Para muchas personas el sistema electoral de Estados Unidos es simplemente complicado: primero, para ser candidato de uno de los dos grandes partidos, Republicano o Demócrata, hay que luchar en una larga y agotadora temporada de elecciones primarias que suele durar alrededor de seis meses. Después, si se consiguieron los delegados necesarios durante las primarias, se debe esperar a la convención partidista para ser formalmente nominado por los miembros de un partido. Comúnmente ésta se desarrolla en julio o agosto, pero ha llegado a realizarse en otros meses como junio o septiembre.
Cuando el ciclo de primarias concluye, se procede a la elección general donde los candidatos realizan una intensa campaña en sólo un puñado de estados. La elección del presidente de Estados Unidos se realiza de manera indirecta, es decir, no es el voto popular el que determina al ganador. El presidente es electo por el Colegio Electoral, un mecanismo político implementado por los padres fundadores de Estados Unidos para garantizar que los estados de la Unión con menor población fueran sometidos a las decisiones políticas de los estados más poblados.
Así, según la población de cada estado, se asigna un número determinado de electores. La suma total de los electores es igual a la cantidad total de miembros del Congreso más la adición de tres votos asignados al Distrito de Columbia que da un total de 538 electores (se necesitan 270 para ganar). La Constitución de Estados Unidos provee un sufragio equitativo a cada estado, por tanto, a cada estado se asignan dos senadores (Cámara Alta) y un mínimo de un representante (Cámara Baja). Entonces, el mínimo de electores que un estado puede tener es de tres (dos senadores y un representante) y no existe un máximo; por ejemplo, California al ser el estado más poblado tiene 55 votos.
No es mi interés en ahondar en lo qué pasa si ningún candidato obtiene la mayoría o resulta en un empate porque verdaderamente es un embrollo. En su lugar, dejaré a un lado la explicación de la complejidad del sistema electoral estadounidense y me concentraré en el panorama electoral que se percibe actualmente por el famoso caucus de Iowa.
Históricamente desde que las elecciones primarias incumben a todos los estados (desde los años 70) la elección se sella prácticamente durante los primeros meses. Son cuatro los momentos decisivos para elegir al nominado de un partido: primero, el caucus de Iowa que representa un momento crítico para establecer a los dos o tres principales candidatos; segundo, una semana más tarde los habitantes de Nueva Hampshire tienen la oportunidad de votar a su candidato favorito, los resultados de esta primaria generalmente impulsan la candidatura del favorito; en tercer lugar, la primaria de Carolina del Sur elimina a la mayoría de los candidatos que sobrevivieron a los dos primeros estados; finalmente, una veintena de estados determinan al nominado en lo que popularmente se conoce como el «Súper Martes». En los últimos 20 años, sólo la elección primaria del Partido Republicano en 2016 se resolvió hasta mediados de abril, en la recta final de las primarias, cuando los dos principales opositores a Trump, John Kasich y Ted Cruz, no pudieron asegurar una cantidad mínima de delegados para pelear por la nominación republicana durante la Convención de Cleveland.
Siendo así, el ciclo electoral de este año empieza formalmente con el caucus de Iowa el próximo 3 de febrero en una aparente primaria demócrata sumamente dividida. En total, 29 candidatos de alto perfil iniciaron en algún momento del año pasado su campaña por la nominación. Actualmente, sólo quedan 11 candidatos principales de los cuales tres realmente podrían llegar a ser el nominado o nominada: la senadora de Massachussets, Elizabeth Warren, el exvicepresidente Joe Biden y el senador de Vermont, Bernie Sanders.
Uno podría argumentar que Iowa no debería ser el primer estado en votar porque no refleja la realidad de Estados Unidos: 90.7% de la población es blanca,en el ámbito nacional sólo el 73% lo es, y si descontamos la población hispana es de 60%. Sin embargo, desde la elección de Jimmy Carter en 1976, el caucus de Iowa ha impulsado al candidato ganador, incluso si este no llega a ser el nominado como Mike Huckabee en 2008 (republicano) o Tom Harkin en 1992 (demócrata), y proporciona una evaluación sobre las características del electorado en cara a las elecciones de noviembre.
