos reventadores: tanto las extremistas, como las porriles profesionales. En la concentración y cacerolazo de Aguascalientes, no las tuvimos. Pero en la Ciudad de México, en Querétaro y otros; las escenas fueron de violencia extrema y total sin razón. Supongo que tanto las anarquistas radicales, como aquellas que son compradas para deslegitimar los actos de protesta, son inevitables; pero creo firmemente que las luchadoras auténticas podemos hacer mucho en el tema, si nos organizamos mejor e implementamos controles. Sin duda, es posible hacerlo, solo basta con quererlo.
Y, dejo para el final la más cínica y parasitaria de las rémoras: la rémora política. La feminista oportunista y de ocasión, que jamás ha asumido como propia la lucha; que ha pasado por uno y otro cargo sin promover o poner en marcha ley o política pública en favor de las mujeres; que cobija misóginos y machistas escandalosos e inclusive dispone su aparato de comunicación social para atenuar las crisis provocadas por ellos; que representa todo aquello que las profesionistas serias dejamos atrás y, lo peor aún -Sí, se puede poner peor- que se hace la víctima de violencia política, ignorando que es un delito perfectamente previsto en la ley y que sólo se comete en tiempo de proceso electoral; ésta sin lugar a dudas es la más vil de las vividoras, parásitas que pueden mamar sin pena, del movimiento feminista.
Mucho falta por hacer en la búsqueda de la justicia plena para las mujeres. Es altamente satisfactoria darse cuenta que hoy, la sociedad por fin nos entiende, está de nuestro lado y nos apoya. Ojalá tengamos la inteligencia para no permitir que las rémoras chupen la savia de nuestro esfuerzo y terminen por devorar las entrañas del movimiento.
¡Nos vemos en la próxima!