Once pasos exactos para asimilarte, vacilando como un niño cuando aprende a caminar, los recuerdos de San Miguel de Allende me abrigan el corazón siempre que aprieta el frio, tus torres góticas en la Parroquia de San Miguel Arcángel me recuerdan que he subido a los cielos luminosos sin aves y sin marías, sin padres nuestros, sin hijos nuestros, he sentido la sensación de estar vivo y de estar muerto sin los santos óleos previos, me he perdido en tu paseo del parque del Chorro, con tus lavaderos y tu vegetación exuberante, en tus bancas de cantera cinceladas que hoy son mas mías que mis viejas fotos olvidadas entre memorias de megas, aun tu quiosco del Jardín Allende conserva entre sus invisibles lienzos de cristal algunos sueños de globos y de algodón de azúcar, aun llevo en la solapa tus risas, la mirada, tus besos que anidan a traición en mi maleta agazapada.
Por tus calles empedradas anduve el otro día, mirando tus ventanas barrocas abiertas al sol, tus puertas derruidas, tus altivos adoquines, por tu mercado municipal de aromas y colores, fantaseando en tu biblioteca soñando con escribirte la primavera, con Siqueiros en El Nigromante me muestras que no todo concluye, que un mural fuerte, vivo, intenso, de trazos que se rebelan contra las paredes puede perdurar por un instante, atesorado, inconcluso en una bóveda a un paso del jardín donde vuelan las aves, en la Plaza de la Soledad no me senté ha descansar esta vez, otra vez será, el suave viento mueve tu papel picado, las serpentinas cuelgan lánguidamente de tus balcones de cobre y de latón, de las notas del mariachi sobrevuelan ojos de papel volando, pesares que llevo clavados y no tienen para cuando, los viejos extranjeros, los comerciantes, los alfareros, el ceramista, el carpintero, mis pies pisando el suelo me llevan a tus alegrías de amaranto, de maíz, de deseo, acudí como un falso devoto fiel y obstinado a tu Templo de Nuestra Inmaculada para dar las gracias por los favores recibidos, a pedirte perdón por los dolores cometidos, a confesar las culpas, los males, los desvaríos, en tus paseos intrincados luminosos aprendí a las buenas, aprendí a las malas, y a los jirones, todo lo solido se desvanece en el aire, me guiñes el ojo, me traes de vuelta a tu altar, a tu kermés, a tu vuelo de pájaro libre.
Cae tu noche sobre los faroles de papel mache arrugados de sol y lluvia, las bombillas iluminan tus tersos muros de abobe y cal, tu tez morena, tu pelo negro, en tus calles sucede el encuentro de dos viajeros que no dependen el uno del otro, que no se deben nada, y se lo deben todo, que al cruzarse en el camino se acompañan, las fuentes respiran el murmullo del agua y aparecen los sonidos del silencio, de las manos, los susurros de las miradas, la búsqueda del lunar en el triangulo enigmático, los delirios, las certezas, en tus zaguanes la luna siempre es luna llena, en tus retablos los años no apolillan los besos, ni los secretos, el deseo no caduca, el amor no tiene fecha de expiración, ni réditos de mercado, ni horarios, ni oficinas, ni contratos, juega a las escondidas, a resguardarse del olvido, de los fogonazos del tiempo, de las certezas, la inquisición de la moral, de los ejércitos de la costumbre con sus órdenes de cotidianidad, en las escaleras de tu templo alguna vez di la talla, te lleve de la mano para brincar murallas, te dejé a solas con tus pesadillas, tus construcciones churriguerescas, tus sueños, contigo misma, aprendiste a querer lo máss preciado; tu corazón envuelto en un atado de girasoles de libertad y de amor ensortijado.