La noción de paisaje refiere a la naturaleza transformada, artificial, que hace alusión simbólicamente al paraíso que se ha intentado representar el entorno mediante la construcción de jardines, obras de arte y ciudades, el mundo natural que per se se encuentra en un continuo de transformación, de cambio, el cual ha adquirido una fisonomía que en cierta medida ha sido modelado por la actividad humana que lo adecúa deliberadamente a sus propias necesidades, en el lugar donde los grupos humanos establecen sus reacciones sociales y de producción, degradando, alterando o eliminando, gradual o abruptamente los ecosistemas sobre los cuales se alzan los asentamientos humanos.
Ello ha quedado registrado por ejemplo, en obras de arte de todo tipo producidas en periodos históricos disímiles en diferentes latitudes y modos de ver e interpretar el mundo, de concebir los entornos geográficos de los asentamientos, incluidos no sólo las representaciones occidentales que son un registro de la huella natural, o de otras a veces irreversibles producidas por humanidad, a la que se ha sometida la naturaleza.
En el país este género de origen romántico, considerado por las posturas etnocentristas de la crítica del arte como un “un arte menor”, ha sido cultivado por artistas como el realista José María Velasco, el telúrico Dr. Atl, el impresionista Joaquín Clausell, el experto en procedimientos artísticos Luis Nishizawa, y por último, Nicolás Moreno, quienes son los de mayor visibilidad, representando Nicolás, el que podría ser el último de los pintores de trascendencia entre los paisajistas mexicanos; o de aquellas representaciones producidas por artistas anónimos precursores de la Escuela de Pintura al Aire Libre de Santa Anita, de la primera mitad de siglo del siglo pasado en la Ciudad de México, esfuerzo pedagógico y de índole social devalorado por algunos por su intrascendencia y nulo aporte al arte del país, (sic).
Ejemplificando lo anterior se encuentra la obra pictórica del siglo XIX, de José María Velasco, en cuyos cuadros se aprecian escenas bucólicas de la vida campestre mexicana, en entornos idealizados, prístinos, cristalinos, de atmósferas diáfanas, que al parecer jamás habían sido alcanzados por la acción del hombre y sus tecnologías, es decir campos abiertos, grandes extensiones de tierra que sugieren la conservación de los ecosistemas, pero que al transcurrir de los años, constataríamos la desaparición y la degradación de éstos ante el modelo económico y social imperante, la explosión demográfica, la migración del campo a la ciudad, la ausencia u omisión de políticas o leyes de regulación y la corrupción en distintas esferas de la vida pública, factores entre otros, que han propiciado el desordenado crecimiento de la zona metropolitana que ocupa el Valle de México y sus alrededores, tal como ocurre en la actualidad con la mancha urbana en la capital del estado de Aguascalientes la cual adquiere dimensiones de metrópoli que conurba a los municipios adyacentes.
Se dan entonces diferencias no biológicas que se denominan culturales, que son la vía para el encuentro y la relación, entre el hombre inteligente o el hombre capaz de entender, con la cultura y el medio ambiente, que se proponen entre sí, la producción de elementos necesarios para la vida, lo cual deviene en la configuración de aspectos sociales, económicos y ambientales, dejando vestigios de la capacidad productiva sobre el territorio a través de su organización social, de sus tecnologías, que suceden a instituciones políticas y sociales, además de profundas manifestaciones afectivas y un discernimiento moral como guía de la consciencia para la relación entre pares, su propia autorregulación y el entorno.
Manifestaciones sociales e individuales que al tiempo (parte de la evolución cultural) son tangibles e intangibles producto de la creatividad, del trabajo y la mente humana, que reúnen a un sinfín de grupos que conforman a la especie en expansión de su diversidad cultural que posee un lenguaje simbólico distintivo para comunicarse y diferentes formas de hacerlo, una organización basada en la división social del trabajo, ya que se considera toda obra humana como se ha mencionado, naturaleza transformada.
En Aguascalientes han existido acercamientos desde el arte con base en esta noción y compresión de paisaje, a través de proyectos artístico-sociales en localidades del estado para relacionar a un colectivo de producción artística conformado por jóvenes artistas emergentes y a algunos profesores de la Universidad de las Artes, (institución educativa adscrita al Instituto Cultural de Aguascalientes), en un ejercicio de práctica social que ha vinculado a los creadores visuales con la población de la comunidad rural de El Ocote, (localidad como otras expulsora de sus habitantes que emigran en búsqueda de una mejor calidad de vida), de esta entidad federativa, en la que también en paralelo a este contexto, se dio la participación de una asociación conformada por un grupo de científicos, principalmente biólogos, denominada Asociación Civil para la Conservación de la Biodiversidad en México, Natura Mundi, quienes impulsaron la participación comunitaria en actividades de conservación y recuperación ambiental; y por otro lado, con el apoyo del Instituto Nacional de Antropología e Historia, Centro INAH y del Instituto Municipal Aguascalentense para la Cultura.
