La oscura cuarta transformación / Disenso - LJA Aguascalientes
03/12/2024

Se cumplió un año de la presidencia de Andrés Manuel López Obrador. Más allá de los logros o los yerros, parece claro que la división entre seguidores y detractores se sigue polarizando. Los números en cuanto a clamor popular parecen seguir del lado del presidente. Se presumen repuntes en su popularidad. Llenos masivos en su convocatoria. Apasionadas y apasionados defendiendo la 4T. Hay, por otro lado, un rechazo que se palpa en ciertos círculos específicos. Los dos círculos miran al otro con desdén y con juicios apriorísticos. 

Ante todo conflicto de opiniones, sobre todo si son contrarias por definición, debemos aceptar o que una de las opiniones está incorrecta, o que ambas lo están. Lógicamente no puede ser que x y -x (la oración que sea y su contraria) sean correctas al mismo tiempo. Las sentencias “llueve” y “no llueve” no pueden ser correctas al mismo tiempo y en el mismo lugar. Pueden ser correctas ambas sólo si se pronuncian en el mismo lugar, pero en tiempos distintos, o al mismo tiempo, en lugares distintos. ¿Es éste el caso? ¿Será que realmente vivimos en dos realidades absolutamente distintas? ¿Será que se juzga a AMLO desde tiempos distintos? De pronto me da la sensación de que sus más incondicionales seguidores lo juzgan en función de un futuro que aun no llega: una promesa que no podemos ver materializada todavía pero que sus seguidores confían ciegamente en que llegará. ¿Tenemos verdaderos motivos para pensar que el país progresa en algún sentido? 

Es claro que no habrá crecimiento económico (pero existe la promesa de que creceremos al seis por cierto en algún momento); es claro que no ha disminuido la violencia (pero existe la promesa de que los abrazos terminarán por imponerse a los balazos); es claro que no ha desaparecido la corrupción (pero es claro que sucederá, según la promesa del presidente, aunque sea a costa de la eficacia, como él mismo prodiga). Ante esta circunstancia aparece un dilema, ¿existen razones para creer que será distinto en algún momento? ¿Que se revertirá una tendencia de violencia que continúa en ascenso? ¿Crecerá una economía estancada? ¿Cambiará de pronto la realidad del país? 

La paradoja no es insignificante y los peligros no son pocos. Se ha generado un dilema que debería ponernos a todas y a todos en alerta, independientemente de nuestras filias y fobias. Hay una condición a priori para que se den los cambios, y esta condición ha sido promulgada sin atisbo de duda por el presidente: generar una transformación radical. La apuesta no es pequeña y las ganancias pueden ser altísimas, pero también los costos. Estamos ante una versión de la apuesta de Pascal: para mucha gente parece que creer es una buena apuesta, porque tal vez, incluso emocionalmente es más costoso aceptar que fue una mala decisión o que las cosas no parecen estar yendo como se esperaba. Lo más peligroso de este cambio es la pendiente resbaladiza sobre cuántas cosas hay que poner en juego para lograrlo: derrumbar la casa en la que vivíamos (claramente llena de desperfectos, infestada de humedades y ratas, bichos rastreros, si se quiere usar una retórica presidencialista) y mudarnos a otra que aún no está construida, que es apenas una promesa y para la que hemos de quedar a la intemperie por un lapso: el trance en que se materializa el cambio.

Pareciera que el presidente ha convencido a sus simpatizantes que el cambio vendrá cuando se derrumbe la última piedra que sostenía al antiguo régimen. Ha capturado las instituciones que generaban contrapesos. Parece haber una decisión clara por ocupar todos los espacios, porque todos se alineen a la voluntad del presidente. Tiene sentido para quien confía en él ciegamente. No hay peligro alguno: el líder, cacique, tlatoani, padre amoroso y juicioso nos guía hacia un destino pletórico de bienestar y justicia. Yo veo un peligro: que no alcance el tiempo para que se construya una nueva vivienda, un nuevo refugio. 

No descreo de la voluntad del presidente para pasar a la historia como el mejor que México haya tenido. Me parece que una aspiración legítima y genuina, una obsesión de fondo sana, diría yo. La trampa es que pareciera que él piensa que la única manera de lograrlo es poner el estado a su servicio, destruir todas las instituciones que le precedieron para refundar la patria. El peligro siempre es que el tiempo no alcance. Otra paradoja: si criticas la destrucción del régimen pasado es porque estabas a favor de sus consecuencias más nefastas. Y no es así. Se puede reconocer la necesidad de fumigar, reformar, remodelar, parchar, eventualmente hasta de mudarse de casa, sin aceptar la locura de abandonarla mientras la nueva está lista. Una cosa más a tomar en cuenta: el sistema que AMLO parece pretender destruir es el que permitió su ascenso al poder. Ese argumento debería bastar para reconocer que había algo bueno en esas instituciones. 

Incluso podemos empezar por decir que si no podemos calificar la estrategia de peligrosa sí podemos calificarla de oscura: no veo nada que un seguidor no defienda por fe en el presidente en vez de con números en la mano. Los programas más prometedores, que se presumieron como de justicia social han sido castigados presupuestalmente para el próximo año (con excepción del apoyo a adultos mayores y diferenciados -qué bueno- en favor de los indígenas). Habrá quien diga que la información no es oscura sino dirigida a un sector a la que no pertenecemos los críticos del presidente. Pero esto no es una visión democrática en absoluto. Yo también quiero que me hable a mí y que me explique cómo logrará sus cambios, que me comparta esos otros datos, que me diga incluso en qué puedo ayudar. ¿Cómo contribuimos de manera pragmática (no me interesan por ahora los simbolismos) a este nuevo cambio? Pedir fe, paciencia, silencio, borrarnos a fuerza del mayoriteo, no es una forma de hacernos parte de la transformación. Una transformación que, si es para bien, todas y todos deseamos. Alguna de las dos partes está equivocada, o tal vez las dos, y la única forma de descifrarlo es empezar a tener más comunicación. Ser crítico no significa no desear el bien para el país. Lo contrario.

 

/Aguascalientesplural | @alexvzuniga | TT CIENCIA APLICADA



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