Cuando una calle, una pared, o un puño se manchan de sangre, no hay indignación.
Cada día se percibe en la atmósfera el síndrome de la ranita que se cocina a fuego lento, según lo explica Olivier Clerc: “En una cacerola con agua fría, se encontraba nadando plácidamente una rana; de repente se enciende un fuego lento bajo la cacerola, y empieza a calentar un poco el agua; la ranita encuentra una temperatura tibia y agradable por lo que sigue nadando alegremente. La temperatura va subiendo, la rana sigue nadando, hasta que ya no es tan agradable el agua, pero la rana no se asusta y sigue ahí. Llega un punto en que el agua está muy caliente, pero la rana está tan débil que no puede hacer nada, por lo que soporta la temperatura. La temperatura aumenta, hasta que la rana simplemente se cocina y muere. Pero si esta misma rana hubiera sido lanzada a la cacerola cuando el agua ya estuviera hirviendo, de un solo movimiento habría saltado afuera del recipiente”.
La alegoría tiene relación con las circunstancias que nos rodean, si las toleramos lentamente, si hacemos caso omiso de lo que pasa, la situación empieza a escapar de la consciencia, y no hay reacción ni oposición. La indiferencia nos convierte en víctimas inconscientes, pero permisivas, y al mismo tiempo cómplices de la violencia. Nos cocinamos a fuego lento y psicológicamente nos preparamos para tolerar y permitir todo lo que nos hace daño.
Esto lo digo porque para algunos es más importante criticar la pinta o raya de unos objetos, unos pedazos de materia dura e inerte, que ayudar a que el país no se manche de sangre, emociones depresivas, y almas destrozadas. Sí, seguro que algo hicieron esas mujeres que se manifestaron… seguro algo hicieron esas mujeres que asesinaron… lo que hicieron fue haber estado en el lugar inadecuado, a la hora inadecuada, en el momento inadecuado, y en el país inadecuado.
En la actualidad, cuando hay algún conflicto social, regularmente no investigamos qué o quién lo ha provocado, no importan los motivos de por qué se realizó, sino, de entrada, simplemente buscamos a quien la pague. Empezamos por afectar a las personas, disminuirles sus derechos y violarle sus prerrogativas, y después de eso se procede a opinar. Por lógica, debería ser en sentido contrario; es decir, primero investigar, escuchar a quien puede ser afectado, y finalmente, decidir la opinión que se dará; pero nos es más fácil intimidar y presionar a la persona para que ceda sus derechos; así, intimidado, amenazado, temeroso, será más fácil que se doble, que desista, que se someta, que se calle, que deje de pedir ser tratado como humano. En lugar de buscar el origen del problema, se busca quien pague los platos rotos.
Parafraseando a Ivan Illich, nuestras circunstancias no nos permiten ver la verdad. Nuestras vidas han llegado a ser demasiado complicadas para permitirnos salir de la trampa en que hemos caído; incluso, cuando vemos la verdad, nos rehusamos a comprenderla, porque hemos perdido el contacto con el espíritu de esta realidad. En el año 2017, murieron 90,000 mujeres en el mundo; en México mueren al día 10 mujeres, de acuerdo a los 3,580 hechos violentos en el 2018, y si esas mujeres son indígenas o se encuentran en extrema pobreza o grupos más vulnerables, regularmente son más invisibles. Si esta tendencia continúa, la cifra crecerá a 7.9 muertes de mujeres por día.
Se trata de feminicidios que no solo destrozan vidas de mujeres, también de más de 4,275 menores que quedaron huérfanos por esta situación, y de miles de familias. Así es, cuando la violencia priva de la vida a un ser humano, se mata a un número incontables de seres humanos. Pero nos importa más que se pinten o “destrocen” monumentos, olvidando que cuando mujeres exigen sus derechos y se manifiestan pacíficamente, las burlas y los memes están a la orden del día. Pero no hay de qué preocuparnos, el Hemiciclo a Juárez ya está rechinando de limpio, y en el tiempo en que se hizo su limpieza, murieron aproximadamente 9.9 mujeres nuevamente. ¿Se dan cuenta que las manifestaciones para exigir derechos en nuestro país, tienen el efecto de lo que le hace el viento a Juárez? Pero eso sí, es muy fácil opinar sin leer siquiera un libro al año, o que alguien critique constructivamente cuando nada ha construido. ¿Nos cocinamos o brincamos hacia fuera de la cacerola?
Que no nos pase lo que narró Martin Niemoeller: “Primero vinieron a buscar a los comunistas, y yo no hablé porque no era comunista. Después vinieron por los socialistas y los sindicalistas, y yo no hablé porque no era lo uno ni lo otro. Después vinieron por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. Después vinieron por mí, y para ese momento ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí…”. El día que dejemos de mirar a los demás, será el día en que la indiferencia reine completamente en esta vida, que no permitirán el asombrarnos por los mínimos detalles de lo humano y de su entorno, que no nos dejarán ver lo fraterno y el instinto animal, el reflejo del alma, de lo sensible, de su belleza…Ese día, dejaré de escribir. Ese día perderé la pizca de humanismo que me queda. Ese día la lápida del corazón gobernará. Ese día que ni animales nos podrán llamar… Nuestra lucha es por transformar la realidad, y no acomodarnos a ella (Paulo Freire).
Reitero, como ya lo escribí en el mes de junio, esta clase de situaciones son radiografías de nuestra sociedad, y nos muestra que estamos ciegos frente a los seres humanos vulnerables, olvidados y tachados por el sólo hecho de ser y estar vivos; y que no es posible que estemos olvidando a las mujeres como seres humanos plenas, que deben respetarse y reconocerse; que la perspectiva de género rechaza los estereotipos sociales que asignan características o roles a partir de las diferencias sexuales; y deben analizarse de todas las visiones, contextos, cuerpos, desarrollo de personalidades y demandas de satisfacción de necesidades de adecuación de las prácticas sociales y jurídicas vigentes en entornos patriarcales, donde se trata en forma diferente a los que deben ser tratados como iguales; que combaten esa discriminación generada por el ejercicio del poder desequilibrante y humillante; que pretende identificar las relaciones sociales desproporcionadas y estructuralmente desiguales, por simples “razones sospechosas” de incapacidad o inseguridad. Y que, tristemente, si la indiferencia fuera disciplina olímpica, los mexicanos nos mantendríamos en años consecutivos ganando la medalla de oro…