UNO. Hacia FINALES del mes de enero, en Culiacán, Sinaloa, se celebró la boda de la hija de Joaquín El Chapo Guzmán. Para la gente de la ciudad, no dejó de ser llamativo el evento, toda vez que se realizó en la Catedral, en el primer cuadro de la ciudad. Allegados a las familias de los contrayentes, cercaron el templo en un despliegue notorio e impresionante. En efecto, la ceremonia tenía carácter de privada y el acceso era controlado y restringido. Camionetas blindadas llegaban y se estacionaban alrededor del inmueble transportando a singulares e importantes invitados a la misma. En los corrillos de alrededor del sitio, la gente sabía que estaba pasando, por precaución aceleraban el paso, y sólo alcanzaban a hacer murmullos de lo que sucedía.
A poco más de 1200 kilómetros, en las oficinas de la Secretaría de Gobernación y la de Seguridad Pública Ciudadana, el día parecía transcurrir normalmente, el país estaba en “paz”. Quizá la Secretaria Olga Sánchez Cordero dejaba escapar unas lágrimas por la reciente entrevista con el grupo de padres de familia con niños con cáncer y que le expusieron el vía crucis que debían recorrer día tras día para atender a sus pequeños hijos en las instituciones de salud del sector público. La Secretaria ignoraba la precaria situación de tantas familias, de tantos mexicanos. Por su parte, el Secretario Durazo seguía en sus oficinas, increpando a sus subordinados porque no lograban enderezar las estadísticas de la inseguridad en México, y seguramente pronto, su jefe lo llamaría de nuevo a una mañanera a explicar la consistencia de esos otros datos, diferentes a los del Secretariado Ejecutivo de Seguridad Pública, que definían la mejoría de los resultados en el combate al crimen y la inseguridad nacionales.
Tanto en Gobernación como en Seguridad Pública Ciudadana y el propio Palacio Nacional, las miradas estaban fijas y atentas mirándose las puntas de los pies para asegurarse que todo estaba en orden. La boda de Culiacán no era tema, probablemente sabían qué estaba sucediendo, y la gravedad de la ingobernabilidad de partes importantes del territorio nacional, pero era más sano para los intereses de la 4T, no hacer mucha alharaca con eso, en todo caso sólo era una boda, y en la lógica de la estrategia contra la inseguridad, eran mejor los abrazos a los balazos. El régimen debía dar una muestra de firmeza y congruencia en la aplicación de sus políticas públicas en la materia.
El escandaloso silencio institucional con la boda de Culiacán, seguramente llamó la atención entre los mexicanos, que no, no son estúpidos.
DOS. El Insabi va. Resulta que en la semana, el presidente López se reunió con los gobernadores de extracción priista y resolvieron sin muchos aspavientos, caminar juntos en la consolidación del proyecto de salud pública en torno al Instituto de Salud para el Bienestar, a sabiendas de que el proyecto adolece aún de la suficiente fortaleza institucional, pero que así como otros proyectos de la 4T, son prácticamente un propósito consigna del gobierno federal, recordemos el Tren Maya, el aeropuerto de Santa Lucía, el corredor transístmico, la refinería de Dos Bocas. La negociación, seguramente fue sencilla, por la contundencia de los argumentos del presidente. Firmen los convenios y arreglamos el presupuesto adicional. Me puedo estar equivocando, ¿no?
Por su parte, los gobernadores del PAN, hace unas semanas había hecho algunas declaraciones señalando que de ninguna manera iban a ratificar los convenios con la federación para adherirse al Insabi, en los términos que originalmente estaban planteados. Esta determinación les atrajo muchas simpatías entre aquellos que coincidían con ellos en el sentido que en Insabi no garantizaba la adecuada, oportuna y gratuita prestación de los servicios de salud a los mexicanos. Pero algo pasó a media semana, y finalmente, los aguerridos gobernadores blanquiazules, dieron sus manitas a torcer, y acabaron cediendo a las exigencias federales. Algo no calcularon bien, o los argumentos de Hacienda fueron lo suficientemente convincentes para hacer recapacitar a los rebeldes gobernadores y acabar alineándose al proyecto lopezobradorista.
Acá, el silencio de los gobernadores y de la propia Federación lastiman la seguridad y tranquilidad de los mexicanos, habría que esperar en qué consistieron los argumentos y los acuerdos políticos al respecto.
TRES. La última gira del presidente López por el sureste mexicano, siempre nos obsequió con temas de conversación que, por su originalidad, nos obligan a comentar en torno a ellos.
El primero es relacionado con la determinación de un pasajero del mismo vuelo en el cual viajaría el primer mandatario. El citado pasajero decidió abandonar el avión junto con su familia al considerar inseguro compartir el trayecto con el presidente. Obviamente, las redes estallaron a favor y en contra de la acción. “Montaje” decía los seguidores del presidente; “sensato”, los contrarios, pero el asunto se ventiló de manera copiosa también en los medios de comunicación, nacional e internacionalmente. ¿Qué tal?
Ya en Chiapas, al inaugurar los trabajos del gasoducto de Cuxtal 1, el presidente además de señalar la infaltable la irresponsabilidad de los gobiernos anteriores, tuvo palabras de aprecio y apoyo a Manuel Bartlett, director general de la CFE, por su “firmeza y experiencia”, como vacunando al poblano de algún inminente cuestionamiento a su integridad. ¿Qué le sabrá el director de la CFE al presidente? Es curioso que ninguno de los dos, ni el presidente López como Bartlett estén en el ánimo de viajar al extranjero, particularmente a los Estados Unidos.
En todos los casos, la opacidad, el silencio, lejos de ser discreto y modoso, levanta una cortina que oculta las circunstancias que definen la seguridad de los mexicanos; que permite y promueve la especulación y la desunión en la sociedad, situación que es un lujo innecesario y dañino para México.