Es aventurado pensar
que una coordinación de palabras
puede parecerse mucho al universo.
De Avatares de la tortuga. Borges.
No tenía un año en México cuando el destino ya me había puesto a Liz Chan en mi vida. Nos conocimos en 1987, gracias a mi querida Laura Vargas, quien nos presentó en un tiempo en el cual trabajamos las tres haciendo obras de teatro y musicales para niños. En ese entonces, ambas estábamos solteras, guapísimas y sin hijos. Liz estudiaba la Licenciatura en la Libre de Derecho y tenía un vochito rosa en el que íbamos y veníamos a reuniones, comidas y fiestas. Yo estaba recién llegada de España y todavía seguía en shock con el tema de los tacos, el sabor de la guayaba y las calles larguísimas por las que me perdía a cada momento bajo un sol abrasador. Desde entonces, muchas cosas han sucedido en nuestras vidas: mis hijos la llaman tía Liz, porque en realidad, nos volvimos hermanas; conocimos a nuestros galanes; de hecho, uno de ellos hasta se lo heredé. “Pues llégale, no hay pedo, amiga”, le dije una noche de confesión, fui testigo de cómo puso su restaurante, estuve en la boda de sus dos maridos, la vi crecer como abogada cuando entró a Deloitte, fui numerosas veces a sus conciertos, bailamos y nos desvelamos durante años y como pasamos muchas horas vuelo juntas pusimos un centro de terapias, y acabamos tomando terapia pero de trauma pues terminamos de la greña; luego, nos extrañamos y nos contentamos cuando la vida se encargó de llevarnos, inesperadamente, al mismo restaurante vegetariano a pesar de los años compartidos con manjares de la cocina española e internacional. Podría quedarme tres días hablando de todo lo que Liz y yo hemos vivido, pero debo de concentrarme en este libro: su primera novela que hoy tengo el gusto de presentar. Una novela fantástica donde Camila, personaje central, establece una conexión mística con el grupo de los Xilakes, comunidad similar a la Atlántida, que recuerda a los pueblos originarios mexicanos, particularmente al maya. El estilo de su narrativa es descriptivo y da peso y relevancia a las sensaciones que la protagonista tiene frente a la posibilidad de la muerte, así como a la construcción estética de los escenarios y los seres fantásticos que los habitan. Rescata la herencia de la literatura de fantasía con elementos de viaje a otros mundos mediante portales como el mar que en este caso divide a esta comunidad onírica con el mundo ordinario. También existen objetos mágicos: uno de ellos es el collar que encuentra Camila y que funciona como vínculo entre los personajes principales. Resulta evidente la influencia del Realismo Mágico Latinoamericano. Sin embargo, en esta novela se explotan más los elementos maravillosos sin dejar de lado la sensación de realidad propia de este periodo.
También el tiempo juega un papel determinante pues la novela se estructura a partir de él. La acción transcurre en el 2012 y la autora nos introduce en el invierno de ese año, para luego pasar a la primavera, posteriormente al verano y, por último, la narrativa se establece en el otoño, para concluir en diciembre de 2012. La acción se ubica en la Ciudad de México y se enlaza con este submundo que habita en las profundidades marinas, mientras la autora retrocede en el tiempo con habilidad y desafío.
Quiero destacar el afortunado manejo de la elipsis, recurso constante en la novela donde es evidente cómo los pensamientos se vuelven libres, desobedeciendo el orden espacio temporal de los eventos. Las evocaciones, las asociaciones, el paso por los puentes colgantes de la memoria nos recuerdan que todo está interrelacionado. No hay barreras que impidan los vasos comunicantes en el discurso narrativo donde los personajes están hechos no solo de carne y hueso sino también de sueños, de esperanzas y fantasías para volver real lo que algún día imaginaron.
Quiero rescatar la importancia que da Liz Chan a tres periodos relevantes para nuestro México: la época Prehispánica, la Revolución Mexicana y la actualidad. El diálogo entre estos tres tiempos no solo sirve para el desarrollo de la historia sino también para ayudarnos a imaginar a través de los ojos de la autora los usos y costumbres de estos períodos históricos.
El sepia, color al que la autora se refiere desde el título, nos remite a un tono que contiene la memoria así como personajes entrañables que hacen historia y se mezclan muchas veces con nuestra sangre estableciendo con nosotros lazos familiares. Un amor en color sepia nos contacta con un amor antiguo, que rompe las dimensiones y que vence todos los obstáculos. Se trata de un amor incondicional que se filtra por las grietas del tiempo para atestiguar lo que sucede más allá del protagonismo.
Sea pues que, desde la vibración sutil de este amor, nuestra autora siga explorando los senderos de la narrativa y creando personajes investidos por la realidad o la ficción para mostrar la complejidad de la vida y sus posibles soluciones, y que mientras esto suceda sigamos compartiendo a nuestros hijos, nuestros intereses materiales y espirituales y lo mejor de nosotras mismas en vivo, en directo y a todo color porque, finalmente, la vida es breve y nuestra amistad eterna.
Nota: Chan, Liz, Camila: Un amor color sepia, editorial Amazon, 2019, pp. 220.