Espero despertar al nuevo año en aquella vieja trampa denominada tiempo, espero estar vivo, abrir lentamente los ojos para mirar con detenimiento la línea de luz que penetra la oscuridad de mi habitación y ser consiente al menos un mínimo instante, los párpados se abrirán y la luz entrará a través de mis brillantes pupilas negras que se regularán conforme a la intensidad de esa luz cambiando su circunferencia, la contracción estará regulada por los músculos esfinterianos y dilatador, lo que observe pasará por el cristalino como lente natural que me permite ver imágenes, y así mirar la luna o cantarle al sol, la luz llegará a mi retina y será enviada al nervio óptico, cada nervio de cada ojo recorrerá el trayecto cerebral hasta llegar al lóbulo occipital ya en forma de imagen que será interpretada por las neuronas a través de la sinapsis cerebral. Estaré despertando.
Aun tendido sobre mi cama gritaré una vez más mi frase de batalla; ¡Buen día!, esta voz, esta sonoridad se la debo a mi aparato fonador conformado por mi boca, la mandíbula, el paladar, mi lengua, su interacción con las vías nasofaríngeas del aparato respiratorio y el aparto digestivo me permiten emitir estos sonidos, tras la lactancia, mi laringe adquirió una posición más baja creando un amplio espacio útil para la boca y la faringe, esto me concedió tener una mayor variabilidad de posiciones para conformarlos como resonadores y me llevo dócilmente a entrar al laberinto interminable de las palabras, del habla, nada existe fuera del lenguaje, nuestro mundo es un poema. Si me detengo en paz algunos segundos podré sentir el latido de mi corazón que no ha parado desde que nací aquella noche de enero bombeando la sangre hacia todos los tejidos de mi cuerpo, en su ventrículo izquierdo pasa la sangre rica en oxígeno, baja hacia mis órganos abdominales y sube a mi cerebro, toda esta sangre oxigenada por los glóbulos rojos nutre mis tejidos, mis órganos, retorna en un ciclo sin fin por la vena cava superior e inferior con sangre desoxigenada rica en dióxido de carbono, esas venas entran al atrio derecho, pasan por la válvula tricúspide, llegan al ventrículo derecho para entonces ir a los pulmones. Todo ello ocurre con la ayuda de la aorta, mi mayor arteria del cuerpo responsable de llevar la sangre a mi corazón, al cerebro, al hígado, páncreas, al estomago, a mi aparato reproductor; ahí seguiré sintiendo la pulsión.
Me levantaré, asentaré firmemente las plantas de mis pies en el piso y caminaré plácidamente el pasillo en una postura bípeda que comenzó hace cuatro millones de años, mi sistema locomotor entrara en marcha articulando cada uno de los huesos de mi extremidad inferior, la cintura pelviana, la cadera, mis muslos, la rótula, ese pequeño hueso incluido en los tendones incrementara la función de palanca en los músculos y mis aun fuertes rodillas recubiertas de cartílago y rodeadas por una capsula fibrosa y ligamentos me permitirán el movimiento sostenidas por los huesos tibia y peroné, así mi pies servirán como plataformas arqueadas que soportaran mi peso corporal y amortiguarán con el tarso, el metatarso y las falanges mi caminar por la fría porcelana. Doy un paso hacia el baño con millones de años de evolución.
