Hablar de feminicidio/ Mareas Lejanas  - LJA Aguascalientes
16/11/2024

¿Qué se supone que debe una decir ante ‘el tema’ de los feminicidios en México? ¿En qué momento la realidad nos rebasó tanto? ¿Cómo nos relacionamos con las verdades de una sociedad a la que no sólo pertenecemos, si no que construimos día con día? ¿Qué estamos haciendo y qué realmente podemos hacer para disminuir el número de mujeres asesinadas? ¿Cómo nos salvamos? La cantidad de preguntas es desbordante, y la calidad de las respuestas es tan insensata que parece sacada de un mal guión de ficción. 

Basta con asomarse un poco a las estadísticas, o a las personas conocidas, a los productos culturales, a los propios miedos, para saber que actualmente vivimos tiempos de una violencia cuya exacerbación no sólo va a la alza, si no que es cada vez más especializada, más minuciosamente tortuosa y sádica. No sólo somos cada vez más violentos, desde hace rato ya que venimos perfeccionando una maestría en técnicas. El feminicidio es uno de esos puntos altos, es una máxima expresión de la violencia: patriarcal, colonial, clasista, racista. El feminicidio es un punto de culminación de sistemas y estructuras muy complejos, cuyos cimientos lejos están de ser obviedades, cuyos orígenes parecen incomprensibles de tan amplios, variados y extensos que son. 

Hablar de feminicidio es muy complicado, para empezar porque duele, incomoda y aterroriza. Hablar de feminicidio también es muy difícil porque los cabos sueltos son -aparentemente- muchos. Pareciera que ‘lo que sabemos’ es que antes mataban 7 mujeres al día y ahora matan 11. ¿Quién las mata, cómo las matan, por qué las matan, dónde las matan? ¿A quiénes matan? 

Tan sólo circular a grandes rasgos el tema es una labor titánica, por ello, en este texto me permitiré esbozar sólo dos -de incontables- líneas al respecto: primero me gustaría describir algunos de los que creo yo, son los discursos predominantes en las movilizaciones frente a la problemática feminicida actual, o sea: qué discursos predominan en las protestas anti-feminicidio. Y segundo, hacia dónde creo que podríamos enfocar la atención y los esfuerzos con el afán de reducir el índice de mujeres asesinadas, es decir, qué pienso que podríamos hacer para salvar las vidas de las que estamos vivas. 

Las movilizaciones y protestas en respuesta a los feminicidios han surgido como una reacción de impacto ante la frecuencia y el sadismo con que se arrebatan las vidas de mujeres en este territorio que llamamos México. Los movimientos ‘en contra’ del feminicidio suelen enfocarse en la denuncia y en la exigencia por justicia para las víctimas y sus personas cercanas. ‘¡Vivas nos queremos!’ se corea en protestas, ‘México feminicida’, ‘Estado feminicida’ son algunas de las consignas con que se reclama a los grupos de poder la ridícula y asesina impunidad en la que vivimos hoy. Y en este contexto, ¿Qué es la impunidad? Todos sabemos que en México se puede matar o hacer chingaderas (si no puedo decir chingaderas, entonces maldades) y salirse con la suya, lo sabemos porque lo vemos a diario. También sabemos que hay mucha gente entambada por cosas que no hizo, con juicios detenidos, sin acceso a recursos para hacerse justicia. Vivimos en el país de los chivos expiatorios. Vivimos en donde se mata y no pasa nada. Vivimos donde ser joven, pobre, morra, indígena, o estar en el sitio y momento incorrecto, basta para ser despojado de la casa, de la libertad o de la vida. 

Si las movilizaciones basan su exigencia en la justicia, en la corrección y el castigo para los culpables, tendríamos que preguntarnos a quiénes intentamos interpelar en esta exigencia: ¿Al Estado? ¿A los sistemas penitenciarios? ¿Al castigo social? ¿A los machos que matan? Realmente preguntarnos a quiénes les estamos pidiendo que hagan justicia, porque aparentemente son exactamente los mismos que roban, aplastan, silencian y matan. En un país donde ‘la justicia’ no funciona mas que para perpetrar cadenas de opresión e impunidad ¿Por qué continuamos poniendo la esperanza, la energía y los recursos en lógicas que expresamente no están de nuestro lado, no funcionan en pos de la justicia y cuyo seno es precisamente la violencia dominante? 

