Hemos hablado en varias ocasiones sobre el concepto de democracia que aparece en la doctrina y en la legislación, las complicaciones de las diferentes formas en que se entienden las diversas acepciones de la palabra, y sobre todo, hemos llegado a la conclusión del ejercicio de la democracia para su cabal entendimiento, esto último, a través de valores que, puestos en práctica de manera cotidiana, son los que nos permiten definir nuestra vivencia democrática, es decir, si la democracia entendida como forma de gobierno, trasciende a nuestra forma de vida.
Hoy la reflexión es acerca de un evento que está en desarrollo y que por lo tanto no podemos analizar en sus consecuencias. Pero me gustaría adelantar un par de situaciones por la carga histórica en un primer término, la política y democrática en un segundo, y el principal problema que, desde mi punto de vista aqueja a nuestra sociedad para concluir.
A mediados de este año, por un informante anónimo se dio a conocer que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, había presionado al gobierno de Ucrania para que le proveyeran de datos sobre su principal oponente en la carrera por la reelección de la presidencia el próximo año. Para los norteamericanos, el abuso de poder que implica la utilización del puesto político para fines personales (por más que quien se beneficie sea el mismo presidente de la nación en funciones) es algo que no es bien visto ni por republicanos ni por demócratas.
Podemos cuestionar fuertemente a la sociedad y al gobierno norteamericano. Mantienen una posición global que, si bien ha venido a menos en los últimos años, durante mucho tiempo se llegó a considerar como la “policía del mundo”, con poderes supranacionales arrojados unilateralmente y soportados por un poder económico sin un polo opuesto de igual jerarquía (aunque después de la Segunda Guerra, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y hasta su disolución le plantó cara en más de una ocasión) que en muchos casos los llevó a quitar y poner gobiernos a placer, en países tercermundistas, dictar la política económica mundial y, no en pocos casos, hasta definir la clase de sanción que merecían sus gobiernos cuando no acataron las disposiciones de los americanos.
No obstante lo anterior, no podemos soslayar que, aún y con esas grandes falencias, en materia política el sistema americano es digno de caso de estudio: Una nación formada a finales del Siglo XVIII, uniendo fragmentos de colonias cuyo común denominador era el sentimiento hacia la corona inglesa, una constitución bastante simple que ha sido modificada en contadas ocasiones en poco más de 200 años de vigencia, un sistema legal basado en precedentes, pero fundamentados en una base: nadie por encima de la ley.
No es nuevo el procedimiento que se quiere hacer al presidente, en una especie de juicio político, anteriormente dos presidentes (Andrew Johnson y Bill Clinton) ya han sido sometidos al impeachment, y salieron bien librados. Uno más (Richard Nixon) renunció quizá porque sabía que las condiciones no le eran favorables. No sé qué pueda pasar en este caso, sin embargo, es historia que está sucediendo ante nuestros ojos. Vale la pena seguir el desarrollo de la noticia.
Sea como sea, es necesario ver el esquema americano y su funcionamiento. No todos los días el titular del Poder Ejecutivo es sometido a un procedimiento en el que, tras una falta cometida, se determine su culpabilidad. Es más, cualquier miembro del cuerpo gubernamental que sea enjuiciado debe hacernos ver que el sistema funciona. Que la democracia nos aplica a todos.
Pero la última de las reflexiones es con la que me quedo a raíz de este asunto: muchos aseguran que el principal problema que nos aqueja como país es el de la seguridad, el desempleo o la corrupción. Yo sostengo que es la impunidad. Si la ley se aplicara por igual a todos, sin importar que el que la hubiera violentado sea el más humilde de los ciudadanos, o el más encumbrado de los políticos, estoy seguro que otro gallo nos cantara.
/LanderosIEE | @LanderosIEE