La Seguridad Pública, el Sistema Penal, la represión y los castigos no son estrategias para lograr la paz; son actividades que surgen cuando la paz es alterada y debe reaccionarse para evitar una mayor afectación. Pero si ni siquiera sabemos qué es la paz, menos observaremos si las herramientas empleadas lograrán mantenerla.
La paz, como todo derecho, es una necesidad humana que debe ser satisfecha; es un estado de tranquilidad que permite a los seres humanos establecer su plan de vida conforme a sus ideas, sentimientos e intereses, con respeto a los derechos de los demás, y vivirlo en armonía y en cumplimiento cabal de su visión. Sencillamente podríamos decir que quien sufre depresión vive en el pasado, quien siente angustia o ansiedad vive en el futuro, mientras quien tiene paz vive en el presente.
Una cuestión es medir la paz y otra la violencia; la paz implica disminución real de la violencia, o incluso su ausencia, por lo que no puede medirse tomando en cuenta los resultados de la violencia. La inseguridad, la delincuencia, se mide analizando los datos de hechos violentos, pero no es así como puede medirse la existencia de la paz. Sería algo así como determinar la calidad de vida, por las intervenciones quirúrgicas que salvaron a personas que sufrieron hechos violentos, olvidando todo lo previo y el contexto de una verdadera vida.
No estoy diciendo que la medición de los hechos violentos no sea útil; por el contrario, ayudan a darnos cuenta de una realidad y a tener elementos para generar políticas públicas en materia de seguridad y de justicia para atender el problema delictivo; pero no es a través de la medición de los resultados como se pueden establecer estrategias de pacificación. Ya la escuela positiva clínica de la criminología lo quiso hacer en su momento, buscaba características de delincuentes, para así encontrar a personas que se parecieran a los delincuentes, eliminarlos y con eso neutralizar el delito. Esto evidentemente nunca ha funcionado, pues las causas y orígenes de la violencia no se encuentran en las personas que ejercen la violencia, sino en otros factores.
Es importante ver los resultados de violencia, y no dejar a un lado las estrategias para su contención, pero justo se trata de herramientas que solo sirven para reaccionar y tratar de evitar que esa violencia específica siga creciendo, pero no ayuda a atender el origen de la violencia ni otras violencias latentes que aún no generan resultados visibles o extremos. La policía, las cámaras de vigilancia, la milicia, las leyes, los procesos penales, las sentencias, los castigos, las cárceles, nunca disminuirán la violencia, pues no están creados para eso; estas instituciones surgen a partir de la violencia, se deben a ellas y están creadas para reaccionar, no para prevenir. Como se dijo en la última entrega de la película Avengers, son vengadores, no “preventores”.
Si la paz es vivir el presente desarrollando tu plan de vida con tranquilidad, la forma de lograrla frente a la violencia, es entendiendo que ésta se trata de la imposición de una voluntad en contra de otra, anulando la resistencia; y se trata entonces de una estrategia basada en políticas públicas de satisfacción de necesidades, que van desde el desarrollo personal, familiar, alimentario, de salud física y mental, educativo, de vivienda, laboral, esparcimiento y sociabilidad; por lo que, si la estrategias se centran en reaccionar contra la violencia con violencia, dejando a un lado la atención a los factores que la generan, la sociedad seguirá viviendo en violencia, normalizándola y exigiendo la restricción de sus derechos con el afán de sentir una “seguridad” transitoria.
Y para lograr esto, no sólo la autoridad de cualquier orden de gobierno tiene responsabilidad; se trata de una obligación conjunta de la sociedad, pero con mayor peso para la autoridad. La sociabilidad se crea, el ser social se trabaja, no nace espontáneamente. ¿Cómo lograremos una readaptación o resocialización de algo que no está adaptado o nunca estuvo socializado? ¿Cómo podemos hablar de recomposición del tejido social, si nunca ha estado compuesto como tejido? ¿Nos hemos puesto a pensar que mientras algunos piensan en elegir qué comerán el día de hoy, muchos se preocupan por saber si comerán hoy, o incluso, si vivirán un día más?
Parafraseando a Pablo Picasso, el artista utiliza la mentira para decir la verdad, y la política para ocultarla. Bradbury nos mostró que el Estado, con tal de dominar y mantener el control de las mentes y los cuerpos de las personas, prohíbe la lectura, pues leer libros provoca pensar, y quien piensa es infeliz, porque se siente mejor que los demás, y eso genera desigualdad ya que hay personas que se sienten más que otras, y la desigualdad provoca caos, pues los seres humanos al conocer sienten angustia, cuestionan las acciones del gobierno y no rinden en sus actividades, pero siempre hay algunos pocos, como Guy Montag, que no están conformes con el pisoteo y buscan la libertad; de ahí que los bomberos se dediquen a quemar libros a 451 grados Fahrenheit, mientras las pantallas de televisión distraen a los no desviados (los que no preguntan) de pensamientos de libertad o de exigencia de derechos; algo así como el soma, la droga que se entregaba a los integrantes de su sociedad en Un mundo feliz de Aldous Huxley, para dirigir sus emociones y mantenerlos contentos, cuando la educación hipnótica no lograba que estuvieran felices y conformes para aceptar su lugar y rol en las castas sociales, sin cuestionar a sus dirigentes, como ocurrió con Bernard Marx. En 1984, Orwell nos hizo ver que para obtener la paz, hay que estar en constantes guerras: los dictadores comienzan por ser liberadores.
La delincuencia tiene como madrastra a todas las injusticias sociales, por lo que el primer paso es dejar de cerrar los ojos, reconocer ese problema, la división, el egoísmo, y la falta de empatía, para empezar a forjar políticas públicas reales, y no públicas políticas, y con esa base políticas de satisfacción de necesidades, más que políticas criminales que parecen más criminales que políticas. Y como dijo el poeta Eduardo Galeano en Las palabras andantes, hay que ser utópicos pues “la utopía: Ella está en nosotros, en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos. Por mucho que yo camine nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso: sirve para caminar…”.