El pensamiento crítico es una meta educativa cada vez más reconocida y aceptada en la educación media y superior. No es una disciplina cognitiva ni un área de investigación independiente. Como meta educativa busca, en términos muy generales, que las personas desarrollen habilidades y disposiciones que les permitan pensar de manera cuidadosa con respecto a un objetivo. No obstante, hoy se debaten todavía diversas cuestiones con respecto al pensamiento crítico: su definición, su alcance, el tipo de metas que busca conseguir, los criterios y las normas que nos permiten pensar de manera cuidadosa, y los componentes del pensamiento en los que se enfoca. Es admitido ampliamente como una meta educativa debido a que se acepta que éste fomenta y fortalece la autonomía de las personas y las prepara para la vida pública en una democracia.
Hablemos brevemente sobre su historia. Ésta puede remontarse a las reflexiones político-pedagógicas del filósofo norteamericano John Dewey. En How We Think (Cómo pensamos), publicado en 1910, Dewey definía al pensamiento reflexivo (la forma en la que él llamaba a lo que hoy denominamos ‘pensamiento crítico’) como la “consideración activa, persistente y cuidadosa de cualquier creencia o supuesta forma de conocimiento a la luz de las razones que la apoyan, y de las conclusiones adicionales a las que nos conduce”. Entendido de esta manera, el pensamiento crítico podría considerarse contiguo a la actitud científica preconizada por científicos y filósofos como Francis Bacon, John Locke y John Stuart Mill (y, recientemente y de manera explícita, por Lee McIntyre).
Hacia la década de 1940 se desarrollaron instrumentos de evaluación para el pensamiento crítico: la taxonomía de objetivos de aprendizaje de Bloom (1965) fue una de sus manifestaciones. Y, para la década de 1980, la materia de Critical Thinking (Pensamiento crítico) formó parte del currículo obligatorio de todas las licenciaturas en el estado de California. Recientemente, en 2014, en su discurso ante el Estado de la Unión, Barak Obama enlistó al pensamiento crítico como una de las seis habilidades para la nueva economía. La revista Forbes reportó que es la habilidad laboral número uno en 9 de cada 10 de los trabajos más demandados. En el viejo continente, la Comisión Europea financió el proyecto “Pensamiento Crítico a través de la Currícula en la Educación Superior”, en la que participan 9 países. Por último, a inicios de 2018, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OECD) llamó a las instituciones a participar en un grupo de estudio de 2 años para mejorar el pensamiento crítico y creativo.
De manera quizá excesivamente breve, pensar críticamente consiste en razonar de manera escrupulosa sobre qué hemos de creer (y, por ende, qué hemos de hacer). El pensamiento crítico involucra considerar intencionalmente (con una actitud responsable) ideas, valores y cosas por el estilo. Requiere también apreciar la amplitud, profundidad y complejidad de un asunto en cuestión. Más que un conjunto de información que debas memorizar (o que puedas simplemente buscar), el pensamiento crítico es un conjunto de habilidades y disposiciones (las habilidades pueden identificarse de manera directa, las disposiciones sólo de manera indirecta, al considerar qué factores contribuyen o imposibilitan el ejercicio de las habilidades). Aunque todas y todos las poseemos -al menos algunas y al menos en cierto grado-, el movimiento educativo del pensamiento crítico afirma que podemos adquirir y/o mejorar algunas de ellas, de manera gradual, con la práctica (cómo y cuáles es materia continua de debate).
Si nos concentramos en que el pensamiento crítico consiste en razonar de manera escrupulosa sobre qué hemos de creer, el pensamiento crítico se nos presenta como una suerte de epistemología aplicada. Richard Paul y Linda Elder consideran que la némesis del pensamiento crítico es el pensamiento egocéntrico: una manera de pensar que no considera los derechos ni las necesidades de los demás, no aprecia otros puntos de vista ni considera las limitaciones del propio. El pensador egocéntrico -afirman- no utiliza estándares intelectuales universales cuando piensa, sino estándares psicológicos egocéntricos: algo es cierto porque creo en ello (egocentrismo innato), es cierto porque creemos en ello (sociocentrismo innato), es cierto porque quiero creerlo (pensamiento desiderativo), es cierto porque así siempre lo he creído (autovalidación innata), o es cierto porque me conviene creerlo (egoísmo innato). Contra estos estándares psicológicos egocéntricos, ¿cuáles serían esos estándares intelectuales universales? Así, pensar críticamente consistiría en pensar con: claridad, exactitud, precisión, relevancia, profundidad, amplitud, lógica, importancia y justicia.