Repetiré mi ritual matutino embelesándome con la primera orina de la mañana, con ese chorro amarillo de agua, sales minerales, acido úrico y urea, para ello necesitaré una buena función renal, muscular de los esfínteres y presión arterial, mis riñones filtran, absorben y secretan, controlan el exceso de agua o su falta, así determinan cuándo orinar, mediante ellos eliminaré toxinas, urea, creatinina, aquellas hormonas después de la metabolización de carne, de vegetales, de proteínas pasaran por mis dos uréteres e irán hacia la vejiga hasta salir de mi cuerpo por el meato urinario. Me incorporaré a la ducha y abriré con extrema precisión las perillas metálicas con mi mano derecha, con mis dedos y mi pulgar oponible, este último me ha permitido manipular el mundo de los objetos, diseñar, sujetar, soltar, hace un millón de años que esta pequeña parte del cuerpo hizo que la mano alcanzara la pericia de construir el mundo de lo tangible. Sentiré caer en mi cabeza el agua fresca del nuevo día, esa agua compuesta de enlaces covalentes de dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno del cual mi cuerpo está conformado mayoritariamente, mi piel sentirá el agua recorriéndola, mi piel también me protegerá a lo largo del día de daños químicos, mecánicos o de radiaciones ultravioletas, regulará mi temperatura con la dilatación y constricción de vasos y sudor, metabolizará el calcio y los fosfatos de la luz solar y me otorgará sentir el dolor de un golpe, la presión de un abrazo, el tacto de unas manos y la temperatura de otra piel desnuda.
Saldré de la ducha fresco y distendido, respiraré profundo el aire del planeta que contendrá un porcentaje preciso de oxígeno para que no se produzca en mí una lesión alveolar, ya que si fuera oxígeno puro sería altamente destructivo en el parénquima pulmonar, el aire será mi fuente de energía en combinación con la glucosa, sin uno de ellos sería imposible seguir adelante, el aire entrará por mis narinas que lo humidificarán, purificarán y calentarán, pasará por la laringe, la tráquea y llegará a mis pulmones, ahí entrará a los alveolos y vasos sanguíneos, se unirá a la hemoglobina de los glóbulos rojos que se encargaran de llevar ese oxigeno a todos los tejidos y órganos de mi cuerpo, haré una hematosis cuando exhale casi como un suspiro la bocanada rica en dióxido de carbono. Respirar me conecta, me acelera, me calma, en la respiración encontraré mi conexión con aquello que desconozco.
Me miraré en el viejo espejo de madera que me devolverá una mirada de misterio, de amor y de fascinación, sentiré algo que va mas allá de todo esto, un bienestar general que proviene desde la mitad de mi cabeza; protegida, escondida en la base del cráneo, ésta, mi pequeña glándula pituitaria, mi enigmática hipófisis, la glándula maestra que ejerce gran influencia en todos mis órganos, mis emociones, en mitad de mi cráneo extremadamente protegida se encuentra ella secretando hormonas fantásticas que regulan mi actividad endocrina, mi metabolismo, el crecimiento de mi organismo, mi composición corporal, la masa muscular y ósea, estimulará y regulará mis energías, mi deseo por medio de la testosterona que desde el útero determinó mi sexo y ha influido en mi comportamiento social, este neurotransmisor es indivisible a mis actos, ahí esa pequeña masa regulara mi energía, mi desarrollo y la actividad de mi sistema nervioso.
Pero no está sola, está acompañada de mi cerebro, el órgano principal de mi sistema nervioso, el prodigio cósmico, enigmático e inexpugnable que poseo se encarga de mis funciones vitales y cognitivas, protegido por el cráneo y el líquido cefalorraquídeo que evita afecciones físicas e inmunológicas, mi cerebro está formado por millones de neuronas interconectadas entre axones y dendritas, todas ellas vinculadas electroquímicamente con el cerebelo, el hipotálamo, la glándula pineal, la pituitaria y el tronco cerebral recubiertos junto a la medula espinal por membranas llamadas meninges que lo protegen de los golpes contra el cráneo, mi cerebro está compuesto por más de 100 billones de células nerviosas que transmiten información mediante las neuronas en milisegundos. Hace doscientos mil años que el cerebro posee y se adapta a su conformación actual, es el responsable de mis pensamientos y conductas, a él le debo mis memorias, mis aprendizajes, mis cariños, mis amores, controla mis movimientos corporales, procesa e integra toda la información del mundo que recibo con mis sentidos; el brillo del sol, el susurro del mar, el sabor de los frutos de la tierra, el aroma de una piel, la humedad de unos labios, me permite sentir, pensar, razonar, mi cerebro me permite ser.
Despertaré en esta nueva década, que mi cuerpo me acompañe en disfrutar el único regalo que podría desear; la maravilla del misterio de la vida dentro de mí.