Al fin de un año y en la apertura de un nuevo evento, surge en nuestra conciencia una cualidad más que protagónica, la memoria. Por ella y gracias a ella reatrapamos nuestra vida para revivirla, para relanzarla. En esto consiste el ejercicio de recordar. Y vale la pena ponerlo en acto.
Comencemos por el clásico memorioso: Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención y sin que nadie lo viese, una mañana, antes del día, que era uno de los calurosos del mes de julio, se armó de todas sus armas, subió sobre su Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza y por la puerta falsa de un corral salió al campo, con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo. Más apenas se vio en el campo, cuando le asaltó un pensamiento terrible, y tal que por poco le hiciera dejar la comenzada empresa, y fue que le vino a la memoria que no era armado caballero y que, conforme a ley de caballería, ni podía ni debía tomar armas con ningún caballero, y puesto que lo fuera, había de llevar armas blancas, como novel caballero, sin empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase. (Don Quijote de la Mancha. Miguel de Cervantes. Capítulo II. Edición del IV Centenario. Real Academia Española. Asociación de Academias de la Lengua. 2004. P. 34).
De otro registro, Irineo Funes, es el personaje de un cuento de Borges llamado, Funes el memorioso que relata el drama de un personaje que sufre de hipermnesia, una anormalidad que consiste en el aumento del recuerdo, en la incapacidad para olvidar. Ficciones que protagoniza un personaje de fantasía. Y que aun se convierte en afectación colectiva.
Y es que si miramos bien, los colombianos parecemos sufrir de lo mismo. Somos los reyes del apego. Nos gusta llorar por lo que ya no es, sufrir por lo que pudo ser, sollozar por lo que ya no está. Vivir en el pasado nos da la seguridad de pisar lo andado porque el presente es un constante abismo y el futuro ni siquiera existe. (Autor: Mauricio Liévano. Los memoriosos. Suave y Profundo. https://bit.ly/36ka4uL).
En México tenemos como muy digno de recordación el avatar de Carlos Monsiváis… Carlos Monsiváis fue nuestro Google, nuestro disco duro, nuestra biblioteca de Alejandría. Por fortuna nos dejó espléndidas crónicas donde fijó su quehacer memorioso y el brillo de una inteligencia poco común. (La Jornada. Javier Aranda Luna. Monsiváis: aproximaciones y reintegros. 24 d junio, 2015.https://bit.ly/35kYCO9).
Memorias de una ciudad de dimensiones muy humanas y todavía en la inocencia de vuelos imaginativos de jóvenes ideales. Sólo porque allí me hiere el recuerdo, me surge una viva memoria de la ciudad de Aguascalientes a mediados de los años cincuenta del siglo pasado; cuyas calles todavía muchas empedradas o en terracería, y me refiero al barrio de San Marcos alrededor del jardín, aparte de ser afanosamente regadas y barridas por las vecinas -a partir de las cinco y media de la mañana-, eran recorridas muy de mañana por vendedores de pulque y aguamiel, en cántaros de barro con tapones de hoja de maguey a lomo de un burrito o una mula, anunciándose al grito de: “¡aguamiel”, y despachando a puerta de casa su precioso líquido con un pocillo de latón, de a medios litros o litros; una o dos pesetitas de plata bastaban para el pago; el aguamiel era para los niños y mamá, y el pulque para el papá -pues, mi mamá ni de cerca lo olía-.
De manera que la cualidad memorística aplica desde el recuerdo más modesto de nuestra experiencia vital hasta el registro más valioso de nuestra conciencia que captura un vuelo decisivo de nuestro destino en la vida. Por ello es invaluable el poder de la memoria. Y bajo la razón he preferido y me plugo en vez, adelantarme con testimonios universales e intemporales de nuestra hispana lengua, así sea per longum et latum, para que sea usted el que se atreva a sondear este mundo simbólico de genios de nuestras letras, por el mar profundo del recuerdo.
Y, hablando de imaginación, hemos de explorar por 2 derivas:
La primera, hacia la conciencia moral. Conversación que inicia evocando el que será inmemorial juicio político-religioso enderezado contra el hombre que resultaría siendo el precursor del pensamiento universal en materia de moral, religión y costumbres, el ateniense Sócrates. Recordábamos que en su Apología, con que Platón inaugura sus célebres Diálogos, invoca en su defensa: “Mi buen amigo, tú eres un Ateniense y perteneces a una ciudad que es la más grande y famosa en el mundo por su sabiduría y fortaleza. ¿No están ustedes avergonzados de que ponen su atención en adquirir el mayor dinero posible, y cosa similar hacen con su reputación y honor, pero no prestan atención o pensamiento a la verdad y el entendimiento, y sobre la perfección de su alma? (Ver: (LJA. La opción moral. Sábado 19/01, 2019). La sentencia de sus juzgadores y acusadores fue implacable, pena de muerte. No es circunstancial que el discurso moral de nuestra civilización occidental-cristiano-judaica comience así. Y ésta nace con otro juicio, no menos salvaje, soberbio, corrupto e injusto contra Jesús de Nazareth, que es ajusticiado en el patíbulo de la cruz, en el año 30 de nuestra era. La Historia universal consigna un incontable rosario de mártires por la libertad de conciencia, de pensamiento y de acción, debido precisamente a la toma de posición de una actitud u horizonte ético o moral.