Y ojo, en ningún momento estoy diciendo que la justicia para las víctimas y el castigo no sean necesarios y altisimamente relevantes, simplemente quisiera señalar que ciertas organizaciones, consignas y actitudes me resultan paradójicas en tanto buscan entablar diálogos con los enemigos que ejercen la violencia que buscamos erradicar. 

Y después de la denuncia, ¿Qué sigue? ¿Cómo nos aseguramos de que a las que no nos han matado no nos maten? 

Evidentemente si pudiera responder esa pregunta, yo o cualquiera, estaríamos en otro lado. Sin embargo, considero que es de urgente importancia darlo todo en tratar de respondernos esto. Comprender el feminicidio es sólo el primer paso para poder enfrentarlo como una problemática sistémica que más allá de su inmensidad estructural mata individualmente y por tanto puede ser abordada de forma casuística. Los feminicidios uno por uno, también comparten características, presentan patrones: de forma, de sitio, de sujetos. Las historias se parecen, comparten rasgos específicos como edades, circunstancias, contextos, localidades, armas. No a todas las matan y no a todas las matan por igual, entonces, entender qué patrones podemos observar en la ola de asesinatos que vivimos, nos permite especular y vislumbrar a futuro de forma tal que podemos esbozar estrategias activas y puntuales de prevención. Se trata de que evitemos los feminicidios que aún no suceden. 


Pienso que en paralelo a las protestas, sin dejar de movilizarnos y organizarnos para denunciar la realidad que observamos y vivimos, es necesario establecer y fortalecer estrategias colectivas de detección, prevención y acción que ubiquen al feminicidio como la última instancia de cadenas de violencia muy grandes. Creo que abordar los feminicidios como un fenómeno latente, en marcha, en constante desarrollo, que realizan humanos, contextualizable, nos permite colocarlo en una multitemporalidad que no sólo ‘ya sucedió’ si no que está sucediendo y sucederá en el futuro, y en tanto condición de posibilidad y no suceso, es evitable y es combatible. Quiero decir que los feminicidios que podemos vencer son aquellos que aún no pasan, que las vidas que podemos proteger son aquellas que aún están aquí. 

Hablar de feminicidio no es hablar de mujeres o de cómo el gobierno no hace su trabajo o de si no se trata de que sea tu tía, tu hermana, tu madre o tu novia. Hablar de feminicidios no es hablar de ‘un problema social’, de cifras, de ‘monstruos’ que asesinan a sus parejas, o de chavas que estuvieron en el sitio incorrecto, como la escuela o la calle, o el simple hecho de haber nacido en una familia. Hablar de feminicidios no es hablar de ‘las feministas’. ¿Entonces, qué es? ¿Cómo y para qué estamos entablando estas conversaciones? No lo sé, e insisto que a la mano sólo tengo preguntas y si acaso confusos bosquejos de respuestas, pero sí creo que hablar de feminicidios es sólo el primer paso, que aunque muy necesario, nada suficiente. Pienso que dar un paso adelante sería atrevernos a realmente abordar y generar la información sobre los casos que conocemos, encontrar patrones, comprender la complejidad y las expresiones materiales y contextuales de las vidas robadas, traducir eso en datos y acciones útiles para la prevención y detección de futuros feminicidios, como lo han hecho compañeras activistas, periodistas, o la inolvidable María Salguero, entre muchas otras. Acercarnos al trabajo ya hecho, conocerlo, valorarlo y continuar alimentándolo. Cuidarnos, protegernos, perder el miedo y entablar precauciones, salir de las consignas y trazar los límites de nuestro propio entendimiento de lo que implica vivir en un mundo asquerosamente violento mucho más lejos de lo que actualmente lo hacemos. Aceptar que lo que hemos hecho hasta ahora no sólo no está funcionando, si no que los problemas han empeorado. Dar el todo en contestarnos estas preguntas, tener acciones, resolver la idea de que el diálogo es sólo una puntita muy pequeña de lo que es necesario hacer para evitar que más mujeres sean asesinadas. 

Hacer lo que cada quien pueda desde su trinchera, pero entonces crecer la trinchera, compartirla, expandirla, hacerla inmensa, porque lo que hasta ahorita hemos hecho, claramente no nos mantiene vivas. 


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