Desde hace 5 años aprovecho mi espacio como maestra y realizo un cuestionamiento en el salón de clases, “¿Alguna mujer aquí ha sufrido algún tipo de acoso en espacios públicos o privados?”, siendo el resultado reiterado: todas las chicas levantan la mano, sin encontrarme al día de hoy algún grupo en el que alguna mujer exprese no haber sufrido algún tipo de violencia de género.
Así, después de compartir experiencias con alumnas, círculos de amigas y familiares, la conclusión resulta ser una constante: no existe ningún espacio público o privado en el cual las mujeres no corramos riesgo de sufrir algún tipo de violencia, acoso o abuso, de índole físico, psicológico o sexual, por el simple hecho de ser mujeres.
En agosto de 2019 se hizo público el caso de una adolescente que denunció abuso sexual por parte de cuatro policías en la Ciudad de México, la filtración de datos personales de la víctima y las contradictorias respuestas de las autoridades ocasionaron una fuerte indignación en la población, así como una gran movilización por parte de los colectivos feministas. 6 meses después, los feminicidios de Ingrid, cometido por su pareja, la publicación de fotos de su cuerpo mutilado en diversos medios de comunicación y redes sociales, y el de la pequeña Fátima, encontrada, a los días de haber desaparecido, con señales físicas de violencia sexual y tortura, reavivaron la indignación, preocupación y hartazgo de las mujeres mexicanas.
En estos casos donde se entreteje todo tipo de violencia de género (psicológica, física, sexual, mediática, etc) se muestran múltiples formas de revictimización, desde la exhibición de cuerpos torturados y mutilados, hasta las carentes respuestas, por parte de las autoridades, a los reclamos de justicia: todo ello ha generado que el cauce del movimiento feminista en México haya priorizado dentro de sus exigencias el respeto al derecho humano más básico, el derecho humano a la vida, a que no nos maten y a que no nos revictimicen incluso después de muertas.
Mientras los feminicidios van a la alza las autoridades evaden las responsabilidades y las exigencias de justicia, considerando que las notas sobre feminicidios son distractores de diversas acciones gubernamentales y adjudicando las últimas manifestaciones y el auge de la movilización feminista, a los grupos de oposición política, quitando a la mujer el papel protagónico de su propio movimiento.
Las mexicanas vivimos en una sociedad machista y patriarcal en la que la violencia hacia la mujer es replicada en diversas esferas, públicas y privadas, se nos responsabiliza de sufrir e incluso soportar esa violencia, se nos coloca en situaciones de vulnerabilidad, generando un ciclo constante de revictimización, y por último se nos desacredita por las formas en que buscamos exigir derechos sin tomar en cuenta que las peculiares formas de opresión que vivimos día con día, exigen peculiares formas de resistencia.
Pero dentro de todo este contexto de injusticia social y de hartazgo, las mujeres mexicanas nos estamos volviendo más conscientes al momento de reconocer la violencia sistémica en la que nos encontramos, nos estamos organizando, estamos alzando la voz, porque el cansancio de ser mujer y vivir con miedo en este país está siendo superado, estamos luchando por sobrevivir y por ser vistas en un país que se rehúsa a ver la violencia de género en la que se nos tiene colocadas.
Veo esperanzada como cada vez hay más mujeres agrupándose, compartiendo sus experiencias, sus vivencias y luchas, veo más alumnas acercándose a preguntar sobre sus derechos, aprendiendo a cuestionar la violencia que se nos ha impuesto como forma de vida, y veo una sociedad que comienza a generar mayor empatía hacia las exigencias de las mujeres de poder vivir seguras, libres y sin miedo.
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