Conocemos el dato y la ciudadanía opina y comenta al respecto: según datos del Inegi, la economía se contrajo 0.1%. Muchas personas hablan hoy de que la economía de México no está creciendo. No obstante, este dato se usa como arma para atacar a adversarios y adelantar posiciones políticas, sin entender de fondo el problema. Tan simplón resulta responsabilizar de manera absoluta al actual gobierno, como falso el discurso lopezobradorista que sugiere que el crecimiento económico no importa, o que importa sólo el bienestar (cuando cualquier economista serio sabe que el bienestar está vinculado de manera necesaria al crecimiento). El decrecimiento de la economía mexicana es un problema multicausal (sin duda son muchas y no sólo una), y de causalidades bidireccionales (se generan círculos viciosos), que todos quieren achacar a una variable (máximo a dos). Por mi parte, pienso que el que la economía mexicana no esté creciendo se debe, al menos, a las siguientes razones:
(1) A la creciente desconfianza de los inversionistas. Ésta fue causada, quizá en gran parte, debido a la cancelación del NAIM. El gobierno quiso dar un golpe simbólico en la mesa que mostrara a sus fieles que el presidente en definitiva separaría el poder político del económico. El presidente y sus asesores cometieron un error. Pensaron que la cancelación del NAIM era una medida suficientemente robusta para dar ese mensaje, y mucho menos agresiva que una reforma fiscal. Con esta suposición en mente, perdieron la confianza de los inversionistas y perdieron -quizá de manera más importante- el momento político idóneo para hacer una urgente y necesaria reforma fiscal. Ese momento era cuando la economía mexicana estaba creciendo, había confianza y el presidente llegaba al poder con una legitimidad histórica. Cometieron un doble error que está impactando a la economía mexicana y al bienestar, ése que tanto le importa al presidente.
(2) A la aversión del presidente López Obrador por la inversión privada, justificada en la corrupción que se dio en gobiernos anteriores. Los excesos de la alta cúpula empresarial mexicana en el pasado reciente han sido documentados con suficiencia y precisión, y en ello lleva razón el presidente. Se ha vuelto común, en la narrativa popular, el concepto de “capitalismo de cuates”. No obstante, el gobierno se equivoca cuando responde con aversión y no con una sana desconfianza a la inversión privada. Lo primero ha llevado a un descontento creciente de los inversionistas, que son bombardeados con insultos todas las mañanas desde el púlpito de Palacio Nacional. Mientras tanto, el presidente también desmantela las instituciones que permitirían salir de la voraz historia de corrupción: los organismos reguladores y los organismos autónomos. En lugar de fomentar una pujante competencia económica, ha decidido enemistarse con sus posibles aliados. Otra vez, un error doble, fundado en un diagnóstico correcto.
(3) A que, históricamente, en todo cambio de gobierno el primer año el PIB cae en promedio 2%. Cuando el gobierno de Enrique Peña dejó una economía creciendo al 2%, era de esperarse que el primer año del gobierno de López Obrador no creciéramos y la economía mexicana se desacelerara. Este factor no debería desestimarse. Por un lado, este factor independiente podría explicar los datos que arroja el Inegi. Sin embargo, el gobierno tampoco está haciendo nada por hacer frente a esta constante histórica.
(4) A que la economía mexicana está ligada desproporcionalmente más a sus exportaciones que a su inversión interna. Debido a la desaceleración manufacturera global, en especial norteamericana, ligada a este vínculo de nuestra economía con la exportación, se produce un círculo vicioso que afecta a nuestra economía.
(5) A que -quizá de manera más importante para un gobierno de izquierda- está demostrado que las economías más desiguales son las más vulnerables con respecto a tasas de crecimiento altas y estables. Según datos de Oxfam, México presenta un problema al menos 380 veces mayor al promedio de la desigualdad mundial. Combatir la desigualdad no es un capricho de las izquierdas, y su importancia no es sólo moral (en tanto es injusta), sino que afecta a la economía. La izquierda lopezobradorista, no obstante, a preferido combatir la desigualdad con lentes políticos y clientelares, y no económicos.
(6) A la personalidad del presidente López Obrador que tiende a la aversión a la riqueza y al capitalismo. Eso, aunado a su evidente analfabetismo económico, generan otro círculo vicioso. No me detendré en citar las múltiples expresiones moralizantes y franciscanas que el ejecutivo nos regala todas las mañanas, las cuales pretenden normar en los intereses de los individuos dentro de la democracia liberal mexicana.
(7) Por último, a una multiplicidad de factores que impactan de diversas maneras en nuestra economía: a la incertidumbre que se creó desde la transición y todo el año pasado debido al T-MEC, a la disminución de la inversión pública, y al enorme crecimiento de la deuda externa en los últimos 12 años.
¿Qué debería hacer el gobierno frente a esta problemática? Al menos: generar un clima de confianza en los inversionistas, cambiando el tipo de discurso cotidiano y realizando acciones que generen certidumbre; fomentar la inversión privada, combatiendo monopolios, fortaleciendo organismos reguladores y fomentando la competencia económica; desanclar la desmedida dependencia de nuestra economía de las exportaciones, fomentando también la inversión privada interna y gastando de manera inteligente en inversión pública interna; combatir la desigualdad con programas sociales de alto impacto económico, y no sólo de alto impacto político (una reforma fiscal, por desgracia, se ve ya inviable en este momento); y que el presidente dé un giro en su discurso y deje de moralizar la economía con sus muy particulares preferencias franciscanas. Incluso, el gobierno podría seguir cometiendo errores y es de esperarse que en su segundo año de gobierno la economía repunte (tomando en cuenta la constante histórica).
La izquierda mexicana actual no parece un proyecto político y económico viable. Las izquierdas latinoamericanas, y ahora la mexicana de manera paradigmática, no han entendido que la única forma de lograr un estado de bienestar debe ir de la mano de mecanismos de libre mercado, competencia económica y fuertes organismos reguladores. No han entendido la importancia de la inversión privada, y les da repelús la generación de riqueza. Tampoco han entendido que para consolidar la democracia requerimos de instituciones y procedimientos epistocráticos (tecnocráticos), múltiples y robustas instituciones autónomas y fuertes contrapesos. El presidente de México afirmó la semana pasada en su espectáculo matutino que esta izquierda viable de la que escribo ahora es conservadora, y se erigió dogmáticamente como la encarnación de la única izquierda posible. Hace algunas semanas humilló a las víctimas de la violencia que vive México, y llamó a Javier Sicilia desmemoriado. El desmemoriado es él, y también ignora la historia. Su analfabetismo económico, su dogmatismo, sus actitudes antilaicas, su personalidad proclive a la posverdad y su hiperpolitización de la vida pública nos llevarán al despeñadero. Si conociera un poco la historia, el presidente sabría que su izquierda es inviable y repetirá todos los vicios de las izquierdas latinoamericanas. Es una lástima. México está muy lejos todavía de un estado de bienestar, que es lo que buscamos todas y todos los que simpatizamos con la izquierda.
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