El escenario político para el partido Demócrata es incierto y, a la vez, alentador. Después de la derrota de Hillary Clinton el partido se dividió y aún no se ha podido establecer un liderazgo claro. Para muchos demócratas es decepcionante que los principales candidatos del partido sean individuos de avanzada edad (de los tres candidatos principales, la senadora Warren es la más joven con 70 años) y que la forma en la que el partido conduce la política se asemeje más a la de un partido elitista alejado completamente de la realidad social.
Las elecciones intermedias de 2018 donde los demócratas ganaron 41 escaños y siete gubernaturas fortalecieron las esperanzas del partido de ganar la Casa Blanca en 2020. Asimismo, el escándalo de Ucrania del verano pasado ayudó a legitimar el esfuerzo demócrata por remover a Trump de la Casa Blanca y a que la Cámara de Representantes, de mayoría demócrata, lo condenara. A pesar de que es muy probable que el juicio político vigente contra el presidente culminé sin su destitución, porque los republicanos controlan el senado y se requiere que dos terceras partes de éste voten a favor de la remoción, los demócratas llegarán a las elecciones del 3 de noviembre con una ventaja considerable que pondría fin a cuatro turbulentos años de la historia de Estados Unidos.
Para asegurar que el partido pueda arrebatarle a Trump la reelección es necesario que el partido defina su candidato lo más pronto posible, puesto que un contexto político indeterminado que se extienda hasta la convención podría desgastar al nominado, fragmentar aún más al electorado e impulsar la candidatura de Trump entre los indecisos.
Desde hace poco más de un año la candidatura más fuerte para obtener la nominación es la de Joe Biden que, según el sitio FiveThirtyEight, ganaría en 2 de cada 5 escenarios posibles. No obstante, aún es muy temprano para saber si realmente el exvicepresidente puede vencer a Trump, a pesar de que las encuestas le dan una ventaja ligera sobre éste, porque no sabemos la magnitud del impacto verdadero que tendrá el juicio político sobre la imagen del presidente. Asimismo, las encuestas recientes sobre Iowa muestran que hay una pequeña ventaja del senador Sanders sobre Biden, lo que podría impulsar la candidatura de este y provocar unas primarias más competitivas que, en el peor de los casos, el ganador de la nominación se decidiría hasta la Convención.
Pese a una posible victoria del senador de Vermont, es probable que el electorado estadounidense no lo apoye masivamente dado que es abiertamente declarado socialista, lo que espantaría a muchos votantes del centro, y, además, ateo lo que le aseguraría una derrota en Texas, estado que desde el ciclo pasado está en la mira de los demócratas y que la última vez que votó a un demócrata fue en 1976, y Florida, uno de los estados indecisos que puede asegurar una victoria en el Colegio Electoral, pero donde más del 53% de su población considera a la religión como un aspecto importante en las decisiones de su vida.
Tampoco sabemos realmente cómo afecta electoralmente la guerra comercial con China a los votantes de los antiguos estados industriales como Iowa, Wisconsin, Michigan o Pensilvania.
Hace cuatro años, los votantes de esos estados industriales le dieron la confianza a Trump porque este prometía impulsar la industria nacional, expulsar a los trabajadores inmigrantes y sancionar las prácticas tramposas de las empresas chinas. Y hasta ahora ha cumplido -de diferentes maneras- cada una de esas promesas, pero de una manera desastrosa, fundamentalmente la guerra comercial que ha afectado a zonas industriales y granjeras del norte de Estados Unidos y ha mantenido el déficit comercial con China a niveles casi iguales desde que inició la ofensiva comercial.
Las probabilidades de recuperar a los votantes del norte de Estados Unidos parecen ser altas, pero no se sabe exactamente si la decisión de los votantes recaerá completamente en la economía individual o si los aspectos sociales y raciales jugarán un papel determinante. La primera línea de combate para los demócratas, el caucus de Iowa aclarará algunas dudas que se tienen sobre el electorado y sobre la viabilidad de los candidatos, sin duda, ayudará a componer una estrategia para llegar al número mágico, 270, pero no podrá darnos un panorama completo sobre la elección de noviembre.