La marcha y resistencia convocadas los próximos 8 y 9 de marzo por los colectivos de mujeres, tienen raíces mucho más profundas de lo que los políticos mexicanos pueden concebir. Alineados como están con los beneficios inmediatos, son incapaces de entender que las protestas están enraizadas en la indignación de al menos las últimas tres generaciones de mujeres, jóvenes y niñas por todas aquellas que han sido violentadas desde hace décadas en México.
¿Quién de nosotras no ha escuchado de violaciones, abusos, acoso laboral y sexual sea en el trabajo, en la familia o en el espacio público? Creo que en mayor o menor medida, ninguna mexicana puede decir que está exenta de ello. El INEGI reporta que el 66.1 % de las mujeres mexicanas han sufrido violencia de género. Y aun así quieren negarles la voz y su derecho inalienable a disentir, su tenacidad al enfrentar al sistema, desde la posición más vulnerable posible en este país: ser mujer.
No entienden que para esta nueva generación, su dolor, su ira, su coraje, entendido como lo define el diccionario de la RAE (impetuosa decisión y esfuerzo del ánimo o valor), su capacidad creativa y de organización, está alimentada por miles de dolorosas historias que han escuchado de sus propias abuelas, tías, hermanas, primas, amigas, hijas y nietas, que han sufrido o sufren el abuso cotidiano, asfixiante, de un sistema patriarcal, anacrónico, jerárquico, profundamente violento y que niega cualquier tipo de derechos “de facto” a las mujeres, porque leyes tenemos muchas en México, pero nada de lo que denominan los expertos, justicia cotidiana.
Recuerdo a mi cuñada sufrir el acoso de su jefe (un ejecutivo de banco casado), varios años hasta que conoció a mi hermano en su área de trabajo y que pasó? El acoso en vez de disminuir aumentó hasta que ella tuvo que dejar el banco. Recuerdo a mi vecina cuando contrató trabajadores “de confianza” para arreglos en casa y se dio cuenta que uno de ellos esperaba a su hija para mostrarle sus miserias a una pequeña de ¡5 años¡ Se de mis amigas el suplicio que es ir diariamente a trabajar en el transporte público, con tipos pegándose a ellas y siguiéndolas aún afuera del vagón. Sé lo incómodo que es ir al cine o a un bar sola porque seguro estás buscando “algo”. Y todos sabemos de las realidades infinitamente más crueles como son los feminicidios y la trata de mujeres y niños que aquejan al país hace décadas.
Es esperanzador que el movimiento de mujeres avance en México y que muchas organizaciones se estén uniendo a esta protesta caracterizada por su impecabilidad, entendida como una causa genuina, surgida por y para las propias mujeres.
Lo más sano en cualquier democracia es que sean los propios ciudadanos quienes enarbolen las causas sociales y que los políticos entiendan que no tienen la exclusividad de la arena pública. Su trabajo es hacer leyes efectivas y designar presupuesto para atender los problemas (en vez de impulsar sus agendas de conveniencia, esas sí fake). Los mexicanos debemos entender que lo peor que podemos hacer es dejar la política solo en manos de los políticos, sin importar el partido al que pertenezcan. Es ruin que las jóvenes enfrenten ataques de un sistema machista que cree poder controlar los actos de los ciudadanos (hombres incluidos), que aspiran a un México más igualitario. Al lado de las jóvenes que protestan va el espíritu de miles, tal vez millones, de mujeres vivas y muertas, todas ellas violentadas y ofendidas por lo que está pasando, porque en México, hemos llegado al extremo de que ni siquiera las muertas, pueden descansar en paz.