El pasado 10 de diciembre, según los enterados, fue un día “histórico”, toda vez que en el marco del Palacio Nacional, los representantes comerciales de México, Estados Unidos y Canadá, firmaron el acuerdo modificatorio final del famoso T-MEC, mismo que, una vez ratificado por los parlamentos de cada uno de los países, regirá sobre las relaciones comerciales de la región del mundo conocida como plataforma Norteamérica, y que representa por sí sola el 12% del todo el comercio mundial (OMC), el 28% del PIB mundial (FMI) y el 26% de los flujos globales de inversión extranjera directa (UNCTAD/ONU).
Las reglas del tratado son del dominio público y representan la nata de las condiciones de entre las economías más poderosas del continente americano; economías sí, que se rigen por la visión última del capitalismo mundial, que preserva, en el intenso y creciente comercio internacional basado en la generación cada vez mayor de un intercambio de mercancías, bienes y/o servicios, producidos por cada una de las naciones involucradas, y que deriven en la generación de utilidades, ganancias o plusvalía, para promover el crecimiento y desarrollo necesarios para mantenerse competitivos en un mundo cada vez más agresivo en todos los sentido, pero particularmente en el ámbito económico.
Prácticamente lo que va del año, la administración del presidente López Obrador, se dedicó, a las calladas, a la negociación que parece que ha culminado recién. La incertidumbre provocada por los avances y retrocesos del propio instrumento internacional, los desencuentros e inconsistencias del mismo, no eran gratuitas, estaban sustentadas en las grandes diferencias entre cada uno de los actores, difícilmente era posible alcanzar un acuerdo de iguales entre economías tan dispares, con diferencias enormes, más allá de lo meramente económico. Sí, hubo un avance con la firma del acuerdo modificatorio, que en gran medida empataba las diferencias y las incrustaba en las entrañas del propio Tratado, ¿a satisfacción de…? Sí, Estados Unidos, la economía más poderosa y voraz del planeta, y que modestamente, tanto México como Canadá, levantarían su banderita de triunfo, con esa firma del martes pasado.
Pronto, sólo dos días después de la firma de las modificaciones del T-MEC, el Senado mexicano aprobó por mayoría, 107 votos a favor y uno en contra, con la llamativa ausencia de 20 senadores, la ratificación del documento, pasando la pelota a las canchas de los organismos legislativos correspondientes de los socios norteamericano y canadiense. Está el T-MEC a días de su ratificación final y su implementación plena. Todos los actores mundiales están a la expectativa de los efectos y resultados que significarán para el orden económico global. Lo grandes bloques económicos esperan su definición final para diseñar sus respuestas y estrategias correspondientes. El bloque de la región oriental encabezado por China, principal competidor de la economía estadounidense; el bloque europeo, que en últimas fechas ha trastabillado porque sus principales representantes económicos no atraviesan su mejor momento, los ingleses con su atorón en Brexit; Alemania con su peor momento económico y su bajo crecimiento y expansión; quizá Francia sea la menos inestable, pero en su conjunto, Europa tiene sus propios enredos y problemáticas. Rusia expectante y siempre misteriosa, envuelta en su silencio, igual está atenta a “nuestro” T-MEC.
Sin embargo, volteando los ojos hacia nuestra economía, ¿qué podemos comentar en torno a esta etapa resolutoria del tratado? Los últimos acuerdos señalan algunos aspectos que necesariamente repercutirán en la estructura y operación de los engranajes nacionales, no sólo económicos, sino también sociales y políticos, si no, el propio tiempo nos irá definiendo esos efectos, que, en el balance, esperemos que sean más positivos que negativos.
Entre las modificaciones, destaca aquel referido a los componentes de acero que habrán de llevar los vehículos que se exportan a los Estados Unidos, y que, en palabras llanas, deben aumentar significativamente la proporción de acero estadounidense, en detrimento del acero que no tenga ese origen. En el caso mexicano, ya este 2019 significó una drástica caída en la exportación de vehículos a nuestros vecinos del norte, principal cliente de estos productos, elaborados por armadoras principalmente japonesas y coreanas, lo que necesariamente implicará un cambio en los criterios y políticas de esos gigantes manufactureros transnacionales.
En este punto es obligado hacer un alto para el caso Aguascalientes, anfitrión de Nissan y sus famosas Plantas I y II que dan empleo a miles de trabajadores aguascalentenses y de las que dependen otro tanto de familias y su desarrollo cotidiano. Es importante conocer los efectos y repercusiones que este T-MEC hará en la estabilidad y seguridad laboral y social de los aguascalentenses, ya que además las empresas proveedoras vinculadas a Nissan, igual verán reflejados esos efectos en su operación y viabilidad. El Gobierno del Estado tiene una gran responsabilidad preventiva en este caso. Sostener los niveles de producción y exportación de la industria automotriz asentada en Aguascalientes, son vitales para la salud económica, laboral, social de la entidad.
Otro punto relevante de las modificaciones de reciente ratificación es aquel referido al tema laboral. México en el ámbito mundial, representaba un gran atractivo para la inversión extranjera en materia productiva por la gran calidad y calificación de mano de obra mexicana, pero también por lo barato de su costo en el esquema productivo. Los organismos y sindicatos norteamericanos y canadienses, aliados políticos del espectro liberal de sus respectivos países, presionaron a México para revisar esos aspectos que significaban una competencia que consideraban desleal por parte de nuestro país, por lo que incidieron en modificar al alza el valor de la mano de obra mexicana. El gobierno del presidente López, ha debido, desde hace un año ya iniciado la atención de esta demanda tratadista con el aumento en el salario mínimo nacional, pero no ha sido suficiente, es necesario otro empujoncito, lo que impactará, necesariamente, en la operación y rentabilidad de las empresas nacionales. Los socios tendrán el poder de supervisión y seguimiento con un fuerte riesgo para la soberanía nacional.
Habemus T-MEC, pero los mexicanos ¿hasta dónde habemus?