El pensamiento crítico no es necesariamente una actividad destructiva. En especial, no habría que asociar ‘crítico’ a ‘criticar’ (en su sentido peyorativo). Por esta posible confusión con el adjetivo ‘crítico’, John Dewey, en la edición de 1933 de su How We Think, eliminó todo uso de los términos ‘crítico’ y ‘acrítico’ en favor de ‘reflexivo’ e ‘irreflexivo’. De cualquier manera, el uso estandarizado del movimiento educativo se terminó inclinando por el adjetivo ‘crítico’ sobre el adjetivo ‘reflexivo’. No obstante, el pensamiento crítico puede criticar, pero la crítica también debería someterse a ciertas reglas o estándares intelectuales. La tendencia del pensador acrítico suele consistir en caricaturizar la posición del oponente (lo que en lógica suele denominarse ‘falacia del hombre de paja’). El psicólogo social Anatol Rapoport, ganador del legendario torneo del dilema del prisionero organizado por Robert Axelrod, diseñó un antídoto contra nuestra tendencia acrítica a tergiversar, exagerar o cambiar el significado de las palabras de nuestros oponentes para facilitar nuestra crítica. Este antídoto consiste en una serie de reglas para diseñar un comentario crítico exitoso: “1. Intenta reexpresar la posición del blanco de tu crítica con tal claridad, viveza e imparcialidad que él mismo diga ‘Gracias, me gustaría haberlo expresado así’; 2. Haz una lista de todos tus puntos de acuerdo (especialmente si no se trata de acuerdos generales o extendidos); 3. Menciona cualquier cosa que hayas aprendido del blanco de tu crítica; 4. Sólo cuando lo hayas hecho estarás autorizado para decir aunque sea una sola palabra para refutar o criticar”. Cuando se siguen estas reglas, un efecto inmediato es que los blancos de tus críticas se vuelven más receptivos a ellas: ya has mostrado que comprendes su postura tan bien como ellos, y también has demostrado tener buen juicio (coincides con ellos en algunos asuntos importantes e incluso algo que han dicho te ha convencido). De esta manera, el pensamiento crítico es más caritativo que crítico (en su sentido peyorativo) con los oponentes. Incluso, como afirma Daniel Dennett, “[v]ale la pena recordar que un intento heroico por encontrar una interpretación defendible de un autor, si resulta infructuoso, puede ser incluso más aplastante que una crítica feroz”.
Suelen esgrimirse diversas razones en favor de la importancia del pensamiento crítico. Una de las más socorridas en la actualidad tiene que ver con la defensa de un tipo de democracia deliberativa. En breve, algunas y algunos teóricos tanto de la argumentación como de la democracia sugieren que las habilidades involucradas en el pensamiento crítico deberían promoverse en tanto que son habilidades necesarias en la discusión que se espera que tenga la ciudadanía con respecto a asuntos públicos. Por mi parte, no pienso que el pensamiento crítico sea realmente útil para la consecución de esta meta. Estudios empíricos recientes señalan que carecemos aún de evidencia que indique que la deliberación pública sea la manera más adecuada para resolver nuestras discrepancias en una sociedad libre y plural. Por el contrario, parece que los métodos democráticos estrictamente agregativos suelen ser más eficaces.
No obstante, pensar críticamente es importante, y algunas razones menos contenciosas en favor de su importancia podrían ser las siguientes: el pensamiento crítico promueve que tengamos mayor autonomía sobre nuestras creencias y decisiones, seamos menos vulnerables al engaño y la persuasión malintencionada, preservemos la diversidad y evitemos el estancamiento intelectual, que seamos mejores ciudadanas y ciudadanos en tanto estemos mejor informados y tomemos mejores decisiones públicas, e incluso que seamos mejores conversadores.
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