- Un viejito ideático
Señor, por favor, cuídame de las muchachas violentas. Quítales medio seso para que dejen de mal interpretar mis palabras y las trastornen en los delirios de un viejito chocho. Que paren sus conversaciones y exigencias a favor de mis chascarrillos mañaneros, que comprendan el viejo adagio: si a mí me va bien, a todos nos va bien. Hay mucho por hacer y ellas continúan grafiteando mármoles y monumentos; mucho por hacer y no ayudan a rifar un avión, repartir tamales de chipilín, exprimir al país de sus energías viejas, un aeropuerto nuevo cuyo horizonte se extienda hasta nuestro segundo sol. Señor, por favor, hazlas comprender que los dioses somos hombres y que los hombres hemos diseñado un sistema de igualdades que no pueden saltarse así como así, dales consciencia de sus actos y sus obligaciones como las criaturas terrenales que son. A todos nos están matando por andar en esta tierra y, como su padre, como su abuelo, como su redentor, todos me preocupan por igual. Señor, anótale ahí, comunícalo a todos: repudio la violencia en todas sus formas. Anótale, dije. Imagínate si tengo favoritismos de unos sobre otros cuando a mi pueblo, tan querido, le hace falta tantos abrazos, tantos besos, tanto consuelo moral para mantenerlo productivo y feliz en sus consumos bien pensados, sus consumos inteligentes, sus consumos moderados.
- Un perrito hambriento y aventurero
Señor, dame días de largas caminatas, de sol y de sombra; abandona huesos de pollo y de res en el camino, dame una abundancia de proteínas en el vómito de los muchachos que se emborrachan. El sabor de los tacos, de los mariscos, de las verduras, de los jugos. Revélame, a través de la nariz, el camino a los túneles, como aquella cueva donde se perdió Quijote, lugar de convergencia para los universos mitológicos y el reino de lo fantástico. Los perros viejos no nos perdemos para morir, sino para cambiar de mundo. Dame laberintos con migajas de pan y brisas agradables para jugar a que estoy perdido. Señor, dame un amo que cuando parta el pan, me ofrezca las migajas y cuando ponga el jamón, arranque un pedacito y lo arroje a mi hocico. Dame una mordida precisa para asesinar a las moscas cuando interrumpan mi descanso, dame suficiente agua de beber en charcos que no estén contaminados con aceite y anticongelante. Pon en mi camino a extraños de manos amables y curiosas, que sean gentiles con mis orejas y mi rabo, que se conmuevan fácil para que compren algunos pesos de comida para llevar a mi camada. Abre los caminos con camitas de hojas y lodo para que pueda retorcerme en ellas y llevarme los olores de monstruos ocultos; con la peste del guerrero, ningún coloso se atrevería a meterse conmigo.
- Una muchacha en la combi
Diosa, déjame leer tranquila. Que ningún muchacho se siente a mi lado para pedirme un beso a cambio de una paleta, que ningún viejo desagradable restriegue sus pantalones contra mi falda de cuadros. Guárdame de las medidas de carne y de los jadeos virulentos. Dale seso a nuestro mandatario para que no diga una taradez el día de mañana que me haga enojar, porque ya estoy muy cansada de sus dislates y él no entiende, mi papá no entiende, mis primos no entienden, mi hermano no entiende. Ninguno entiende, diosa, las dos horas de trayecto en este armatoste que tiembla todo el camino hacia el Estado de México, umbral de las perdidas y las alertas ámbar. Un muchacho me mira cansado, pero abyecto se abandona a sus dos horas de serie en el celular para tratar de olvidar las jornadas y las humillaciones. En reposo sueña con mundos mejores, un proceso secundario en el cerebro que le permite seguir todos los días, pero tú sabes que somos víctimas del sistema y sus condenas. Diosa, unas más condenados que otros, unas apostamos más que otros, diosa, cómo se lo explicas. Cree que sufre como yo porque ha tenido un turno de doce horas, cree que estamos siendo lacerados de igual modo por los poderes que nos rigen, pero ningún viejo está sobando su entrepierna y no lo mata la vergüenza de tener que gritarle al viejo cochino que ya se detenga. No tiene la necesidad de pervertir su espíritu y convertirlo en una bestia violenta que golpee al tipo, una que le arranque los pelos y le tire los dientes, una que rasgue su yugular para que deje de manosearnos a todas como si fuésemos la mercancía. Diosa, perdóname, gracias por ocupar el asiento contiguo, ahora déjame leer tranquila.