La otra deriva es aquella de la imaginación, tal como fuera conocida por el genio pensante de Platón y Aristóteles. En realidad, la imaginación es la capacidad mental del alma, capaz de captar las imágenes sensoriales y transformarlas en datos inteligibles -a modo de abstracciones- o phantasmatas del intelecto. Intuición y conocimiento clásico que San Agustín de Hipona explica con tal erudición y gala de detalles. (Fuente: Las Confesiones. Agustín de Hipona. Libro X. Capítulo VIII. De la admirable virtud y facultad de la memoria. V r:https://bit.ly/37wyLnT).
Dice el teólogo: -Continuando, pues, en servirme de las potencias de mi alma, como de una escala de diversos grados para subir por ellos hasta mi Creador, y pasando más arriba de lo sensitivo, vengo a dar en el anchuroso campo y espaciosa jurisdicción de mi memoria, donde se guarda el tesoro de innumerables imágenes de todos los objetos que de cualquier modo sean sensibles, las cuales han pasado al depósito de la memoria por la aduana de los sentidos. Además de estas imágenes, se guardan allí todos los pensamientos, discursos y reflexiones que hacemos, ya aumentando, ya disminuyendo, ya variando de otro modo aquellas mismas cosas que fueron el objeto de nuestros sentidos; y en fin, allí se guardan cualesquiera especies, que por diversos caminos se han confiado y depositado en la memoria, si todavía no las ha deshecho y sepultado el olvido.
- Cuando mi alma se ha de servir de esta potencia pide que se le presenten todas las imágenes que quiere considerar; algunas se le presentan inmediatamente, pero otras hay que buscarlas más despacio, como si fuese menester sacarlas de unos senos más retirados y ocultos. Otras suelen salir amontonadas y de tropel; y aunque no sean aquéllas las especies que entonces se pedían y buscaban, ellas se ponen delante, como diciendo: ¿Por ventura somos nosotras las que buscáis? (…). 13. Allí están guardadas con orden y distinción todas las cosas, y según el órgano o conducto por donde ha entrado cada una de ellas, como, por ejemplo, la luz y todos los colores, la figura y hermosura -207- de los cuerpos, por los ojos; todos los géneros y especies que hay de sonidos y voces, por los oídos; todos los olores, por el órgano del olfato; todos los sabores, por el gusto; y finalmente, por el sentido del tacto, que se extiende generalmente por todo el cuerpo, todas las especies de que es duro o blando, caliente o frío, suave o áspero, pesado o ligero, ya sean estas cosas exteriores, ya interiores al cuerpo. Este capacísimo retrete de la memoria recibe, en no sé qué secretos e inexplicables senos que tiene, todas estas cosas, que por las diferentes puertas de los sentidos entran en la memoria y en ella se depositan y guardan, de modo que puedan volver a descubrirse y presentarse cuando fuere necesario.
Pero no entran allí estas mismas cosas materiales, sino que unas imágenes que representan esas mismas cosas sensibles son las que se ofrecen y presentan al pensamiento cuando sucede que uno se acuerda de ellas. Mas ¿quién sabe ni podrá decir cómo fueron formadas estas especies o imágenes, no obstante que claramente consta por qué sentidos fueron atraídas y guardadas allí dentro? (…). Del mismo modo recuerdo a mis solas, cuando quiero, todas las demás cosas, cuyas imágenes entraron a juntarse en la memoria por los otros sentidos; y sin oler cosa alguna, discierno entre el olor de los lirios y de las violetas; y sin valerme del gusto ni del tacto, sino solamente repasando las especies que enviaron a mi memoria estos sentidos, prefiero la dulzura de la miel a la del arrope, y lo que es suave a lo que es áspero.
- Todo esto lo ejecuto dentro del gran salón de mi memoria. Allí se me presentan el cielo, la tierra, el mar y todas las cosas que mis sentidos han podido percibir en ellos, excepto las que ya se me hayan olvidado. Allí también me encuentro yo a mí mismo, me acuerdo de mí y de lo que hice, y en qué tiempo y en qué lugar lo hice, y en qué disposición y circunstancias me hallaba cuando lo hice. Allí se hallan finalmente todas las cosas de que me acuerdo, ya sean las que he sabido por experiencia propia, ya las que he creído por relación ajena. (…). Y suelo decirme a mí mismo: Yo he de hacer esto o aquello, y de aquí se seguirá esto o lo otro. ¡Ojalá que sucediera tal o tal cosa! ¡No quiera Dios que esto o aquello suceda! Todo esto lo digo en mi interior y, cuando lo digo, salen de aquel tesoro de mi memoria y se me presentan las imágenes de todas las cosas que digo; y nada de eso pudiera decir si aquellas imágenes no se me presentaran.
- Grande es, Dios mío, esta virtud y facultad de la memoria; grandísima es y de una extensión y capacidad que no se le halla fin. ¿Quién ha llegado al término de su profundidad? Pues ella es una facultad y potencia de mi alma y pertenece a mi naturaleza; y no obstante, yo mismo no acabo de entender todo lo que soy. . (…). 38. Tarde os amé, Dios mío, hermosura tan antigua y tan nueva; tarde os amé. Vos estabais dentro de mi alma y yo distraído fuera, y allí mismo os buscaba; y perdiendo la hermosura de mi alma, me dejaba llevar de estas hermosas criaturas exteriores que Vos habéis creado. De lo que infiero que Vos estabais conmigo y yo no estaba con Vos; y me alejaban y tenían muy apartado de Vos aquellas mismas cosas que no tuvieran ser si no estuvieran en Vos (…). En fin, Señor, me tocasteis y me encendí en deseos de abrazaros. Memoria de un encuentro.