Los actores de esta intervención multidisciplinaria, científica, cultural y artística, muestran una clara preocupación sobre los ecosistemas natural y humano, que se erige en una de las tipologías del arte público en el entorno natural de carácter experiencial la cual se funda en el andar sobre el terreno como acto estético y se sostiene en la memoria e historia del territorio con todos sus componentes y acepciones, da cabida a la comprensión de que los habitantes del lugar, han creado un paisaje único producto de la naturaleza y de la cultura, que es característico del actuar histórico de la humanidad, que le da usos antrópicos para la explotación de recursos que se traducen en actividades productivas, agrícolas y ganaderas de determinada intensidad e impacto, asentados allí con una definida densidad poblacional, que por consiguiente y de manera paralela, al darse las relaciones sociales, le adaptan para la confección del hábitat que posee un antecedente prehispánico, hoy arqueológico y patrimonial, que trascendió el uso no sólo estacional del lugar sino permanente de los grupos humanos que antecedieron a otros indómitos en el sitio, que crearon vínculos emocionales y psicológicos que los habitantes de la comunidad comprenden y proyectan sobre ese entorno que se incuba en un particular contexto social, cultural e histórico.
Miramos, interpretamos y transformamos el mundo a través de la cultura, la cual abarca entre otros elementos, saberes, valores, estructuras sociales y religiosas, artísticas e intelectuales que caracterizan en particular a los grupos humanos quienes durante el transcurrir de los años y generaciones en el entorno escogido en sociedad para la vida, para habitar, producir y soñar, perfeccionaron el hábitat surgiendo con ello las ciudades, cultivando a la par su realidad interior, modificando la esencia de su ser, su naturaleza interior (natura naturans), como lo hizo físicamente con la naturaleza exterior (natura naturata), experimentando la unión complementaria que se da entre hombre y naturaleza y que a la postre se desequilibraría con respecto al uso y explotación de los sistemas naturales que escasamente han sido valorados hasta nuestros días.
El arte puede desempeñar un papel en la generación de innovadores relaciones con la naturaleza y la sociedad, ya que las obras artísticas concentran en su esencia la importancia social, política, económica y humana, cuyos tópicos no son indiferente a estos artistas que muestran una excepcional sensibilidad con alcance social, que propone también el papel “…del artista en la educación del público para comprender nuestra situación ecológica y como el artista puede servir para renovar el sentido de un feliz equilibrio entre el hombre y su ambiente”, como lo ha puntualizado Gyorgy Kepes.
Las obras artísticas producidas in situ por estos creadores de actitud naturalista, salen del estudio para conectar con el mundo material e inmaterial para anclarse en ese universo, son el hilo conductor que muestra ese paisaje humano, que participa de la identidad entre los habitantes que aún quedan en ese lugar, que preserva la memoria y valora la biodiversidad, a través del dibujo, la gráfica, la pintura y la fotografía, que es explorada mediante el retrato realizados a los vivos, a los muertos o los ausentes, ya sean niñas, niños, jóvenes, adultos o ancianos; o bien conectando con la fauna doméstica y silvestre, con la fuerza y contundencia de veracidad que otorga el paisaje como género artístico que aquí se cristaliza en una práctica etnográfica como registros de una realidad vivida, situada y contextualizada.
Obras presentadas en el Museo Multidisciplinario del lugar, cuyo proyecto autogestivo El Ocote Testigo Vivo, 2016, entregó a la comunidad como tributo para el goce y disfrute, tal como lo expresó el dramaturgo irlandés Bernard Shaw, como si se tratase de un espejo que más allá de permitirles verse el rostro, les permitió verse el alma, diríamos a ambos actores, pobladores y artistas, en un día de fiesta comunitaria que hoy asoma a la memoria para trascender en el tiempo, en este gélido día de invierno en el que aún están presentes entre nosotros, los ausentes, que emigrarán estacionalmente cuando los ciclos de la naturaleza prescriban la hora de ese destino.