Hace un par de semanas traté, de manera sintética, explicar en qué consiste el pensamiento crítico, ese conjunto de habilidades que suelen ser solicitadas en buenos empleos y que nuestras universidades (y algunas preparatorias) buscan enseñar a sus estudiantes. Esta semana me concentraré no en qué es el pensamiento crítico, sino en qué no es. Trataré, en otras palabras, de aclarar algunos malentendidos.
El pensamiento crítico no es necesariamente una actividad destructiva. En especial, no habría que asociar ‘crítico’ a ‘criticar’ (en su sentido peyorativo). Por esta posible confusión con el adjetivo ‘crítico’, John Dewey, en la edición de 1933 de su How We Think, eliminó todo uso de los términos ‘crítico’ y ‘acrítico’ en favor de ‘reflexivo’ e ‘irreflexivo’. De cualquier manera, el uso estandarizado del movimiento educativo se terminó inclinando por el adjetivo ‘crítico’ sobre el adjetivo ‘reflexivo’. No obstante, el pensamiento crítico puede criticar, pero la crítica también debería someterse a ciertas reglas o estándares intelectuales. La tendencia del pensador acrítico suele consistir en caricaturizar la posición del oponente (lo que en lógica suele denominarse ‘falacia del hombre de paja’). El psicólogo social Anatol Rapoport, ganador del legendario torneo del dilema del prisionero organizado por Robert Axelrod, diseñó un antídoto contra nuestra tendencia acrítica a tergiversar, exagerar o cambiar el significado de las palabras de nuestros oponentes para facilitar nuestra crítica. Este antídoto consiste en una serie de reglas para diseñar un comentario crítico exitoso: “1. Intenta reexpresar la posición del blanco de tu crítica con tal claridad, viveza e imparcialidad que él mismo diga ‘Gracias, me gustaría haberlo expresado así’; 2. Haz una lista de todos tus puntos de acuerdo (especialmente si no se trata de acuerdos generales o extendidos); 3. Menciona cualquier cosa que hayas aprendido del blanco de tu crítica; 4. Sólo cuando lo hayas hecho estarás autorizado para decir aunque sea una sola palabra para refutar o criticar. Cuando se siguen estas reglas, un efecto inmediato es que los blancos de tus críticas se vuelven más receptivos a ellas: ya has mostrado que comprendes su postura tan bien como ellos, y también has demostrado tener buen juicio (coincides con ellos en algunos asuntos importantes e incluso algo que han dicho te ha convencido)” (Dennett, 2015; 35). De esta manera, el pensamiento crítico es más caritativo que crítico (en su sentido peyorativo) con los oponentes. Incluso, como afirma Daniel Dennett, “[v]ale la pena recordar que un intento heroico por encontrar una interpretación defendible de un autor, si resulta infructuoso, puede ser incluso más aplastante que una crítica feroz”.
El pensamiento crítico tampoco es algo necesariamente pasivo. A menudo, no se trata sólo de sentarse a evaluar y decidir si algo es correcto o incorrecto. Al identificar errores, podemos corregirlos. También podemos robustecer debilidades, si las encontramos. Así, no se trata sólo de evaluar si otros razonan mal, sino también de esforzarse por razonar bien. La disputatio del medioevo latino es un buen ejemplo de esta característica del pensamiento crítico. En la escolástica, la disputatio era uno de los métodos principales para la enseñanza y la investigación. El método de enseñanza medieval constaba primero de la lectio, comentarios a textos, inicialmente religiosos y luego profanos. No obstante, cuando había dificultades de comprensión se confrontaba ésta con las sentencias e interpretaciones. Nace así la quaestio, que consistía en afrontar una cuestión (cuestionar). La elaboración de los distintos pasos en los que se articulaban las quaestiones dio lugar a la disputatio, con la cual se consolidó el método dialéctico. En breve, la disputatio, cuando se examina una cuestión, consiste en evaluar, a partir de razones en favor y en contra, distintos puntos de vista para extraer de ellos lo verdadero y lo falso. En la disputatio, como se espera de un pensamiento crítico no meramente pasivo, se contraponen puntos de vista con el objetivo de llegar a la verdad.
El pensamiento crítico tampoco es necesariamente contencioso. No se trata sólo de ganar discusiones si realmente deseamos saber qué creer y qué hacer. Muchas veces -quizá la enorme mayoría- es más productivo cooperar con nuestros interlocutores. Desde la antigüedad se analogó la argumentación con la guerra: al final, se pensaba, siempre habría ganadores y perdedores en la disputa racional. No obstante, la metáfora bélica ha hecho más daño que beneficio a nuestra comprensión de nuestras prácticas argumentativas, y suele ser antagónica al pensamiento crítico. Ejemplos, que lamentablemente siguen vigentes en muchas universidades y preparatorias, son los clubes de debate. En ellos artificialmente se asignan posiciones a los participantes, y se busca evaluar a los ganadores de la batalla, no se les enseña a cooperar. Como tales suelen ser despropósitos: en el mejor de los casos pueden enseñarnos a persuadir, en el peor nos alejan definitivamente de la verdad, la cual debería ser la guía epistémica y práctica de las y los pensadores críticos.
El pensamiento crítico tampoco es necesariamente algo frío, calculador o insensible. Ser racional no excluye tener emociones. Por el contrario, a menudo examinamos cuidadosamente una cuestión debido a que se trata de algo que nos importa. El punto del pensamiento crítico es que nuestras pasiones sean respaldadas por -y no un sustituto de- razones. En otras ocasiones, las emociones pueden ser una guía extraordinaria para la razón. La genuina indignación puede ser un indicador acertado para nuestros juicios sobre si algo es justo o no. En general, emociones y razones son complementarias. Aristóteles sugirió, por ejemplo, que una persona justa no es sólo aquella que juzga con acierto que una acción es injusta, sino aquella que además siente verdadera indignación ante dicha acción.
Por último, el pensamiento crítico no versa sobre meras intuiciones. Nuestra intuición sobre alguna cuestión suele ser una guía poco confiable cuando se trata de investigar cómo son las cosas y qué decisiones debemos tomar. Pensar críticamente involucra estar dispuesto incluso a examinar suposiciones del pretendido sentido común, de lo que nos parece obvio, evidente o claramente absurdo.
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