Corría el año de 1959 cuando el entonces senador de los Estados Unidos de América por Massachusetts, John F. Kennedy, pronunció en un discurso en Indianápolis que “cuando está escrita en chino, la palabra crisis es compuesta por dos caracteres. Uno representa peligro y el otro representa oportunidad” y lo utilizaba como un recurso cotidiano en sus mensajes, tan es así que, a pesar de no ser exactamente cierto, aún sigue utilizándose cuando la situación lo amerita.
Tal vez estos tiempos de cuarentena nos obligan a repensar un poco en las cuestiones históricas (que no histéricas) del momento universal que estamos viviendo. Empezando por cuarentena: se dice que en Venecia, durante la peste negra, alrededor del año 1350, los barcos anclados en el puerto de Venecia no podían efectuar las maniobras de descenso hasta pasadas quarenta giorni, es decir, cuarenta días, suponiendo que ese periodo de tiempo era el indicativo para saber si se manifestaba la enfermedad en algún huésped. Luego entonces, el término se extendió, sin importar si fueran 3, 15, 40 días o más, los que se procura el aislamiento.
De igual manera nos pone a repensar sobre las epidemias ocurridas en el terruño. Dados los índices de mortandad y su efecto en la población de la entidad, aún se recuerdan un par de casos ocurridos en la historia: uno en la naciente Villa y otro más en la etapa revolucionaria.
Existen referencias históricas que señalan que, desde la misma fundación de Aguascalientes, la Villa tuvo que resistir una epidemia de cocoliztle en 1576, similar a la que se había presentado en la región en 1564 y que había acabado con el 80 por ciento de la población de Teocaltiche. Sin que existan fuentes confiables, Peter Gerhard calcula que, por esas fechas, alrededor de 8,500 chichimecas en la región fueron quienes más resintieron esas epidemias, reduciendo su población hasta prácticamente extinguirla. Por poner en contexto, para 1609 Aguascalientes contaba, según cálculos aproximados, con 650 pobladores (entre españoles, mestizos, negros y mulatos), nada que ver con los miles de indígenas que finalmente pasaron a mejor vida, por el factor sanitario y por otros inherentes a la conquista española.
Entre 1735 y 1739 en toda la Nueva España se dio una epidemia de matlazáhuatl, una enfermedad que ahora podemos identificar como tifus, en donde se cuenta que un clérigo, Manuel Colón de Larreategui, quien fue párroco de Aguascalientes, procuraba darles cristiana sepultura a los cuerpos que yacían en las calles con el riesgo de contagiarse. Ya en el siglo XIX se dio un brote de viruela negra que obligó al gobierno a tomar medidas de salubridad, como la vacunación obligatoria y la correcta disposición de los cuerpos.
A principios del siglo XX se dio otro fenómeno demográfico en el que la población de la entidad se vio disminuida en un buen porcentaje, en un periodo muy corto de tiempo, en parte por la lucha revolucionaria, y en parte porque azotaron dos epidemias, una de influenza española y otra de tifo. Y si bien hablamos de miles de muertos, imaginemos que en municipios del interior, la población disminuyó a poco menos de la mitad de los habitantes.
Ahora bien, más allá de si la frase del inicio verdaderamente implica esos dos conceptos en chino, si la actual pandemia surgió justo en ese país, o si las medidas que se están tomando son las adecuadas, quería reflexionar que alguna vez en este país, las epidemias provocaron que las políticas públicas sanitarias se modificaran en beneficio de la colectividad. Las crisis pues, nos llevaron a la oportunidad de hacer las cosas mejor.
Hoy no estamos muy alejados de eso. El civismo que plantea el hecho de permanecer en casa durante una cuarentena (que a lo mejor no dura exactamente los cuarenta días de su definición) nos obliga a pensar en nosotros, de manera individual y colectiva. Es un valor poco mencionado y con un nombre que trae una historia detrás que ahora suena un tanto desafortunada y que, quizá por eso, se menciona cada vez menos: la solidaridad.
Este fenómeno por el cual estamos pasando, que podemos denominar crisis, es a la vez una oportunidad. No solo de modificar nuestras políticas públicas de salud y repensar como ciudadanos partícipes en exigirles a los gobiernos trabajar en temas trascendentales y pedir a los que serán próximamente candidatos a alguno de los puestos de elección popular su propuesta en cuanto al tema; también nos debe llevar a reflexionar que, por ahora, el gobierno no tiene estrictamente el control sobre este fenómeno, sino que somos nosotros los que tenemos que participar, reflexionando pues, sobre ese sentimiento de solidaridad y ayudar, sin esperar recibir algo a cambio, al considerar que todos estamos conectados entre si, y que una acción que hagamos tiene repercusión en el otro. Lo que se nos pide es que, en la medida de nuestras posibilidades, nos quedemos en casa, por nuestro bien y por el bien de los otros, que a la vez, somos nosotros. Hagamos de esta crisis una inmejorable oportunidad de ser mejores personas.
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