La fatalité triomphe dès que l’on croit en elle.
Simone de Beauvoir, America Day by Day.
¿Quién diría usted que afirmó lo siguiente?
Mi punto de vista es que no hay que tener mercados súper liberalizados y la globalización y todo eso… Mi postura es que lo que realmente necesitamos es algo más cercano a la socialdemocracia tradicional. Siento que los mercados dejados a sus propios mecanismos de control sólo producen niveles más elevados de inequidad; por lo tanto, si lo que se desea es mantener un capitalismo legítimo, necesitamos intervención política, redistribución, programas sociales y la protección del Estado de bienestar…
¿Adivinó? No, no es una cita del nuevo libro del presidente López Obrador, Hacia una economía moral (Planeta, 2019) -el cual, por cierto, alcanzó “el primer lugar en ventas en las plataformas digitales de Amazon y iBooks en su día de lanzamiento…” (La Jornada; 20/11/2019)-. Y no, tampoco se trata de una declaración del brillante vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, ni del aguerrido Bernie Sanders ni del Nobel Joseph Stiglitz ni de Thomas Piketty… Believe it or not, son palabras del politólogo norteamericano Francis Fukuyama, mismas que traduzco de la parte medular de su respuesta a la última pregunta que le plantearon luego de que dictara la conferencia ¿Qué lecciones podemos extraer de 1989 para hacer frente a los desafíos actuales? Como comenté aquí, Fukuyama ofreció dicha plática en la Hertie School of Governance de la capital alemana, el día previo a la celebración del XXX aniversario de la caída del Muro de Berlín.
Desde su ocurrencia en 1989, la caída del Muro de Berlín se posicionó en la academia occidental y en general en la pop culture global como el signo incontrovertible del triunfo definitivo del capitalismo sobre el comunismo, de los gringos sobre los soviéticos, de Keynes sobre Marx, de la cajita feliz de McDonald’s sobre la macabra KGB, y todo ello, como el derrumbamiento del último estorbo que impedía al mundo entero alcanzar la meta histórica predestinada para todos: la democracia liberal y la economía de mercado. Abatidos los rojos, enfilados ya todos íbamos a la felicidad fatal del american dream globalizado. El destino último, el destino único: tal era la buena nueva del evangelio según Fukuyama. En su libro The end of history and the last man (1992), el hoy profesor de la Universidad de Stanford anunciaba que el modelo político, la democracia liberal, instaurado en los países capitalistas del llamado primer Mundo era el puerto obligado del desarrollo humano en su conjunto: “El fin de un proceso evolutivo único, coherente, considerando la experiencia de todos los pueblos en todos los tiempos”.
Y en estos días, cuando el embajador norteamericano ante la Unión Europea confirma que el presidente de Ucrania “ama el culo” de Trump, cuando los chilenos han salido a las calles a gritar que no están conformes con la inequidad que tan buenos resultados macroeconómicos ha reportado, cuando el rostro sonriente de Bolsonaro sigue iluminado por los incendios del Amazonas, cuando los británicos siguen atascados en la indefinición del Brexit, en 2019, Fukuyama todavía piensa que llegamos al fin de la historia? A pregunta expresa, contestó que sí…, y argumentó a costillas de nuestros vecinos guatemaltecos: “Sólo vean hacia dónde se está moviendo la gente. En todo el mundo, las personas están emigrando de los países pobres, autoritarios y caóticos, y solamente quieren ir a Europa, a Estados Unidos o a otras democracias liberales que puedan brindarles oportunidades a sus hijos… Cualquiera que sostenga que no existe el desarrollo, la modernización o el devenir de la historia en sentido hegeliano…, ¡que se vaya a vivir a Guatemala durante un tiempo!, que constate cómo es la vida allá, que constate que no se vive de muy placenteramente que digamos… Así que en verdad pienso que hay una direccionalidad [en la historia]. La pregunta adecuada es si existe o no una forma más depurada de civilización, distinta a la de la Unión Europea o a la de Estados Unidos… previo a los días de Trump…”. Bueno, los días de Trump ya suman años y, en un descuido, en 2020 se van a prolongar 1,460 días más… De cualquier manera, Fukuyama sostuvo que no hay de otra: en el paraíso sólo se aceptarán dólares y euros, tejones porque no hay libres: “… Los únicos competidores reales son los chinos. Rusia no tiene cómo hacerlo, no tiene una economía moderna, básicamente es una gran plutocracia incapaz de comandar un avance hacia niveles tecnológicos de vanguardia con crecimiento económico. China hace muy bien todo esto, aunque sigue siendo un sistema social muy autoritario, así que, con todo, exceptuando quizá algunos norcoreanos, nadie quiere irse a vivir a China… Gusta el crecimiento económico, pero no el sistema social, y creo que ahora que se ha vuelto más autoritario y gusta menos. Diría que el mundo musulmán es desesperanzador… ¿Existe realmente algo que pueda tomarse como sistemáticamente mejor a lo que tenemos en Europa y Estados Unidos? No, no veo alternativa”.
El cuestionamiento con que concluyó el evento lo lanzó una estudiante de la Hertie. Parecía latinoamericana, pero quién sabe…, no dio su nombre: “Desde la caída del Muro de Berlín hemos presenciado la proliferación de democracias liberales en todo el mundo, pero junto con ellas hemos visto el incremento de la desigualdad económica, los ricos se hacen cada vez más ricos y los pobres más pobres, ¿cómo encuadra esto en su modelo del fin de la historia?”. Fukuyama, puesto así contra las cuerdas, respondió: Mi punto de vista es que no hay que tener mercados súper liberalizados y la globalización y todo eso… ¡Total!, también ya había dicho que el neoliberalismo estaba fulminado…
@gcastroibarra