Los realizadores somos voyeurs que trabajan con exhibicionistas
Waldo, en la novela Nada de nada de Hanif Kureishi
Hace unos días, a los 77 años, falleció en Guadalajara Jaime Humberto Hermosillo, quizás el único hombre de cine digno de ese nombre que ha dado Aguascalientes, ciudad donde nació en 1942. Residía en Guadalajara desde hace varios años donde, además de impartir clases en la escuela de cine de la Universidad de Guadalajara, continuó su trayectoria como realizador después de poco más de tres décadas de trabajo en la Ciudad de México.
A inicios de los sesenta, Hermosillo ingresó al Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) de la UNAM, hoy Escuela Nacional de Artes Cinematográficas. De esa estancia surgieron sus tres primeras películas, dos cortometrajes, Homesick de 1965 y S.S Glencairn, de 1969, y un mediometraje, Los nuestros, también de 1969.
Su primer largometraje fue La verdadera vocación de Magdalena (1971) donde muestra ya algunos de los rasgos que distinguirá su trayectoria y que habría de desarrollar con mayor oficio y perspicacia en años posteriores, en especial en películas como El cumpleaños del perro (1974), La pasión según Berenice (1975), Matinée (1976), Naufragio (1977), Las apariencias engañan (1978), Doña Herlinda y su hijo (1984), La tarea (1990), La tarea prohibida (1992) o Escrito en el cuerpo de la noche (2000).
En estas películas, y en otras más, Hermosillo muestra siempre una decidido ánimo de develar, casi siempre en tono de la comedia, las limitaciones y contradicciones de los horizontes morales y familiares de la clase media (provinciana y, como se decía entonces, capitalina), sus ansiedades aspiracionales asociadas a la movilización social, la corrosiva persistencia del pánico moral ante la diversidad sexual y las no pocas perversidades domésticas que se alojan y ocultan en el seno de los hogares. La obra de Hermosillo puede, entonces, apreciarse como el paciente registro de un universo donde gobierna la ambigüedad, el parecer más que el ser, lo entrevisto más que lo visto.
Y si bien con cada una de sus películas Hermosillo fue formando una suerte de álbum familiar donde es posible reconocer no solo la atmósfera cultural y moral que prevaleció entre las clases medias del país a lo largo de estas décadas, también es cierto que fue dando puntual cuenta de sus muy personales obsesiones y delectaciones.
De ahí que su cine no haya estado guiado ni por los imperativos de un cine confesional, militante o por las astucias del melodrama complaciente, sino por la mirada del voyeur -irónica, punzante, invasiva y en ocasiones cálida- que cifra su gozo en observar en la intimidad cómo sus creaturas batallan una y otra vez contra sí mismas sin alcanzar nunca, por cierto, a disipar los temores e incertidumbres que, en primera instancia, catalizaron y alentaron dicha lucha.
Como realizador, Hermosillo siempre contó con nuestra complicidad como espectadores. Nos hace partícipes del placer culposo del voyeur sabiendo que ese placer se iría diluyendo conforme vayamos advirtiendo que, en realidad, sus historias trazan los contornos y claroscuros de las nuestras y que sus creaturas son semejantes a nosotros o que, de plano, que lo que hemos visto en pantalla no es sino una versión un tanto patética, otro tanto entrañable de nosotros mismos.
A partir del 2000 y hasta 2018, Hermosillo optó por continuar su carrera bajo las normas y riesgos del cine independiente. Ello le permitió emprender una incansable exploración de nuevos formatos y narrativas, pero le significó a su vez el tener que distanciarse del público ya que sus películas habrían de ser exhibidas casi en exclusiva en festivales o en circuitos de muy escasa audiencia. Aquí queda, para muchos, una tierra por descubrir.
En una entidad con tan exigua cuota de creadores y artistas realmente importantes como lo es Aguascalientes, es más que recomendable que las instituciones culturales locales (gubernamentales o universitarias) se molestase en organizar una muestra integral del trabajo de Hermosillo. Así se pondría al alcance de las nuevas generaciones su obra, en tanto para las generaciones no tan nuevas, nos permitiera conocer mejor las películas de su última etapa creativa y, sobre todo, volver a compartir los múltiples e inquietantes develamientos que sobre nosotros mismos nos ofreció la mirada de Hermosillo, siempre tan inquisitiva y gozosa.