Seguramente ha escuchado frases que hacen referencia a “la hora cero”. El origen de ésta se vincula con la hora GMT (por su sigla en inglés Greenwich Mean Time) con la que se calculaba el primer segundo del día y el de todas las demás longitudes de nuestro planeta, y con ello, simultáneamente, la hora, minuto y segundo cero de cada año. El nombre y punto de origen de este Meridiano se ubica en Londres, sitio en que se encuentra un centro astronómico de mucha importancia y que contribuyó durante muchos años, antes de la aparición de relojes más potentes y exactos, como los atómicos, a determinar la convención de los husos horarios de nuestro globo terráqueo. Entonces, “la hora cero” es un indicador de tiempo que marca el final de una etapa y el comienzo de una nueva.
La frase “hora cero” se ha empleado, de manera análoga, para advertir otro tipo de finales e inicios. Un ejemplo de su uso fue cuando estábamos a punto de llegar al año 2000, pues la fecha de los ordenadores estaban codificadas con base en el número 19, mismo que hacía referencia a los primero dos dígitos del siglo XX (1900), por lo que se decía que llegado el XXI (2000) los sistemas, programados bajo dicho criterio, llegarían a “la hora cero” y dejarían de funcionar adecuadamente, por lo que se tuvieron que desarrollar y adquirir nuevos softwares para solventar dicho inconveniente. No obstante, el empleo de la frase “la hora cero” no se limita a sucesos de tal envergadura, pues en el lenguaje cotidiano puede emplearse metafóricamente para augurar un final poco o nada deseable; por ejemplo, que a un partido político le va a llegar o le llegó «la hora cero», de igual manera a una empresa o negocio, e incluso se puede emplear para fijarle a una persona un plazo límite para que realice una actividad específica, misma que de no realizarse puede costarle el trabajo, a los alumnos la calificación y en situaciones más extremas, incluso la vida.
Este es el caso de algunas regiones y sitios naturales de nuestro planeta, debido a que la constante explotación, destrucción y contaminación de éstos, por parte de nuestra especie, están siendo llevados a su agotamiento y con éste a su “hora cero”. El caso más reciente se presentó en Ciudad del Cabo en Sudáfrica donde el suministro de agua en esa región se vio seriamente amenazado debido a una larga sequía provocada por el cambio climático y estuvieron a días de quedarse sin el abastecimiento de este líquido vital. Así que gobierno y ciudadanía tuvieron que adoptar medidas extremas para que eso no sucediera. La amenaza no ha desaparecido del todo, pero los habitantes de esa ciudad se solidarizaron y estuvieron dispuestos a sacrificar algunos de sus beneficios particulares (como el suministro diario de agua regular en los domicilios particulares) para conseguir un bienestar común.
Este tipo de advertencias son cada vez más comunes en términos ambientales, debido principalmente al multicitado problema del cambio climático, mismo que de no controlarse y frenar su incremento en un máximo de 1.5º grados centígrados en el futuro próximo, o sea un plazo de diez a veinte años, el porvenir de la humanidad se verá amenazado por una serie de desastres naturales que provocarán inundaciones, erosión de suelos, extinción de especies y, como resultado de esto, del suministro de alimentos y en general de todo lo necesario para sostener el modo de vida que llevamos actualmente. Esto ocasionará migraciones masivas, conflictos sociales y políticos internacionales, cuyo desenlace puede ser incluso guerras para proteger la soberanía de los Estados.
Es por ello que cada año se realiza la Conferencia de la Partes Convención Marco de Naciones Unidas Sobre Cambio Climático (COP) en la que las naciones participantes firman acuerdos con los que se comprometen a reducir sus niveles de generación de CO2 y con ello contribuir a paliar el problema y evitar el escenario descrito. Este evento se ha realizado durante 25 años consecutivos y, lamentablemente, los avances que deberían de haberse conseguido ¡ya! para reducir, o al menos mantener la temperatura actual, no se ven, pues todo queda en discursos y buenas intenciones, lo que nos está llevando al naufragio ambiental y con ello a «la hora cero del planeta». No se equivoca el refrán popular que dice que “el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones” y que queda muy bien en el momento que vivimos.
Sin duda alguna, los tres órdenes de gobierno tienen una gran responsabilidad frente a este colosal problema, y los ciudadanos tenemos dos obligaciones al respecto: primero, insistir a las autoridades en turno a que pongan atención en éste y, segundo, poner de nuestra parte para postergar el colapso pronosticado. Para ello necesitamos cambiar nuestros actuales hábitos de consumo y despilfarro de bienes naturales en los hogares, tenemos que reaprender a usar el agua, los alimentos, la vestimenta, la energía, etc. Este reaprender parte de una alfabetización y educación ambiental que nos debe comprometer a informarnos mejor del origen de los productos que usamos cotidianamente, lo que implica conocer la propia huella ecológica y, en la medida de lo posible, la de los productos que usamos; pero, principalmente, bajarle al consumo de productos innecesarios (más ropa de la que necesita, más calzado, más dispositivos electrónicos, etc.), pues, la búsqueda de una imagen social es una de las principales causas del deterioro ambiental. Además conocer el destino final de todas esas cosas que tiramos, que incluyen todo tipo de empaque (plástico, cartón, unicel, madera, etc.), pero también del producto en determinado momento.
Así que está en manos de todos posponer, lo más lejana que sea posible, “la hora cero” de nuestra casa común.