Plaza del Parlamento, Londres, Inglaterra. 31 de enero de 2020. La bandera británica, la célebre Union Jack, y el estandarte de los tres leones con la cruz de San Jorge en medio, que representa a Inglaterra, forman un mar de lábaros que se agitan en esa noche histórica. Cuando las campanadas del mítico Big Ben anuncian las 12 de la noche, la multitud entona espontáneamente el himno nacional, God Save the Queen. Esa es la señal que los eurófobos han esperado por cerca de medio siglo.
La estatua de ese titán de la política internacional y símbolo del valor británico ante la adversidad, Winston Churchill, presencia silenciosa el divorcio entre el Reino Unido y la Unión Europea. Una separación que no ha sido ni será indolora.
Las escenas arriba narradas sirven como preludio al presente artículo, el cual pretende explicar cómo ha sido el largo camino hacia la salida del Reino Unido de la Unión Europea -el Brexit- y cuál es el camino a seguir para los británicos.
Desde los tiempos de Isabel I, Inglaterra tuvo un objetivo geopolítico en mente: evitar la dominación de Europa por parte de una sola potencia. Por ello, la Inglaterra protestante combatió a las dos principales potencias católicas: la España de Felipe II y la Inquisición; y la Francia del gran monarca, Luis XIV, y los jesuitas. Posteriormente, en los siglos XVIII y XIX, ya como el Reino Unido, el liderazgo británico aplicó una nueva estrategia: combinar el poderío naval británico más un aliado o aliados continentales para detener a la Francia de los jacobinos y del gran corso, Napoleón Bonaparte.
En la primera mitad del siglo XX, los británicos lucharon contra la Alemania del káiser Guillermo II y de Adolf Hitler. Sin embargo, para vencer al dictador nazi, el Reino Unido debió aceptar la participación de una potencia no proveniente de Europa: los Estados Unidos de América. Esto significó que, a pesar de que los británicos habían emergido victoriosos en la contienda contra los germanos, estaban supeditados estratégicamente a los estadounidenses. Además, la Rusia soviética se había convertido en el principal adversario geopolítico.
Por ello, en mayo de 1945, el primer ministro Winston Churchill, diseñó una estrategia británica para la posguerra, la cual incluyera a Europa: “Debo de admitir que mis pensamientos están primariamente en Europa, en el renacer de la gloria de Europa…sería un completo desastre si el bolchevismo ruso se extiende sobre la cultura e independencia de Europa”1.
El estadista británico marcó el ritmo a seguir: el 19 de septiembre de 1946, en Zúrich, Suiza, Churchill pronunció un discurso hablando de “la tragedia de Europa”. Para remediar esta situación, el estadista anglosajón propuso construir “una clase de los Estados Unidos de Europa”. El tribuno británico agregó “el primer paso para la re-creación de la familia europea debe ser una sociedad entre Francia y Alemania”2, en la cual Gran Bretaña, la Mancomunidad británica, la poderosa Unión Americana y la Rusia soviética serán los garantes.
A pesar del europeísmo de sus dirigentes, el pueblo británico mantuvo una actitud ambivalente frente al proyecto de integración europea: no fueron signatarios del Tratado de Roma de 1957, el cual dio personalidad jurídica a la entonces Comunidad Económica Europea; dos veces, 1963 y 1967, su solicitud de ingreso fue vetada por el presidente de Francia, Charles De Gaulle, quien creía, con cierto grado de razón, que el Reino Unido era “un caballo de Troya estadounidense”.
En 1973, el Reino Unido se unió a la Comunidad Económica y en 1975, tras renegociar sus términos de entrada, realizó un referéndum para validar su membresía en el club europeo. Desde entonces, los británicos decidieron proseguir, con una variante, su principal objetivo respecto a Europa: prevenir la dominación franco-germana de las instituciones europeas.
Correspondió en la década de 1980 a Margaret Thatcher lograr ese objetivo. La primera ministra, a quienes los socialistas franceses apodaban la vraie fille de l’épicier (“la verdadera hija del abarrotero”, en francés), luchó para que Bruselas le devolviera el dinero que, en exceso, Gran Bretaña había aportado al Mercado Común. Asimismo, describió la política agrícola común como “un derroche vergonzoso” y dijo que los países que languidecían al otro lado de la Cortina de Hierro también eran europeos.
El 20 de septiembre de 1988 la primera ministra pronunció, en Brujas, Bélgica, un apasionado discurso sobre el rol del Reino Unido en los asuntos europeos: “Los británicos hemos contribuido de manera especial a Europa…hemos peleado para prevenir que Europa caiga bajo el dominio de una sola potencia”. Sin embargo, Thatcher hizo una advertencia: “No hemos hecho retroceder las fronteras del Estado en Gran Bretaña, sólo para verlas reimpuestas al nivel europeo con un súper Estado europeo ejerciendo un nuevo dominio desde Bruselas”3.
El Reino Unido aceptó con reticencia el Tratado de Maastricht, pero no se unió al proyecto de la moneda común, el euro. ¿Por qué? Una parte de la clase política británica y la mitad de la población seguían siendo escépticas ante una “Europa cada vez más cercana”. La pugna entre eurófobos y eurofílicos fue puesta a prueba mediante un referéndum, el cual ocurrió el 23 de junio de 2016. Después de este plebiscito, siguieron tres años de duras negociaciones, las cuales fueron selladas tras el triunfo electoral del actual primer ministro, Boris Johnson.
El escribano concluye: el Reino Unido, libre de los grilletes impuestos desde Bruselas, está libre para “salir de décadas de hibernación” y voltear hacia las Américas y los países de la Mancomunidad Británica, “a quienes de manera deliberada les volteó la espalda a principios de los 1970”4. Esto implica que, con el tiempo, los británicos firmen un acuerdo de libre comercio con la Unión Americana y con México; además, Londres deberá negociar con Bruselas cuál será la grado de integración económica entre ambos; al mismo tiempo, los británicos deben lidiar con las fuerzas centrífugas del nacionalismo escocés y del odio ancestral entre católicos y protestantes en Irlanda del Norte; finalmente, de lograr la mayoría de los objetivos arriba planteados, el Reino Unido emergerá más fuerte y próspero.
Aide-Mémoire. El 1 de febrero de 1867 en San Jacinto, Rincón de Romos, Aguascalientes, el Imperio de Maximiliano de Habsburgo sufrió un golpe letal, propinado por el Ejército del Norte comandado por el “general orejón”, Mariano Escobedo.
- – Judt, Tony. Postwar: A history of Europe since 1945. New York, Penguin Books, 2005, p. 155
2.- “Discurso de Winston Churchill”, Zúrich, 19 de septiembre de 1946. En David Cannadine (ed.), the Speeches of Winston Churchill. London, Penguin Books, 1990, p. 311
3.- Speech to the College of Europe (“The Bruges Speech”) https://bit.ly/36TWBt2
4.- PM speech in Greenwhich: 3 February 2020 https://bit.ly/2UsmP3s