Palacio Nacional, Ciudad de México, 25 de noviembre de 2019. Al ser cuestionado sobre la petición realizada, ante el gobierno de los Estados Unidos, por miembros de la familia LeBarón respecto a declarar a estructuras criminales en México como organizaciones terroristas, el presidente Andrés Manuel López Obrador declara: “No queremos la injerencia de ninguna potencia, de ninguna hegemonía, de ningún país extranjero. Es muy clara nuestra Constitución, que es la ley de leyes”.
Por su parte, el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard Casaubón, apoya el dicho presidencial: “¿Por qué digo que es inconveniente e innecesario? Porque es solicitar o acceder a que haya una acción directa de Estados Unidos en nuestro territorio. Eso nunca lo vamos a aceptar, ahí está nuestra Constitución”.
La escena arriba narrada sirve como prefacio al presente artículo, el cual pretende analizar cuál es la situación de seguridad nacional luego de los eventos en Culiacán, Sinaloa, y Bavispe, Sonora.
¿Qué es la seguridad nacional? El escritor estadounidense Walter Lippmann la define como: “Una nación tiene seguridad cuando no tiene que sacrificar sus legítimos intereses para evitar la guerra, y es capaz, si retada, de mantenerlos por la guerra”. En el mismo tenor se expresó el politólogo norteamericano Harold Lasswell: “El sello distintivo de la seguridad nacional significa libertad de los dictados extranjeros”.
Este enfoque militarista fue modificado entre la década de 1970 y 1980 cuando se le agregaron tópicos tales como: economía, medio ambiente, energía y combate al crimen organizado. Finalmente, a principios del actual siglo, el académico indio Prabhakaran Paleri añadió los siguientes elementos: la seguridad fronteriza, la seguridad alimentaria, la seguridad cibernética y la seguridad genómica.
Por cuestiones de espacio, el escribano se centrará en: el combate al crimen organizado. Primero, desde la década de 1930, sucesivos gobiernos federales habían combatido, con mayor o menor intensidad, el problema del narcotráfico en México. Sin embargo, fue Felipe de Jesús Calderón Hinojosa quien, con su decisión de enviar a 6 mil 500 efectivos militares a Michoacán, declaró la guerra frontal al crimen organizado.
La estrategia de Calderón Hinojosa se sustentó en dos pilares: la militarización de la seguridad pública y la decapitación de mandos altos y medios de los cárteles de la droga. Para apoyar su estratagema, el entonces mandatario se acogió al manto protector de la Iniciativa Mérida, la cual le permitió recibir asesoría especializada, equipo militar y tecnología de los Estados Unidos, quienes aprovecharon la coyuntura para instalar en suelo patrio dos Oficinas Binacionales de Inteligencia.
La estrategia tuvo resultados mixtos: la captura o eliminación de 25 de los 37 líderes más importantes del narcotráfico. Esto se tradujo en la fragmentación de los cárteles de la droga. Como resultado, la violencia aumentó a niveles no vistos desde la Revolución Mexicana, debido a que hubo más de 50 mil muertos durante el sexenio calderonista.
Enrique Peña Nieto, a pesar de sus promesas de campaña, prosiguió con la estrategia militar para combatir a los narcotraficantes. Asimismo, creó la Gendarmería Nacional para “fortalecer el control territorial en los municipios con mayor debilidad institucional, así como instalaciones estratégicas como aeropuertos, fronteras y puertos”.
Peña Nieto obtuvo, al igual que su predecesor, resultados mixtos: en lo negativo, el secuestro y desaparición de 43 normalistas de la Escuela “Isidro Burgos”; el escape de Joaquín Guzmán Loera; la emboscada a 15 policías en San Sebastián del Oeste, Jalisco; y el derribo de un helicóptero militar Cougar en Villa Purificación, Jalisco. En lo positivo: la extradición de Guzmán Loera a la Unión Americana y el cierre de las Oficinas Binacionales de Inteligencia estadounidenses.
Bajo el mantra “abrazo no balazos” -versión tabasqueña del dicho de Tony Blair de “duro con el crimen, duro con las causas del crimen”-, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador intenta emplear una estrategia de pacificación mediante la aplicación de programas con un fuerte contenido social –“Jóvenes construyendo el Futuro”, “Sembrando Vida”, etc-. Para proporcionar músculo a su cosmogonía, se creó a la Guardia Nacional para sustituir de manera escalonada la presencia de las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad pública.
Sin embargo, para algunas plumas y voces, eventos como la captura y liberación de Ovidio Guzmán López y la masacre perpetrada contra integrantes de la familia LeBarón, justifican volver a la estrategia -fallida- implementada por Calderón Hinojosa.
El escribano concluye: la seguridad nacional de México compete sólo a los mexicanos; así hubiere un profeta bíblico en la Casa Blanca, México siempre debe ser desconfiado ante las propuestas del inquilino de la Oficina Oval; y López Obrador y su equipo de seguridad nacional debe hacer una evaluación cruda y sincera de la estrategia de “abrazos no balazos” porque los cárteles de la droga en México están dispuestos a recurrir, en ocasiones, a tácticas de guerrilla o de terrorismo.
Aide-Mémoire. En 1917, el primer ministro francés Georges Clemenceau dijo que “la gasolina será tan vital como la sangre en las batallas venideras”. Después de la defenestración del presidente de Bolivia, Evo Morales, se puede afirmar que el litio será tan trascendental como la sangre en los conflictos ulteriores.